domingo

EL RELATO



LA ENSOÑACIÓN DE TRISTEZA

(Relato)


Existe un pueblecito lejano, olvidado, tan lejano que solamente podemos llegar a él a través de un sendero que se llama ensueño.
             Vivo entre la lluvia y las nieves, entre las nubes y el viento...
             Todos sus habitantes se encuentran muy tristes. Trabajan y se afanan en hacer lo mejor posible sus labores cotidianas, sin embargo, en sus caras anida una tristeza infinita.
            Allí siempre llueve o nieva. Siempre el pueblo está escondido tras una niebla grande y espesa. A veces es el viento el que no lo abandona. Nunca luce el Astro Rey, ése Sol que le da vida a otros pueblos; al mío no, y es por eso que a mi pueblo los de los demás pueblos y aldeas lo llaman Tristeza.
            En la Plaza Mayor, una coqueta placita entre oblonga y cuadrada no hay árboles, ni arbustos en los que pudiéramos admirar y deleitarnos con sus flores. Son plantas que carecen de ellas, sencillamente, porque aunque llueve, después no están alimentadas por la fotosíntesis que podría suministrarles nuestro hermano el Sol.
            En esta recoleta placita, paradógicamente, malvive enfrente de la iglesia un hermoso reloj de Sol, en una antigua y noble fachada el cual está grabado sobre uno de los sillares de una antigua torre, por uno de los muchos canteros del pueblo. La pequeña torrecilla pertenecía a una casa que mucho tiempo atrás fue ocupada por una noble familia. Cómo es de comprender, él no nos puede dar la hora. No tiene su materia prima, el Sol. Por eso se encuentra también muy triste... ¡ah! Y porque de reojo mira hacia la torre de la Iglesia, y en ella si puede ver uno al que de vez en cuando le dan cuerda y funciona. Cuando el de la Iglesia da campanadas, él no se divierte, se entristece.
            Un día llegó a Tristeza una niña pequeña, tenía unas trenzas muy largas, tan largas como su falda, una falda Azul como el color de ese cielo que dicen que existe por encima del techo del pueblo que es todo de nubes. A ella, a la niña, la vimos correr y saltar por las calles, y cuando llegó a la Plaza las gentes la miraban y cuchicheaban entre ellas extrañadas. Era normal que tuvieran esa reacción ya que lo primero que se preguntaban era que a que venía aquella manifestación de gozo; que cual sería la agitación que se había adueñado de la pequeña niña.
           La pequeña niña, de las largas trenzas y faldita Azul, no paraba de correr y cantar. Así en su tan enloquecedora como alegre carrera atravesó el pueblo de parte a parte. Salió al campo y llegó hasta la Laguna, una hermosísima extensión de agua de lluvia embalsada que los hombres del pueblo habían construido para, si alguna vez les faltase el agua para sus ganados ellos la tuvieran recogida de forma artificial.
           Mis padres y mis abuelos al igual que el resto de las gentes del pueblo, tienen en las azoteas una especie de recipiente que coge todo el largo y el ancho de los tejados. En uno de los extremo hay una abertura y cuando llueve, que es mucho, por esa abertura se cuela el agua que va a parar a unos grandes depósitos de donde se abastecen todas las casas. Y es una agua muy rica porque no tiene contaminantes.
            Pues cuando llegó al borde de la Laguna se quedó mirando la superficie del agua... En ese momento... ¡oh! -dije yo-. Las nubes se estaban separando, abriéndose, y el Sol había comenzado a salir de entre ellas, se reflejó en el agua delante de la niña, como si fuera una gran moneda dorada y brillante. Todos los vecinos que se habían arremolinado al borde de la Laguna, y a la que habían llegado siguiendo a la niña llevados por la curiosidad, pudieron ver, y yo también pues me encontraba en primera fila, cómo la niña se metía en el agua y cogía el Sol.
            Al salir del agua comenzó de nuevo a correr hacia el pueblo con el Sol entre sus manos. Corría y corría, saltaba alegremente de nuevo. Así llegó hasta la recoleta placita del pueblo y una vez en ella se dirigió hacia la Iglesia entró en ella, subió hasta arriba de la torre y en el pináculo más alto colgó el Sol, redondo y dorado como si fuera una moneda redonda y brillante.
            Todos los vecinos que se encontraban abajo en la Plaza vieron con asombro que no sólo la placita, sino todo el pueblo estaba ahora completamente iluminado. Yo me quedé con la boca abierta ante el maravilloso resplandor que veían mis ojos. Todos reían, bueno algunos lloraban y otros cantaban y bailaban agitando sus pañuelos y gorras hacia donde se encontraba la niña de las largas trenzas y la faldita Azul. Ahora si sabían que el color era el del color del cielo. No obstante, en el interior de mucha gente había una pregunta: ¿Por qué estaba sucediendo aquello? ¿Por que el pueblo estaba tan iluminado si ellos no conocían más que la oscuridad? ¿Y por qué algunos hablaban de la hora que era mirando el reloj de la torre, aquel que era de la casa de la noble familia?
            Pero, aun se extrañaron más, mucho más cuando de pronto comenzaron a darse cuenta de como los tallos de aquellas regordetas plantas tan endebles empezaban a estirarse, a salirle unos brotes cómo si prisioneros durante tanto tiempo estuvieran esperando sólo este momento.
             Rosaledas enteras sin apenas vida se agitaron entre ellas como empujándose por hacer estallar sus aromas y coloridos en un sin fin de rosas de todos los colores. Las varitas de la Malva loca se comportaban como si de una carrera hacia arriba se tratara; intentando cada una alcanzar una altura insuperable. Todas aquellas plantas parecieron contagiar a sus congéneres los árboles, los cuales aun a pesar de sus durezas comenzaron a sacar de sus troncos las más hermosas ramas ya revestidas con multitud de verdes hojas.
             Aun a pesar de todo aquel entusiasmo, de aquel júbilo y jolgorio, la niña observó como los habitantes seguían extrañados además de un tanto asustados ya que no llegában a comprender del todo lo que estaba sucediendo. Por eso la niña haciéndose eco de aquella incertidumbre, cuando bajó de la torre, se sentó sobre uno de los pilares que daban sujeción a la baranda de la placita y explicó todo aquel hermoso fenómeno.
             Ahora sí lo entendimos todo, y todos comenzamos a vitorearla cantándole bonitas canciones del pueblo, al tiempo que le dábamos al Sol nuestra más feliz bienvenida.
            Aun nos estamos preguntando quién volteaba las campana si arriba de la torre no había nadie, y cómo alguien decía que había visto sonreír el redondo rostro del reloj de Sol y en el que ahora se podía saber que hora marcaba su solitaria aguja. Desde aquel día ya el Sol no faltó, sin embargo, la niña dejó muy clara una recomendación: <<Habréis de tener en cuenta de que cuando para Vds. sea la hora de irse a dormir, o sea, cuando tengáis sueño, acordaos de que el Sol también tendrá necesidad de hacerlo, así que alguien suba a la torre y lo cubra, y por la mañana cuando os despertéis descubridlo y lo tendréis de nuevo con todos vosotros para que el pueblo vuelva a vivir.>>
            La primera vez que esto sucedió la niña de las largas trenzas y faldita Azul, como el color del Cielo, pasó la “noche” en mi casa, pero, por la mañana cuando fui a su cuarto ya no estaba. Me asomé a la ventana y la observé caminando calle abajo, buscando la salida del pueblo. Iba muy despacio, como disfrutando del paseo, y así fue como la vi adentrarse por aquel sendero ya fuera del pueblo, seguramente ese sendero por donde se va al lugar donde nacen los ensueños.
           Hoy ya soy mayor, bastante mayor, y os puedo asegurar que en este, mi pueblo y desde aquel día, cuando llueve, entre el reloj de Sol y el que está arriba en la torre de la Iglesia se forma un Arco iris, y sobre él veo como la niña de las largas trenzas y faldita Azul se pasea cantando y riendo.
           Hoy es un día grande para mi pueblo, los mayores que forman el Consejo han decidido cambiarle el nombre. Ahora mi pueblo se llama: Niñadelsol.
 
 





3 comentarios:

  1. Santiago. Este último relato me ha encantado. No sé si habré acertado pero lo he relacionado con lo que le stá pasando a nuestra clase baja... Carmelo.

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  2. Hola Carmelo. No va por ahí pero, eres muy perpicaz... Saludos

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  3. Por aqui te doy las gracias a ese bonito comentario, Paco.

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