UNA NUEVA NAVIDAD

                Año tras año, la celebración de la Navidad ha ido y va destilando en los espíritus de la Poesía y los poetas, la emoción incontenible ante el misterio de la humanidad de Dios. La contemplación de la Navidad no es más que eso: regocijo y entusiasmo, por tanto amor acercado a nuestras vidas en la ternura del recién nacido.

                Dios se ha encarnado en la humanidad, reza nuestra Fe. Mas como el Dios encarnado sigue siendo infinitamente más grande que la humanidad histórica, podemos decir que no es Dios el que ha entrado en la humanidad, sino el hombre que ha sido atraído hacia Dios, acogido en el círculo sagrado del Amor Divino.

                Navidad es el hombre vivo en el seno de Dios. Es la absoluta libertad del espacio Divino abierto sin reservas para el hombre de buena voluntad. Aunque el hombre no sepa ser fiel a sí mismo, Dios ya no puede ser fiel a Dios sin serlo al mismo tiempo al hombre.

                Cada adviento nos pone en estado de alerta a fin de poder captar nuevos mensajes y comulgar con nuevos valores del inenarrable misterio de la Encarnación que, sin posibilidad de jamás agotarse, nos debería invitar a un constante renacer, y aprender continuadamente a mantenernos niños, si es posible, como ése que nos nace, cada veinticuatro de Diciembre, según la tradición popular.

                       ¡Dios Te Salve, María,

Llena eres de Gracia!

Esas debieron de ser

Las más hermosas palabras

Que dijera San Gabriel,

Una mañana en que el Sol

Se filtraba en Resplandor

Por la modesta ventana

De la Humilde habitación.

Gracias te damos, Señor,

Porque viniste a fijarte

En la más Hermosa Flor

Que el mundo pudo soñar;

Esa Madre sin igual

Que sin roce de varón,

Fuera capaz de Engendrar

La más Alta Bendición.

Ni tan siquiera la brisa

En su vuelo se posó

Y así enturbiar la sonrisa

De tan sutil recreación;

Tan sólo el Soplo de Dios

Que se coló por el aire,

En su Tierno Corazón,

Hizo posible el Milagro

De la Nueva Encarnación.