LA
CASA DE MONIPODIO
(Apuntes)
Aunque su arquitectura, a mi juicio, se correspondería con aquellas construcciones del siglo XVIII, esta Casa-Palacio, muy bien podría haber sido propiedad de alguno de los muchos indianos que retornaron tras haber hecho gran fortuna allá por el XVII.
Después de tanto tiempo aún se pueden contemplar sus muros y estructuras tal cual. El edificio se encuentra en el actual número 59 de la Calle Betis (por aquellas fechas y según el padrón de 1665 Calle Vera del río -M.M.M-), y frente al siempre recordado pequeño Puerto de Camaroneros.
Conocida para algunos como “Casa de Troya o de la Troya”, no hace mucho que terminaron las obras de restauración ya que desde hace mucho tiempo viene siendo utilizada como Casa de vecinos.
En su lateral existe una de las muchas placas cervantinas que existen repartidas por la ciudad, y de las que ya dimos cumplida cuenta en una entrada anterior. En ella se puede ver, acerca de su relación con la Novela de Miguel de Cervantes (el próximo 2016 se celebrará el 400 aniversario de su muerte), Rinconete y Cortadillo, y en la que figura “Monipodio” como uno de los hampones más peligrosos de Sevilla en la época en la que se desarrolla la trama, aunque al parecer, y como suele ocurrir casi siempre este argumento no deja de encontrarse dentro del marco de las leyendas urbanas, o historia de ficción, de entre cuyos diálogos entresacamos los de algunos personajes por estar directamente implicado el arrabal...
“Dos jóvenes, Pedro del Rincón (Rinconete) y Diego Cortado (Cortadillo), una vez abandonadas las casas de sus padres, se conocen y se hacen amigos en una Venta en el camino de Toledo a Córdoba. Sin planes estudiados, deciden de común acuerdo acompañar a unos pasajeros cuyo destino era Sevilla. Allí se dan de lleno con el mundo del Hampa, e intentan formar parte de él. Pero según las reglas que rigen en la ciudad han de presentarse ante Monipodio, el Jefe del principal gremio. Viven en su gran casa, cambian de nombres y pasan a formar parte de la pintoresca nómina de esta Cofradía de maleantes y criminales”
–-¡Maese Bartolo! --dijo el barbudo, con una mueca aviesa--. Me gustaría intercambiar unas palabras con Vos. A solas, si no os importa.
--No tengo secretos para mi aprendiz –respondió Bartolo señalando a Sancho.
--No me cabe duda, amigo mío. Pero yo sí los tengo.
De mala gana, Bartolo se volvió hacia Sancho.
--Espérame a la puerta de la Iglesia mientras yo hablo con el Maestro Monipodio (es muy posible que se refiriera a la pequeña Iglesia Conventual del Espíritu Santo, y en la que en 1753 se fundara la Hermandad de los Gitanos, y regida por sacerdotes regulares de la Orden de San Agustín).
¡Monipodio!
Sancho ya había oído el nombre del Hampón más famoso de Sevilla mucho antes de que Bartolo le describiese su famosa Corte. Vivía en un lugar ignoto del Barrio de Triana, en lo más recóndito de su dédalo de callejuelas. Había formado un auténtico gremio de ladrones, capaces de llevar a cabo hazañas imposibles para una pareja de solitarios como el enano y su aprendiz. A su servicio estaban desde peristas capaces de mover las más extrañas piezas robadas hasta cerrajeros capaces de abrir cualquier puerta, llamados apóstoles en la jerga del oficio. Toda clase de criminales especializados pasaban por su casa y le rendían tributo. A cambio recibían su protección y mantenían lejos a los alguaciles, todos ellos a sueldo del Rey de los Ladrones. Bartolo no era uno de ellos, por razones que nunca le había explicado.
El enano y el Hampón se habían apartado hacia el interior del callejón, lejos de los oídos de Sancho. Este simuló regresar hacia la Iglesia, pero en lugar de ello torció en la siguiente esquina (posiblemente la entonces Calle de la Cruz -Padrón 1665, actual Troya -Padrón 1821 -M.M.M.), y corrió en paralelo a donde ambos se encontraban. Quería saber de que estaban hablando. Al final de la manzana encontró una escalera que subía hasta el segundo nivel. La subió a toda velocidad y se encaramó al tejado, apoyándose peligrosamente sobre una maceta atestada de geranios. Una teja resbaló bajo sus pies y fue a estrellarse en la calle, tres metros más abajo.
<<Despacio ahora. Que no me oigan acercarme.>>
Caminó encorvado, escogiendo dónde ponía los pies para evitar hacer ruido. Al llegar al borde del edificio pudo ver parte del callejón donde Bartolo y Monipodio hablaban. Al Hampón no se le veía, pero el enano aparecía nervioso, cambiando el peso de un pie a otro.
--¿Habéis hallado ya cómo pagarme? --estaba diciendo Monipodio.
--Tengo un par de golpes entre manos.
--Vaciando cepillos no vais a juntar trescientos escudos, maese Bartolo.
--Se trata de algo más sustancioso.
--Tendríais que tener menos mala cabeza con los naipes o más suerte con los robos. Vuestra deuda empieza a ser demasiado molesta, demasiado pública. No puedo permitir que me acusen de blando, maese Bartolo.
--No hay demasiadas posibilidades de eso –dijo el enano, sarcástico.
El otro soltó una risa desagradable y sin humor que a Sancho le provocó escalofríos.
--No, supongo que no. Me gustáis, enano. Sois ingenioso, y los tipos divertidos son mi debilidad. Ya sabéis que hay una posibilidad de que os perdone lo que me debéis.
--¿Y cual sería esa, maese Monipodio?
--Uníos a mi Corte. Dicen que el niño es un diamante en bruto. Podría dar buen uso a una pareja habilidosa como vosotros.
<<No, Bartolo, Dile que no.>>
--De lo contrario supongo que soltaréis los perros de la esquina, ¿verdad?...
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Hoy acudo a “Tu barrio” para hacer unas consideraciones, sabedor que perteneces a lo bautizado por ti, como (PES) Percepción Extra-Sensorial.
ResponderEliminarCuando paso por el nº. 9 del Casa Regla Sanz, recuerdo aquel trianero que con sangre serrana, naciera para con el tiempo ser un destacado personaje en el barrio.
Por todo ello, son muchas las felicidades que debo darte; pero la simplificaré en toda la obra que vas situando en este blog “Desde mi bario” y en la red social de Facebook.
Te deseo que a partir de las doce horas de hoy quince de Enero, tengas setenta y dos formas de disfrutar en la vida.
Reitero mi agradecimiento, amigo, Paco.
ResponderEliminarUn abrazo, desde este rincón.