Así comenzaría aquel mi Primer Pregón de la Semana Santa
allá por la década de los Setenta.
AL COMENZAR
Así debió terminar
la más hermosa expresión
que brotó de Corazón
de Ése Padre Celestial,
cuando queriendo acabar
la Obra que comenzara,
se detuvo a descansar
en la Música del viento,
y fue llegado el momento
tan justito, tan cabal,
que se puso a contemplar
la Obra del Universo,
y haciendo formar un beso
de un suspiro de su
aliento,
lo lanzó hacia el
Firmamento
con una orden sencilla...
¡Tu nombre será, Sevilla,
ahora sí que estoy
contento!
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