miércoles

LA NOVELA

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

Santiago Martín Moreno

 

GRANIZOS SOBRE UN TEJADO DE MADRUGADAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  Una noche tuvo sueño y, cansado, se fue a dormir, entonces vivió un ensueño, en el que veía a toda la gente de su ciudad, Atlanta, Georgia, vestida de la misma manera.

2° Más tarde, y recordando aquella visión tras presenciar como  una ciudadana “afroamericana” era despojada de su asiento en un tranvía, tuvo el gran sueño, la ilusión, la esperanza de que podría conseguir la igualdad.

3° Y así fue como, ilusionado, se volcó en una lucha por alcanzar, que a todo ser humano le fueran respetados sus derechos sociales.




                                                     


Martin Luther King, sería asesinado el 4 de abril de 1968, en el Lorraine Motel de Memphis, Tennessee, Estados Unidos de Norte América.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedicatoria:

 

A mi esposa Luisa,

para que en sus dulces ensueños

vea que nunca podré vivir sin ella,

ni sin aquel sueño de continuar disfrutando

lo que hoy alcanzamos juntos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A MODO DE PRÓLOGO

 


Durante el sueño de movimientos oculares rápidos, nuestra actividad cerebral es similar a cuando estamos despiertos, pero con algunas diferencias.

Es muy común despertar de un sueño vívido y olvidarlo a los pocos segundos. No obstante, existe una explicación científica que nos permitirá entender que hace que una persona no recuerde las imágenes reproducidas por el inconsciente.

Intentamos correr o gritar y no podemos, nuestros seres queridos mutan hasta convertirse en terribles monstruos sanguinarios, el corazón palpita y ahogamos un grito antes de despertar empapados en sudores o paralizados. Las pesadillas, como los ensueños, han acompañado al ser humano desde tiempo inmemorial, y, en términos generales se engloban dentro de las parasomnias (conductas anormales que aparecen durante el sueño),  relacionadas con él, en la que la persona vive momentos caracterizados por el miedo y una ansiedad que puede llegar a despertarle.

Si los ensueños causan un malestar significativo o interfieren con la actividad diaria sería interesante consultar con un especialista sobre la relación entre la conciencia y las emociones.

Despiertan curiosidad, desafían los límites de la comprensión y el intelecto, intrigan, sugestionan y en ocasiones asustan. Desde tiempos remotos, los ensueños y las pesadillas han despertado el interés de los seres humanos dando lugar a todo tipo de teorías entre lo emocional y lo mental.

Algunos psicólogos, en cierta medida y con algunas precauciones, aseguran que los ensueños pueden tener una función para simular peligrosas situaciones o la práctica de habilidades sociales. Así, desde semejante perspectiva, los ensueños podrían haber evolucionado como una forma de preparación para enfrentar ciertos desafíos en la vida real.

Numerosas son las obras poéticas y dramáticas, novelas o relatos breves de la literatura europea que se estructuran en torno al artificio literario o retórico de uno, o más, ensueños, a veces mal llamado sueños. Sueña un personaje una visión inescrutable; cuenta un narrador un sueño que anticipa la acción de su novela o cuento. El relato del ensueño justifica un argumento, o es clave para entender la locura de un personaje, sus neurosis: crea efectos de suspenso en textos fantásticos de la literatura más ancestral. 

La eficacia del ensueño cuando se trataba de entretejer una o varias acciones maravillosas con otras supuestamente verosímiles, mientras que, desde mediados del siglo dieciséis, los contemporáneos españoles estaban utilizando el recurso del “sueño ficcional” para escribir sátiras; sátiras, muchas de ellas llevaban el nombre de Sueño cuando deberían ser denominadas Ensueños. En ensueños proféticos se habían expresado visiones de existencia real, como Lucrecia de León, que sería confinada en el siglo dieciséis en las cárceles de la  abominable, entonces Santa Inquisición, y en cuyos archivos, los historiadores han hallado otros, ahora sí, sueños políticos que ofrecen hoy vías de acceso a la reconstrucción de las luchas ideológicas que recorrieron España.

Las miles de páginas escritas sobre los ensueños delatan, sin duda, la curiosidad que despertaba la experiencia onírica entre la antigüedad y el modernismo, mientras que su proyección artística confirmaba la eficacia de un recurso que los escritores y escritoras de épocas diversas adaptaron a sus necesidades expresivas.

La universalidad de este artificio literario es innegable; su recreación, en cambio, trasluce matices siempre diversos que apuntan generalmente a formas de pensamiento que son características de una época histórica.

Alguien escribió una vez acerca de un sueño: «Si de algún modo existo, si no soy una reencarnación de alguien, repetición o errata, existo como autor de los enemigos más acérrimos, para llevar a término este drama, que puede justificarme, requiero pues un año más, por lo que prefiero seguir soñando».

Y comprende entonces que “Dios le ha concedido el milagro de que un minuto se transformara mentalmente en un año”.

Por tanto, puede afirmarse que el tratado de Freud marcó la ruptura de una larga tradición histórica que, originada en el mundo griego, se había ido adaptando a las creencias de las civilizaciones europeas, desde el siglo quinto antes de Cristo, hasta fines casi del siglo diecinueve. En efecto, los lectores y lectoras renacentistas y barrocos de los clásicos griegos y latinos, se habían nutrido con otros preceptos, con ideas considerablemente diferentes de las que se impusieron a lo largo del siglo veinte, en no pocos países europeos y americanos.

Según una antigua tradición grecolatina los ensueños revelaban a veces la voz de los dioses, permitían predecir el futuro, estaban vinculados a la adivinación. En todo caso, su diversidad exigía un cuidadoso proceso de clasificación, para discriminar qué ensueños podrían ser verdaderos y cuáles falsos, en cuáles debía creerse y cuáles debían ser desechados por ofrecer sólo vestigios de inquietudes intrascendentes de la vigilia.


El autor




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            GRANIZOS SOBRE UN TEJADO DE MADRUGADAS

(Novela corta)

 

 

 

 

 

I

 

 

Aquel atardecer lluvioso cuando regresaba de su trabajo, y cuyo desempeño era ser Jefe de Seguridad y Psicología Social, en el Complejo de Física y Química de la Universidad, la cual contaba con unas grandes naves a modo de laboratorios dedicados a la Investigación y Desarrollo de Células Madres, se dirigía a su casa tras un complicado día en el que tuvo que solucionar algunos problemas con un grupo de alumnos.

Pablo, un militar licenciado en los Servicios Médicos durante los problemas ingleses cuando la mal llamada guerra de las Malvinas, o  “confuso” conflicto del Atlántico sur, sería una guerra no declarada oficialmente entre Argentina y el Reino Unido y que duraría alrededor de dos meses y medio durante el año 1982, por la cual se disputó la soberanía de las Islas Malvinas, Georgia del Sur y Sandwich del Sur.

En aquellos, a veces, trágicos momentos, y destacado en un Destructor español en calidad de patrullero en vigilancia y, aunque escasa defensa de las aguas territoriales españolas, prestaba sus servicios como asesor para una dotación cuya mayoría, al no haber entrado nunca en contiendas bélicas, sufría trastornos nerviosos ante la visión del paso de parte de la flota inglesa, y ante el temor de que en un momento determinado, la Dirección del Ministerio de la Armada, decidiera participar. 

Al final, tomaría la decisión de abandonar sus relaciones con la Marina en razón de que no le atraía mucho lo naval, y porque, en realidad, el tiempo que estuvo fue con carácter voluntario. Más tarde le sería ofrecido, dado sus conocimientos, un importante puesto en la Universidad.

 Pablo, era consciente de que pasaba por unos tiempos en los que se consideraba que no era un hombre feliz, y ese, que no otro era el motivo de que antes de llegar a su casa se detuviera en el bar del "inglés" y se tomara un par de chupitos de Ballantine acompañado de una cerveza.

Sabía que ese rato, y aunque sin hablar con nadie, iba a ser el único momento del que podría disfrutar hasta que ya en la cama le diera las buenas noches a su mujer, hasta que ésta intentara recuperar el ensueño de cada noche, y que la pasada le dejara un poco preocupado, en esta ocasión, bastante preocupado.

— Hooola, ¿dónde anda mi gente? —dijo abriendo la puerta con su llave.

— Aquí en la cocina —se oyó responder a Leonor, la hermana de  su mujer, y argumentando que Rosalía había subido a ducharse después de volver de su sesión de Fisioterapia.

— Hola papi —dijo Lucía, la mayor de los pequeños hijos y buscando los brazos de su padre.

— ¿De dónde viene mi mariposa con esa cara llena de harina? —dijo echándole los brazos.

— De la cocina, estoy ayudando a la tita.

— ¡Anda, mira que bien así te haces una buena cocinera!

Después de la cena, Pablo decidió pasar a la salita y escuchar las noticias en su pequeño receptor de televisión por cable.

Media hora después, Rosalía, una hermosa mujer de alrededor de cincuenta años con un impresionante bagaje de amoríos en su etapa universitaria con el tejido masculino, que se viera, sin desearlo, envuelta en una brutal agresión sexual realizada por cuatro de sus compañeros de clase durante una fiesta de fin de curso, la dejaría tocada mentalmente tras la visión del acto. Pasados unos meses y ante una exitosa investigación policial, gracias a unas confidencias fue detenido  el grupo, siendo la joven Rosalía, acusada de cómplice por la Fiscalía, aunque, al final, fue absuelta afortunadamente por las buenas relaciones e  influencias que su padre disfrutaba dentro del tejido judicial.

Con el paso del tiempo y tras muchas y exhaustivas sesiones de una profunda terapia practicada por un eminente Psiquiatra amigo de la familia, retomó sus estudios llegando a terminar con éxito la carrera de Medicina en la especialidad de Patología Forense.

   Tras veinticinco años de practicar su profesión, Rosalía se había jubilado para dedicarse a su marido y a sus hijos, al tiempo que en su propia casa dar clases de recuperación sobre temas médicos y en especial a los de su profesión, una profesión que sería heredada de su padre, también Patólogo Forense adscrito al Departamento de Criminología, y que alcanzó un altísimo prestigio en un caso de investigación criminal en el que no sólo encontró ciertas evidencias en el interior del cuerpo abierto de un sujeto, sino que consiguió dar a conocer al gremio policial que el peligrosísimo delincuente aparecido muerto en su propia casa de campo, no era otro que el famoso, y desde hacía varios años buscado por toda Europa, conocido en los internacionales bajos fondos  de la droga como “Zenda el monje”. Un Capo de la mafia turca y al que con una cirugía desconocida hasta ahora le habían cambiado el rostro de tal manera que nunca nadie, aparte de la camarilla más allegada a él, había conseguido darse cuenta de su  nueva fisonomía.

Rosalía, con presteza, se levantó de la silla en la que se encontraba junto a su hermana; pidió diciendo que se iba a la cama, cosa que por otro lado estaba deseando para ver si de una vez por todas  se acababan sus ensueños y pesadillas. ¿Cuántas noches llevaba ya intentando dar sentido a aquellas imágenes, a aquellas historias sin conexión alguna entre sí...?

Un tanto cansado y siendo consciente de que lo suyo era irse también a la cama, Pablo, decidió tomar el camino del dormitorio aprovechando que Leonor, su cuñada se había quedado para tener listo el comedor el día siguiente.

Una vez más y como cada noche, fue al cuarto de Lucía, su hijita a la que la madre ya había acostado, y ésta cuando lo vio entrar le pidió que le contara un cuento, aunque su pensamiento le llevó a "para cuentos estoy yo", sin  embargo, se sentó en la camita, y la niñita vuelta de lado hacia él, escuchaba:

"Este es un cuento que habla de una preciosa y pequeña mariposa que no estaba contenta con uno de los colores que tenía en el lado derecho de una de sus alas. Siempre estaba deseando cambiar ese color para que fuera el mismo que tenía en la otra ala, y cuyos colores fueran como los de las demás de sus amiguitas mariposas.

Pero ella era una mariposa muy  inconformista que pasaba, según otras, por una mariposita caprichosa.

Alguna mariposa ya mayor le dijo una vez: debiste estar feliz y contenta con el color que te ha venido dado, y no andar queriendo parecerte a otras mariposas.

Aquella pobre mariposita lloró larga y amargamente, pero no estaba arrepentida, y no dejaría de intentar conseguir lucir el lindo color en su otra ala.

La mamá la dejó llorar, hasta que fue a ayudarla, le limpió las alas hasta que se vio aquel amarillo que parecía oro. Desde entonces, la mariposita no volvió a tener caprichos tan tontos, y aprendió a quererse ella por sí misma, fuera como fuese.” Pero esto último, Lucía ya no lo oyó, se había quedado dormida.

Con un tierno beso en la frente, y un sueña con tus mariposas, mi amor, el padre apagó la luz y abandonó la habitación dejando la puerta entornada.

 

        -o0o-

 

Pensando en los maravillosos ensueños que estaría viviendo su mariposita, Pablo buscó a tientas la puerta de su dormitorio en el que se encontraba ya acostada su esposa pues era muy dormilona y además, según comentó, se hallaba muy cansada debido a la enfermedad neuro-reumatológica que venía padeciendo desde hacía largo tiempo, y que acusaba en extremo por la humedad de aquellos días así como tras uno de mucho trabajo en la casa, y es que además de la pequeña Lucía también tenían a Jesusín de tan sólo seis meses, el cual se hallaba en su cunita durmiendo dulcemente, y a quien cuidaba junto con su hermana Leonor, tras la separación de ésta, al haber sido  abandonada por su joven marido pocos meses después de la boda

Sin hacer el menor ruido, se desnudó y se metió en la cama con la postura enfrentada con la de su mujer a la que después de un amoroso beso le dijo en silencio hasta mañana, y a la espera de que pasara una noche tranquila, y es que últimamente venía sufriendo de ensueños que rayaban en pesadillas, pesadillas que al día siguiente, a veces le contaba, y que él comprendía que era para encontrarse mal…

 

 

 

 

 

 

 

 

    II

 

"Rosalía, ven, agárrate a los obenques, las cuerdas gruesas de los lados, y coloca los pies sobre el brandal, y no tengas miedo que aunque te parezca que los ratlines  están flojos son muy seguros. Venga, miedosa, y no mires hacia abajo; ya verás cuando estés arriba lo bien que vas a ver saltar esas orcas y el jaleo que forman cuando se zambullen en esta parte de la gran ensenada de Skagerrack, aunque durante la semana próxima vas a alucinar con las otras especies que se parecen más a los delfines y con las que hasta puedes bucear. Allí se pueden ver en su costa pacífica y en las aguas del Sudeste de la Isla del Coco. La Isla del Coco es una isla y Parque nacional situado en el océano Pacífico, y que pertenece al Cantón de Puntarenas.

Rosalía seguía fielmente todos los consejos que iba recibiendo, pero como aparte de ser una mujer prudente estaba atenta a aquellas indicaciones, con el fin de no fallar ya que el brandal se encontraba muy cerca de la borda, seguía con toda atención para no resbalar ya que aun a pesar de las recomendaciones no las tenía todas consigo. Por supuesto que no miraba hacia abajo, sin embargo, queriendo tener más información que le diera mayor seguridad buscó con la mirada de dónde venían las indicaciones, pero se sorprendió al darse cuenta de que se encontraba sola, que desde arriba del mastelero, desde donde a ella le parecía que le llegaban las indicaciones, no veía a nadie por lo que, saltándose el consejo de que no mirara hacia abajo, paseó la mirada sobre la cubierta quedando de nuevo sorprendida al observar que sobre ella tampoco se encontraba nadie. Entonces ¿de dónde venía la voz que le estaba dando aquellas indicaciones?

No obstante, en la creencia de que no veía al hombre porque, posiblemente estuviera oculto sobre la plataforma de la cofa, continuó la ascensión. Cuando llegó arriba se sorprendió de nuevo al ver que allí no había nadie, por lo que volvió a preguntarse qué demonios estaba ocurriendo, y por qué había accedido a aquel paseo, si al fin y al cabo tan sólo de trataba del amigo de su marido que la había invitado, aunque desconocía el motivo ni la aceptación por parte de él.

Miró nuevamente, hacia la cubierta, y se quedó con la boca abierta cuando ahora y sin saber de dónde habrían salido, vio que allí había un montón de gente bebiendo y bailando como si fuera una celebración, sin embargo, ella no tenía ni idea de semejante situación. Absorta en aquellos pensamientos no se dio cuenta de que un gran águila de color oscuro se acercaba en vuelo rasante hasta donde ella se encontraba. En una fracción de segundo, se percató de que se trataba del gran ave Fénix que coronaba el gran pináculo del edificio de la Compañía de seguros La Unión y el Fénix,  que se hallaba en la avenida del paseo marítimo que se encontraba frente a donde el barco estaba fondeado, y que se había descolgado del edificio silenciosamente y dirigido hacia ella.

Ya no le dio tiempo a pensar más, pues en ese intervalo, la gran ave alargando sus garras, la enganchó por los hombros arrancándola de la cofa del palo mayor del barco, y elevándose en el celeste y límpido espacio sobre un mar tranquilo. Durante el vuelo de unos centenares de metros, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y que el animal hundía sus largas y afiladas uñas en sus carnes haciéndola sangrar, y consecuentemente, su cuerpo iba soltando grandes chorros de sangre viendo desde la altura como desaparecía el celeste agua de la bahía y viéndose todo de color rojo. Cada vez que intentaba zafarse de aquellas poderosas garras los chorros de sangre eran mayores. No lo conseguía sin embargo, en un momento dado el animal abriendo sus enormes y frías garras y ya adentrada en el mar, la dejó caer haciendo que aquel cuerpo formando vórtices fuera a estrellarse de forma estrepitosa sobre las aguas de la Bahía".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    III

 

Debido al tremendo y gran latigazo, al parecer de índole extremadamente nervioso, que a modo de salto dio  Rosalía en la cama con un despertar absolutamente bañado en lágrimas y agarrando fuertemente a su marido…

— ¿Otra vez la pesadilla? —le preguntó el marido tras sentir el brusco despertar de su mujer que, lo tenía abrazado, y sentir como aquellas lágrimas lo envolvían a él.

— Otra vez la misma pesadilla, y ya no sé qué pensar, no le encuentro sentido —le respondió al tiempo que, incorporándose, salía de la cama, abría el cercano ropero y tomaba una de las toallas con la que procedió, sin dejar de darle vueltas a lo sucedido, al objeto de encontrarle un motivo, a secarse la abundante sudoración producida por el horror vivido a través del subconsciente durante la pesadilla.

Cuando Rosalía, sentada sobre el borde de la cama le relataba, groso modo, el ensueño sin dejar de lamentarse…

— Si mal no recuerdo esta es la tercera vez que tienes la misma pesadilla —le comentó el marido saliendo del lecho y ayudándola a secarse.

—Creo que debíamos de buscar a alguien que sepa interpretar lo que vivo en las pesadillas, sobre todo tratándose de que a intervalos diarios es lo mismo y en el mismo lugar, un lugar por demás en el que nunca he estado. Y lo más curioso es que recuerdo hasta los nombres; de cómo existen en esos países las islas, la bahía, pero, ¿y el barco, de quién es, y quienes aparecen al final como si fueron unos invitados? Y ¿Por qué aparece en el ensueño el edificio de la Unión y el Fénix?

— Cariño, no le des más vueltas, intentaré averiguar si hay algún especialista que nos pudiera ayudar de algún modo —le dijo el marido pidiéndole que volviera a acostarse.

 

        -o0o-

 

A la mañana siguiente, y tras dejar más tranquila a su mujer, se marchó con dirección a la Facultad de Filosofía y Letras en la que su amigo Ismael, ya acabada su carrera y después de haber obtenido una plaza en la Facultad, impartía clases. Llevaba en mente la idea de que su amigo, tras ponerlo al corriente de cuanto le sucedía a su mujer, dentro del marco de sus posibles conocimientos paranormales sobre el subconsciente pudiera echarle una mano; sabía que no sería, posiblemente, la persona idónea, aunque seguramente sí que podría recomendarle a algún especialista.

En un momento de la conversación en la Cafetería de la Facultad, Ismael le dijo que, a veces, la capacidad individual de ensoñación nos lleva, a través de nuestra mental e inconsciente maquinaria imaginativa, a vivir momentos de minutos, horas incluso días, en la que somos transportados a situaciones que fueron deseadas, pero frustradas en razón del estrés, el cansancio, la adición a los barbitúricos, el amor, o el odio desde un prisma racional aunque, en cierta medida, en ocasiones generada por un rencor que podríamos decir de carácter visceral.

Después de la amena y breve charla acerca del comportamiento humano mental con respecto de los ensueños y las pesadillas, y manifestando con toda sinceridad que no estaba preparado para una recomendación que diera resultado en el caso de Rosalía, echó mano de sus contactos escribiéndole en el reverso de una tarjeta suya, el nombre de Ángel Domenech, Profesor de Yoga y Doctor en Psiquiatría clínica, y del que le informó que estaba muy preparado para evaluar, diagnosticar, tratar y aconsejar sobre enfermedades mentales acerca del tema en el que pueden estar implicados: la depresión, la ansiedad, el uso de sustancias, los trastornos de personalidad, problemas de conducta, así como problemas interpersonales, etc.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    IV

 

Acordada una entrevista con el citado Doctor Domenech, el cual se mostró a Pablo con cierta e interesante amabilidad familiar, y encontrándose ambos en su propia casa, una vez conocida la historia acerca de los trastornos mentales, ensueños y pesadillas que sufría su esposa, comentó…

Podría decirle que la primera observación a tener en cuenta con el fin de analizar los ensueños es, sin duda, que, lejos de figurar constantemente en ellos el elemento, a veces, de carácter premonitorio, resulta excepcional en el noventa por ciento de los casos. En primer lugar, el sueño sufre el efecto de los estados orgánicos.  En casos de un régimen sobrio, problemas con la salud, o alteración de los horarios en que se acuesta o se levanta, sus visiones nocturnas no tienen por qué presentar ningún síntoma de carácter desagradable. Inversamente toda anomalía funcional tiende a engendrar cierto tipo de pesadillas.

La analogía de una imagen onírica con un hecho futuro puede ser directa, simbólica o inversa. Cada mentalidad refleja las virtualidades anunciadoras del porvenir según la condición receptiva de la persona.

Los antiguos lo comprendieron perfectamente, ya que no interpretaban el mismo ensueño de la misma manera refiriéndose a dos personas de condiciones sociales diferentes. La observación personal revelará a cada uno en cuál de los tres sentidos, directo, simbólico o inverso, ha de considerar sus ensueños.

 

        -o0o-

 

Aunque sería importante analizar alguno de esos ensueños acompañados de pesadilla, en grandes rasgos, si se posee condiciones especiales para sentir la premonición en el modo directo, soñará por ejemplo, encontrándose en posesión de aquello que se desea y, al mismo tiempo, sentir una fatiga y una lasitud considerables; el modo simbólico se traduciría mediante un ensueño en el que se vería corriendo largo tiempo tras algo, a veces virtual y en marcha, para terminar dando alcance; finalmente, el modo inverso podría ilustrarse mediante el abandono del proyecto y el consiguiente contratiempo.

En fin, querido amigo, esto de los sueños y los ensueños con pesadillas o sin ellas que, por otra parte, nunca deben ser confundidos, es muy complicados de explicar, como complejo para nosotros son los temas oníricos a la vez que los paranormales, y en ocasiones, con o sin las naturales persuasiones extrasensoriales, del subconsciente.

De regreso a su casa estuvo poniendo al corriente a su mujer de lo hablado con su amigo y comentando que a veces esos temas suelen suceder por una razón de origen karmico, aunque no siempre, evidentemente; tu doble aborto de mellizos meses atrás, es muy posible que sea el móvil de tus muchos ensueños actuales dado que, tanto tu como yo, volcamos nuestras ilusiones en haber podido conseguir aquello tan deseado de ser padres de una parejita, sin embargo, por el momento, y yo no pierdo nunca las esperanzas, sigo en mis "trece" de que un día oigamos sonar la flauta, y no será por casualidad, en la que como tú sabes nunca he creído, y si en la causalidad (relación causa y efecto, pues donde haya una causa inexorablemente debe haber un efecto). Así pues, cariño, desde esta perspectiva, tú sigue descansando, y esperemos que se acaben tus ensoñaciones pesarosas, mientras tanto yo no dejaré de aprovechar la más mínima oportunidad de intentar que se cumplan nuestros sueños en cuanto te encuentres completamente restablecida, y piensa que, al menos, somos afortunados al poder disfrutar de nuestra Lucía y el pequeño Jesusín.

Aquella noche, en el transcurso de un duermevelas relajante, y proporcionado, cual monólogo, por su marido al que le estaría siempre eternamente agradecida por su amor entregado y su dedicación, una vez más se quedó profundamente dormida…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    V

 

 “Recién llegada la familia a una de las tres urbanizaciones más lujosas de aquel pueblo costero de más de diez mil habitantes, pero que en el verano alcanzaba, entre hoteles, hostales abiertos sólo durante Julio y Agosto, así como una inmensidad de casas rurales, algo más de quince mil almas, los dos hijos pequeños pues eran únicos que tenían el matrimonio González - Marín, solicitaron ir a dar un paseo por la playa mientras los padres organizaban la instalación del chalet y en el que pasarían parte del verano huyendo de los calores de la ciudad.

Jugando a hacer carreras por la orilla, con los pies descalzos, zapatillas en las manos, pues por orden de sus padres tenían prohibido el baño a menos que fueran acompañados de ellos, los dos hermanos Tonio y Dorian, de ocho o nueve años, disfrutaban, aunque con sus elegantes atuendos playeros, pantaloncitos pulcramente blancos y camisetas azules de rayas marineras, se entretenían en buscar conchas al tiempo que en espantar a las pequeñas y no tan pequeñas gaviotas que por todas partes habían en razón de que muy cercano, se hallaba ubicado un pequeño puerto pesquero que era el sustento del pueblo.

En un momento de descuido, el más pequeño de los hermanos se sintió sorprendido por una de ellas que le dio un fuerte picotazo en la cabeza, al tiempo que el gorrito playero de color azul rodaba por la espumosa orilla empujado por el travieso aire del sur, afortunadamente, uno de los pescadores que se encontraban en la orilla afanado en la pesca de fondo con caña, percatándose del ataque que sufrió el crío, y siendo conocedor, por su larga experiencia, del daño que, en ocasiones, producen las gaviotas con su duro pico a algunos paseantes, abandonando su pesca, y llamando al niño para que se acercara hasta donde él se encontraba, y comprobando la herida que el pájaro le había producido, abriendo su caja extrajo un bote desinfectante con el que procedió a su limpieza colocándole seguidamente una tirita con lo que el muchachito se quedó tan agradecido como dispuesto a seguir su paseo ahora ya alejado lo suficiente de aquella bandada de bichos.

 

        -o0o-

 

Una hermosísima caracola de la que asomaba tan sólo un extremo y con  el resto de su concha aun enterrado en la arena y que la bajamar estaba dejando casi al descubierto, hizo que los dos hermanos se olvidaran por el momento del incidente, por lo que una vez extraída y lavada en la orilla se dedicaron a practicar la escucha del mar como tenían entendido por la gente del lugar. Pasado un rato y entretenidos escuchando ensimismados aquel tesoro, a la vez que pensando que hacer con ella al llegar al chalet...

Obedientes a las indicaciones de su padre, conocedor de los peligros que entrañaba el escalar hasta los altos acantilados que se encontraban cercanos a la playa, y desde cuyas alturas se podía disfrutar de las inmensidades del mar, al igual que hacían los muchos campistas que entre los claros de aquella fabulosa y frondosa arboleda de palmeras, moreras o pinos autóctonos, pasaban los fines de semana y, a veces, algún que otro mes de la temporada veraniega, los dos hermanos aun mirando con infantiles deseos de subir escalando hasta allá arriba como lo hacen los profesionales y, en ocasiones muchos aficionados domingueros sin ser conscientes de lo que les pudiera ocurrir, los chicos desestimando aquellos pensamientos, continuaron paseando y jugando sobre las brillantes y doradas arenas.

Sobre la orilla, las olas retroceden un poco, con un rumor de roce de arenas; después estalla y se expande, lechosa, sobre el declive, para volver a ganar el terreno perdido. Apenas si una subida más fuerte, aquí y allá, moja por un instante algunos centímetros.

Y todo queda de nuevo inmóvil; el mar, liso y azul, exactamente detenido a la misma altura sobre la arena amarilla de la playa, en la que caminan uno al lado del otro los dos muchachitos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    VI

 

Son rubios, casi del mismo color que la arena: la piel un poco más oscura, el cabello un poco más claro. Están vestidos los dos de la misma manera, pantalón corto y camisita, ambos de una fina tela de azul marinero.

Caminan uno al lado del otro, llevándose a veces de la mano, en línea recta, paralelamente al mar al igual que al acantilado, casi a igual distancia de ambos, aunque un poco más cerca del agua. El sol, en el cenit, no proyecta ninguna sombra a sus pies.

La arena es enteramente virgen, amarilla y lisa desde la montaña hasta el agua. Los niños avanzan en línea recta, con un paso de paseo regular y sin que se produzca el menor cambio en ellos tranquilos y relajados. Detrás de ellos la arena, apenas húmeda, marcada por cuatro líneas de huellas dejadas por sus pies desnudos, cuatro sucesiones regulares de huellas semejantes e igualmente espaciadas, bien cavadas, sin rebordes.

Los niños miran derecho ante ellos. Apenas echan siquiera una mirada hacia el alto acantilado, sobre su izquierda, ni hacia el mar cuyas olitas rompen periódicamente, sobre el otro lado. Menos todavía se vuelven, para contemplar detrás de ellos la distancia recorrida. Prosiguen su camino.

Ante ellos, la bandada de gaviotas zanquea en la orilla, justo en el límite de las olas. Progresan paralelamente a la marcha de los niños, en el mismo sentido que ellos, y a medio centenar de metros aproximadamente. Pero como los pájaros van mucho menos rápidos, los niños olvidados ya el incidente se aproximan a ellos. Y mientras el mar borra los trazos de las patas estrelladas a medida que se imprimen, los pasos de los niños permanecen inscriptos con nitidez en la arena apenas húmeda debido al peso y donde por naturaleza las dos líneas de huellas continúan alargándose.

 

        -o0o-

 

La profundidad de estas huellas es constante: cerca de dos centímetro. No están deformadas ni por el hundimiento de los bordes ni por un hueco demasiado grande del talón o de la punta. Parecen recortadas de un modo incisivo sobre la capa superficial más móvil de la superficie playera.

Su doble línea se desarrolla así cada vez más lejos, y parece al mismo tiempo disminuir, retardarse, fundirse en un sólo trazo que separa la playa en dos bandas, en toda su longitud, y que termina en un menudo movimiento mecánico, allá abajo, como ejecutado siempre en el mismo lugar: el descenso y el ascenso alternado de cuatro pies desnudos.

Sin embargo, a medida que los pies desnudos se alejan, se aproximan a los pájaros. No solamente ganan terreno, sino que la distancia relativa que separa a los dos grupos disminuye todavía con menos lentitud, en comparación al camino ya recorrido. Pronto no hay más que algunos pasos entre ellos…

Pero cuando los niños parecen estar al fin por alcanzar a los pájaros, estos sacuden de pronto las alas y vuelan, uno primero, después dos, después diez, y toda la bandada, blanca y gris, describe una curva por encima del mar para regresar a asentarse sobre la arena y volver a zanquear, siempre en el mismo sentido, sobre el límite de las olas, aproximadamente a medio centenar de metros. A esta distancia, los movimientos del agua son casi imperceptibles, a no ser por un cambio súbito de color, cada diez segundos, en el momento en que la espuma destellante brilla gracias al sol.

Sin ocuparse de las huellas que continúan trazando, con precisión, en la arena virgen, ni de las suaves olas a su derecha, ni de los pájaros, que por momentos vuelan y por momentos caminan, precediéndolos, los niños rubios avanzan uno al lado del otro, con un paso relajado al tiempo que entretenido.

Ante ellos se extiende repetitiva la arena amarilla y lisa, hasta perderse de vista. Sobre su izquierda se levanta la pared de piedra parda, casi vertical, en la que no se ve ninguna salida. Sobre su derecha, inmóvil y azul desde el horizonte, la superficie lisa del agua es bordeada por un ribete súbito, que rompe en seguida para expandirse en espuma blanca.

Después, diez segundos más tarde, la onda que se infla cava de nuevo la misma depresión, del lado de la playa, con el rumor del roce de la arena.

La ola rompe; la espuma lechosa trepa de nuevo la pendiente, volviendo a ganar algunos centímetros de terreno perdido. En el silencio que sigue, tres campanadas lejanas resuenan en el aire calmo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    VI

 

—Ahí está la campana —dice el más chico de los varones, el que camina cercano a la orilla.

Pero el ruido del leve y suave rompiente el mar lo aspira cubriendo el demasiado aunque débil tintineo. Es necesario esperar el fin del ciclo para percibir de nuevo algunos sonidos, deformados por la distancia.

—Es la primera campanada —dice el mayor.

Cuando la calma regresa, no escuchan nada más. Los dos niños rubios caminan siempre con la misma cadencia regular y animada. Ante ellos la bandada de pájaros que no está más que a unas zancadas, ganada por un brusco contagio, sacude las alas y se echa a volar una vez más ante la expectativa de los jovencitos.

Describen la misma curva encima del agua, para venir a posarse otra vez sobre la arena y volver a zanquear, siempre en el mismo sentido, justo sobre el límite de las olas.

—Puede ser la primera —si no se ha oído la otra antes, continúa el más pequeño

—La habríamos oído igual —respondió el hermano.

Pero, por esto no han modificado su paso; y las mismas huellas, detrás de ellos, continúan naciendo, a medida que las imprimen sus cuatro pies desnudos.

—Dentro de un rato estaremos ya bastante cerca… —dijo el menor.

Después de un momento, el más mayor de los dos, el que se halla del lado del acantilado dice: Estamos todavía lejos, y caminan sin perder el ánimo.

Se callan hasta que la campana, siempre indistinta, resuena de nuevo en la calma del aire. El mayor de los niños dice entonces: Ahí está la campana.          El otro chiquillo no responde.

Los pájaros que están a punto de ser alcanzados sacuden las alas y vuelan de nuevo todos en bandada.

Momentos después toda la bandada está de nuevo posada sobre la arena, progresando a lo largo de la orilla alrededor de unos cincuenta metros delante de los niños.

El mar borra los rastros estrellados de sus patas a medida que las imprimen. Los niños, por el contrario, que caminan más cerca del acantilado, uno al lado del otro, van dejando detrás de ellos huellas profundas, cuya doble línea se alarga paralelamente en los bordes, a través de la larguísima playa.

A la derecha del lado del agua inmóvil y lisa, rompen, siempre en el mismo lugar, las mismas pequeñas olas.

Los sonidos de aquellas campanadas les dieron a entender a los dos niños que era señal inequívoca de que debían volver. Y eso hicieron, cuando al comenzar a desandar el paseo vieron desde una mediana distancia acercarse surcando las doradas y tranquilas arenas, a un "buggui" de colores muy llamativos, detalles estos que llamaron poderosamente la atención, y es que los dos eran muy aficionados al "Scalectric" aquellos fines de semana, cuando libres de la escuela y sus rigores, se pasaban horas en "duras" competiciones sobre la tibia y juvenil alfombra del su cuarto de juegos.

 

        -o0o-

 

Cuando aquel ruidoso y esquelético cacharro llegó a la altura de los dos menores, el muchacho que conducía el "todoterreno playero", saltó ágilmente de él, y ante los dos chicos, aún asombrados...

— Hola, chicos, ¿os gusta mi bólido? —dijo de forma un tanto desenfadada y sonriendo al tiempo que se ponía un sombrero de tipo tejano.

—Sí, —dijeron los dos muchachitos como si se hubieran puesto de acuerdo.

— Bueno, pues si queréis os invito a dar un paseo por la playa —les ofreció justo cuando se echaba el sombrero hacia atrás.

Escuchado este ofrecimiento, los dos niños se miraron el uno al otro, por lo que sin pensárselo dos veces y olvidando la promesa de que volverían cuando escucharan las campanadas en la torre de la iglesia, decidieron aceptar el ofrecimiento.

Mostrando ambos una sonrisa de complicidad, los dos menores dieron unos pasos hacia adelante sin que la ingenuidad propia de la edad pudiera observar la diabólica sonrisa que, a todas luces, se veía a través de una hilera de blancos, aunque no muy bien cuidados dientes.

—¿Cómo os llamáis? —preguntó el muchacho, haciéndoles una señal de cómo debían sentarse.

— Éste se llama Dorian —dijo señalando a su hermano —y yo me llamo Tonio.

         Cuando aquel esqueleto con ruedas alcanzó una velocidad considerable al tiempo que daba tumbos sobre las doradas dunas, cual cabriolas equinas, los dos niños asustados y doloridos sobre los nada confortables asientos, les suplicaron al joven que detuviera la ahora para ellos infernal máquina que no querían continuar, y que deseaban bajarse pues se le hacía tarde para volver a casa.

El muchacho sin la más mínima consideración ante el ruego de los niños, echándose a reír les dijo mostrando una vez más la hilera de dientes que masticaba un mondadientes.

— De aquí no se baja nadie, antes iremos a mi casa, y luego ya veremos cómo se me presenta el asunto, porque vuestros padres me parece que son muy ricos, ¿verdad?

— No sé qué quieres decir —dijo el que se llamaba Tonio y que, al parecer, era el más despierto.

— No os hagáis los tontos  demasiado bien sabéis que quiero decir —dijo mostrando cierto mal humor.

— La verdad es que no sabemos qué quieres decir con eso de que nuestros padres son muy ricos —dijo ahora el menor de los hermanos removiéndose en aquel duro hueco del habitáculo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    VII

 

— Veis, ya me estáis cabreando; vale vosotros ganáis. Me refiero a que tienen mucho dinero ¿no?

— Por qué piensas que tienen mucho dinero —dijo el mayor frunciendo los entrecejos.

— Porque tenéis una casa muy buena y bien cuidada aquí en la costa, y eso demuestra que os la cuida alguien. Y siendo una segunda vivienda lo dice todo, y además que os vi esta mañana cuando llegasteis en aquel cochazo; ¿queréis más detalles? —dijo deteniendo el cochecillo delante de un portalón de aspecto bastante mal cuidado.

— Pues si es tan sólo por eso estás muy equivocado, porque en primer lugar: la casa es de mis abuelos, los que son por parte de nuestra madre, y en segundo lugar, el coche es de la empresa donde trabaja mi padre, un concesionario de automóviles y del que él es el Gerente y Socio, ya verás, tanto como te gusta observar a la gente que igual la semana que viene cuando vengamos de nuevo a pasar el puente trae un coche diferente, así que vaya chasco si lo que pensabas era hacer el secuestro de dos niños —dijo el mayor con cierta soltura y un tanto sarcástico aun a pesar de la edad.

— Pues sí que lo tengo claro, pero, entonces tendré que organizarlo de otra manera visto que aquí quien tiene la pasta es el abuelo —dijo el muchacho echándose a reír.

— Esto no te lo esperabas ¿verdad? Creo que lo mejor que harías es llevarnos de vuelta y dejarnos cerca de la entrada a la Urbanización, nosotros no diremos nada, así que por ese lado puedes estar tranquilo —dijo el muchachito.

 

        -o0o-

 

— De eso nada, ahora juntad cada uno una mano que os voy a poner una pulsera que os va a gustar —dijo al tiempo que abría la pequeña guantera ubicada en el estrecho salpicadero.

 El mayor de los hermanos que venía todo el tiempo estudiando una fuga para los dos o en el peor de los casos saltar del coche él solo y salir corriendo a pedir ayuda, no reparó en que estaban atados y además cuando observó que en el interior del cajoncillo que hacía las veces de una guantera, asomaba la culata de un revolver, por lo que dando de lado aquellos pensamientos hasta mejor ocasión, accedió sin reparos a lo que el muchacho le pedía.

Momentos después llegaron a la vivienda del muchacho que no era otra cosa que una especie de almacén poco menos que con apariencia de abandono. Con ambas manos atadas con la gruesa brida, los dos hermanos cual siameses fueron obligados a bajarse del coche y entrar al interior de aquella nave nada espaciosa y en la cual parecía que era el lugar de residencia del joven.

 Una vez los dos hermanos dentro, el joven volvió al coche, lo arrancó y lo introdujo hasta un lugar en el que escasamente cabía el buggui, luego cerró el portalón indicándole a los niños, después de encendidas unas sucias bombillas huérfanas de sus correspondientes pantallas, que entraran en una habitación desde la que partían dos destartaladas puertas, tan desvencijadas que a través de la cantidad de aberturas al estar las tablas no sólo viejas sino que casi podridas por el tiempo que dejaba ver en parte al otro lado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIII

 

La habitación, que parecía ser la principal de la, llamémosle, vivienda la cual provista tan sólo estaba provista de un sofá frente a una mesilla con una pequeña televisión, una mesita de centro que, al parecer, hacía de mesa de comedor, un aparador aparentemente nuevo y un frigorífico de donde extrajo una bolsa de magdalenas y una botella de leche que les ofreció a los muchachos al tiempo que les indicaba una de las puertas con el fin de que pasaran a su interior.

Cuando los dos muchachitos estaban dentro y ya encendida la luz comenzaron a relatar en voz alta, y es que al parecer y a su corto juicio, aquella estancia les dio la impresión de tratarse de una especie de trastero en el que parecía que el propietario podía dar cobijo al producto de un sinfín de fechorías. Y es que no sólo se amontonaban neumáticos nuevos y seminuevos entre una buena selección de herramientas propias de aquellos hurtos y escalos que le fueran propicias.

Ambos hermanos se miraron el uno al otro sin saber acerca de que más podían protestar, por lo que los dos ya cansados se sentaron sobre el borde de aquel camastro existente al fondo como único mueble del esperpéntico receptáculo, a excepción de una desvencijada silla sobre un suelo que no brillaba precisamente por una limpieza regular.

 

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 Un ventanuco pues no se le podría llamar de otra manera a aquel hueco semicuadrado y abierto en la pared lateral a cierta altura, comenzó a rodar por la mente del más mayor quien haciéndole un gesto al hermano ambos se entendieron muy bien en el sentido de esperar al día siguiente e intentar ver a donde daba aquel cochanbroso hueco, aunque no las tenían todas consigo pues si bien no se encontraba a mucha altura, al reparar en aquella ruinosa silla sobre la que debería subirse, esta no les daba una buena perspectiva de seguridad.

Tonio, un poco más despierto, pensó en que tal vez moviendo aquellas ruedas y colocándola unas sobre otras podrían llegar, pero, ¿quién las movía y además las subía desde abajo si ellos eran evidentemente muy  pequeños?

Este pensamiento les recordó que no habían comido nada, y que para aquella dura faena deberían recuperar fuerzas, así que abriendo la bolsa de las magdalenas se las engulleron todas al igual que hicieron con la botella de leche.

Bien temprano, escucharon como se descorría un cerrojillo, saltaron de aquel no muy limpio camastro en el momento que, lanzando unos gruñidos las no muy bien lubricadas bisagras, cedieron dando paso al golfo con más que evidentes señales de haber pasado fuera toda la noche.

Para sorpresa de los dos hermanos, aquél despreciable hombre no entró sólo al cuartucho sino que venía seguido de una mujer joven y aproximadamente de la misma edad de Juan, que así era como se llamaba aunque a él le gustaba que lo llamaran Yoni.

 

 

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Cuando la mujer estuvo dentro se quedó prendada de ambos hermanos, y es que sus ropas ya dejaban a las claras que no debían ser pobres. Sin dejar de mirarlos, su mente le llevó hasta unas horas antes cuando en la barra de la taberna estuvo escuchando de labios del joven el proyecto que se traía entre manos con respecto de la fructífera idea de un secuestro con suculento rescate, y es que él tenía conocimiento de que los hermanos eran hijos únicos por lo que dedujo que los padres harían lo imposible por recuperar a sus hijos. 

Tras reflexionar para sí unos momentos, la joven, contemplando detenidamente a los dos chiquillos, decidió decirle a Yoni que colaboraría en el asunto si es que era verdad de lo seguro del secuestro, y si realmente estaba convencido de un final feliz acerca de llevarse ella una buena parte.

Habían transcurrido varias horas desde que los padres se encontraban muy intranquilos viendo que los dos niños no aparecían, por lo que el padre decidió acercarse a la playa a ver si es que se hubieran entretenido con alguno de los niños vecinos.

Como quiera que el resultado fue infructuoso dada la hora, de regreso a la casa y no haber habido noticias por parte de su mujer, de común acuerdo y dejándola hecho un manojo de nervios, decidió desplazarse al Cuartelillo de la Guardia Civil con el fin de notificar la desaparición.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IX

 

 

Una vez en la Comandancia y rellenado el pertinente expediente en calidad de denuncia por desaparición, el Sargento de guardia le recomendó que volviera a su casa, que ellos iban a dar una batida por las diferentes urbanizaciones y sus aledaños, y que aprovecharan de camino para visitar a algunos vecinos por si los niños se hubieran entretenido en la casa de alguno de sus posibles  amiguitos de los que también pasaban allí el verano y los fines de semana, y que si avanzada la noche seguían sin tener noticias, elevaría la denuncia hasta la Comisaría en la capital al objeto de que enviaran al grupo de detectives especialistas.

 

            -o0o-

 

Pasado un buen rato, Yoni le dijo a la muchacha de nombre Lola, que cogiera uno de los folios que se encontraban sobre el aparador y escribiera una nota para notificar el secuestro y pedir un rescate, y que lo hiciera ella que se le daba mejor la escritura. Así que Lola, comenzó a escribir según le iba diciendo Yoni lo que tenía que poner para que no quedara muy claro quiénes eran los secuestradores. Al principio, Lola quería haber realizado un texto con las letras recortadas de las revistas que tenía en uno de los cajones. Sin embargo, Yoni le dijo que esa manera era poco práctica y muy trabajosa, que era mejor hacerlo escrito con letras desfiguradas. Así que una vez acabado, los dos estaban de acuerdo en haber puesto directamente cuáles eran las pretensiones del rescate que darían a dar a conocer a los padres, y las cuales hablaban de que deberían pagar la cantidad de trescientas mil pesetas; que hicieran tres paquetes de cien mil pesetas cada uno, en billetes pequeños,  usados y de forma individual, y que ya les avisarían de cómo y dónde deberían depositar los tres paquetitos previamente metidos en una bolsa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    X

 

“Mañana día doce a las doce del mediodía, deben meter el dinero en una bolsa de supermercado, luego llevarla al otro super que está en la plaza, e introducirla en la taquilla número siete, allí la dejarán cerrando de nuevo la puerta y llevándose la llave pues no queremos ninguna sorpresa. Cuando tengamos el dinero en nuestro poder, y si todo está en orden, recibirán una llamada en la que le diremos donde podrán recoger a los pequeños."

Una vez que estaba terminado el texto, este fue introducido en un sobre, por cierto, bastante usado y utilizando un sello postal sin matar  y que fuera despegado de otro sobre utilizado anteriormente. Y así con mucho desparpajo aquel mismo día ya obscurecido, Yoni se dirigió hasta el segundo buzón que se encontraba al otro lado del pueblo pues solamente existían dos, y allí al amparo de la noche depositó el sobre con la esperanza de que, dada la cercanía, fuera repartido al día siguiente, detalle este que pudo comprobar cuando a primera hora de la mañana dando una vuelta por el lugar observó cómo fue abierto el buzón general por el funcionario de correos y una vez llevadas las escasas cartas hasta la motocicleta, éste entraba en la oficina con la pequeña saca.

Sobre el mediodía pudo comprobar que el cartero entregaba la carta en el domicilio de los niños, y de cómo el mensaje era recibido un tanto sorprendido por el padre, quien en la misma puerta se dedicó a abrir el sobre, pues era de suponer que no esperaría durante aquellos días de vacaciones el que recibiera correo alguno por parte de la empresa.

Yoni, con una maléfica sonrisa que le cogía de oreja a oreja, abandonó prudencialmente la vigilancia y caminando se dirigió a su nave para poner en antecedentes de la trama a su circunstancial pareja, quien en esos momentos acababa de llegar de una tienda algo lejana y en la que había estado comprando algunas provisiones, de tal manera que no llamara demasiado la atención.

Leído el contenido de la, para él, extraña carta, y temiéndose lo peor, seguidamente se dirigía hacia el cuartelillo con el fin de dar a conocer la llegada de la petición de rescate por parte de los secuestradores. Una vez más le pidieron que mejor regresaba a su casa y que le llamarían.

 

          -o0o-

 

Al día siguiente por la tarde y en las dependencias de la Guardia civil, después de haber sido citado, le fue presentado al padre al grupo de detectives que, recién llegado desde la capital, había sido designado para hacerse cargo de la desaparición dado que habían transcurrido el tiempo reglamentario desde la primera denuncia.

Una vez hechas las presentaciones oportunas, el Detective Salvador  Moreno, acompañó al padre hasta la casa al objeto de seguir el secuestro y futuras peticiones desde el domicilio ya que los niños no habían dado señales de vida desde  pasados casi dos días.

Ya ambos, Yoni y Lola, en el interior y sentados alrededor de la mesa, procedieron a prepararles a los hermanos unos pequeños bocadillos que,, junto a unos plátanos fueron devorados de inmediato, y es que las criaturas no habían probado bocado desde el día anterior. De nuevo los dos niños a solas, la pareja se entregó a pensar y organizar como deberían proceder con la entrega y posterior recogida del dinero de la forma más segura para ambos, máxime teniendo en cuenta que si bien es verdad que el pueblo no era excesivamente grande, si lo hacía el que poseyera varias urbanizaciones de lujo entre las que daban al mar y a la montaña, una zona con bellos paisajes entres frondosos pinares y cuyas lindes acababan en una especie de acantilado que no, por su aunque escasa altura, dejaba de ser un peligro para los desconocedores del terreno y sus estrechos caminos a modo de cortafuegos.

Puesta la nota recibida con todos los detalles en conocimiento del Teniente y jefe del grupo de detectives que llevaba el caso, aquel día desde hora muy temprana, el vestíbulo del super se encontraba al acecho de algún posible sospechoso merodeador cercano a la zona de las taquillas.

Sin que hubiera sucedido nada extraño, a la hora indicada por los secuestradores, el padre de los niños junto con su mujer, se dirigió a la taquilla número siete depositando en ella la bolsa que traía de la calle ya que para hacer la segunda compra no podían entrar llevando otra ajena al supermercado.

Como estaba previsto la bolsa contenía el dinero reservado para el pago del rescate; Introducida la bolsa y siguiendo las instrucciones de los secuestradores, el padre retiró la llave y se la guardó en el bolsillo no sin volver a pensar de forma absoluta y racionalmente, en si es que al cerrar la taquilla y llevarse la llave los secuestradores anteriormente no habrían hecho una copia de la mencionada llave de la taquilla número siete.

Como quiera que el supermercado no cerraba al mediodía, la pareja policial especializada para semejantes casos referido a secuestros continuaban al acecho, y en la que una de las especialistas de la guardia civil que gentilmente quiso colaborar con el grupo de detectives, actuaba como cajera de una de las cajas del super, concretamente, la más cercana con el fin de no perder de vista las taquillas.

 

        -o0o-

 

Transcurrida la tarde y en consecuencia llegada la hora del cierre sin nada de interés que resaltar, según el informe presentado en el Departamento correspondiente, a petición del padre, el guarda de noche fue sustituido por un agente de los recién llegados de la academia e incorporado a la Comandancia existente en el pueblo.

Aceptada la sugerencia del padre de los niños por el Teniente de la unidad, y pensando que no era mala la idea, en razón de que no se podía descartar el que uno de los secuestradores estuviera compinchado con alguno de los empleados del super, el otro joven Policía cual guardia de seguridad nocturno se mantuvo al acecho durante toda la noche y sin dejar de dar continuados paseos por los amplios corredores de los almacenes, así como los correspondientes al super en los cuales estaban expuestas las vitrinas de todos los géneros para su venta, y llegando con la más absoluta cautela hasta la zona de las taquillas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XI

 

Con la llegada de la nueva apertura de la empresa a la mañana siguiente, el Policía fue discretamente relevado de su misión al tiempo que, dando la novedad, el Sargento le ordenó que rindiera en el despacho dedicado en el Cuartel a los detectives, el informe correspondiente y en el que, el joven guardia, relató que la noche había transcurrido sin novedad alguna.

Tras quedar de nuevo abierto al público el establecimiento a las nueve de la mañana, la mujer policía que volvía a ocupar el puesto de cajera así como el compañero Detective cuya misión era la de reponedor y vigilante de las taquillas,  aquella mañana transcurría sin novedad digna de resaltar.

Personado un repartidor que no era otro que uno de los detectives perfectamente ataviado con la vestimenta propia de la empresa para los repartos, hasta que le pasaran nota de una supuesta entrega a domicilio, se entretuvo en organizar los carros y cestas para los clientes que a esa hora ya no dejaban de llegar.

Después de una corta conversación a modo de contraseña, se dedicó a observar el movimiento cercano a las taquillas, y en la que con el número siete no se había producido movimiento alguno, no así como en la  siguiente que marcada con el número ocho ésta si se habría utilizado por una mujer joven, alta y morena la cual si la había utilizado depositando en ella una bolsa propia de una zapatería cercana, y que tras la compra en el super había vuelto a la taquilla para recogerla y en la que se entretuvo unos minutos para hacer una llamada desde su móvil.

 

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Momentos después y dejando la taquilla nuevamente abierta y a disposición de una nueva cliente, salió a la calle donde la esperaba un hombre con un mono parecido a los que se usan para reparaciones telefónicas. La pareja con cierto aire indiferente y sin volver la vista atrás, avanzó de forma un tanto informal perdiéndose cuando giraron en la siguiente esquina que daba acceso a la plaza.

Mientras esto sucedía ante los ojos de aquellos otros que no se quitaban de la zona de las taquillas, el supuesto reponedor viendo que transcurría la mañana sin que nadie tocara la taquilla número siete, se acercó a la oficina para dar la novedad mediante una llamada telefónica.

—Diga —contestó don Guillermo y padre de los muchachos al descolgar el auricular que previamente se había conectado a los cascos que uno de los detectives tenía sobre su cabeza, y que frente a un magnetófono controlaba a la vez que gravaba cualquier llamada que desde el exterior llegaba a la casa.

—Soy Gutiérrez, señor González —dijo la voz tímbrica del detective —y continuó: ¿alguna novedad?

—No, señor Gutiérrez, aquí no ha llamado nadie hasta el momento, le paso la llamada de inmediato a su compañero Salvador —dijo el padre sin dejar de emitir un leve suspiro y sin poder ocultar el nerviosismo que ya, gravemente, se había apoderado del matrimonio, al igual que de los abuelos que acababan de llegar desde la capital una vez recibida la triste e inquietante noticia al decir de la abuela que no paraba de llorar y a la que su hija Amparo tuvo que darle una tila bien cargada.

— ¿Salvador? —requirió el compañero.

—Sí, dime —respondió el agente.

— ¿Alguna llamada que te haya hecho sospechar por ahí? —Preguntó.

—No, ninguna, nada hasta la presente a excepción de una de las hermanas de doña Amparo, la madre, y ya muy sumamente consternada acerca de la noticia por la desaparición de sus sobrinos.

—Bien, pues no deje de avisar con lo más mínimo; sobre las dos de esta tarde enviarán un relevo, tenemos que estar todos bien despiertos, nos va en ello el que consigamos ese buen resultado que estamos deseando obtener.

Dichas estas últimas palabras y tras una breve despedida cortó la comunicación, con lo que el mencionado Salvador recuperó sus cascos regresando de nuevo a la escucha.

 

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Había transcurrido de nuevo otra mañana, cuando llegada la hora en que decaía la clientela en razón de que ya era tiempo en que el establecimiento se relajaba debido a un efímero descanso para comer, el llamado Gutiérrez no dejaba de darle vueltas al número siete de la taquilla, y del que se decía que iba a ensoñar esa noche, y es que le recordaba un caso de asesinato no muy lejano y que le diera a él y al grupo un tremendo dolor de cabeza que duraría varios meses y sin haber podido desentrañar aquello que se había convertido en un misterioso caso sin resolver.

No dejaba de darle vueltas mientras que, a su vez, pensaba cómo los secuestradores no acudían a por el dinero del rescate. Con esos pensamientos volvieron a su mente los momentos vividos en aquel tan complicado como complejo caso:

“En aquella ocasión, y en uno de los barrios más populosos de la capital donde se encontraba desplazado, y a la sazón en el Hotel Astorga que estaba dedicado a la celebración de grandes acontecimientos como eran simposios y congresos, en aquella primavera, una gran empresa dedicada a la Industria Químico-Farmacéutica, celebraba la culminación de un estudio-proyecto que, basado en unas proteínas descubiertas para la paralización de las células que contribuían a la metástasis en el cáncer de útero, se conseguía detenerlas hasta el extremo de que el fármaco hacía que las enzimas devoraban a aquellas células consiguiendo que quedaran disueltas y expulsadas a través del canal sanguíneo una vez, milagrosamente, en el riñón y de ahí a través de la orina.”

 

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Aquellos días, cuando se retiraba de la investigación, aunque, mentalmente, ésta no le dejaba ni a sol ni a sombra, cosa que su mujer no paraba de recriminarle en que aquellas horas, a veces cortas, eran para desconectar en la medida de lo posible, cosa imposible según él, pues no dejaba de darle vueltas a de qué manera podría desentrañar el misterio que encerraba aquella taquilla número siete, y a la que los secuestradores no acababan de acudir con el fin de recoger la bolsa que los padres de los niños, habían depositado hacía ya un tiempo más que extraño, para los conocimientos y experiencias del conjunto de detectives desplazados y de los que, al parecer, sus experiencias en estos temas estaba más que demostrado que eran unos grandes profesionales de la investigación  detectivesca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XII

 

“Al mismo tiempo le venía de nuevo a la mente otro número; el número seis que figuraba en la puerta de aquella habitación del conocido Hotel Astorga y  en cuyo cuarto de baño, extrañamente y dada la musculosa estructura corporal, fue descubierto por una de las camareras del servicio, un corpulento joven con un grueso bolígrafo de varios colores, de los usados normalmente en el cuadrante de las hojas de anotaciones que más tarde habrían de servir para las pruebas de preparados químicos de todas las futuras fórmulas, y que hábilmente colocado en un lateral del cuello de forma que le había sesgado la yugular, y cuyo pesado cuerpo habría caído de forma fulminante convirtiendo el suelo del cuarto de baño como si se tratara del aquel pasaje bíblico en el que Moisés, ante el Faraón y dejando caer su bastón habría convertido el suelo en sangre.

Aquél, también invitado, sobrino de uno de los empresarios asistentes a la Convención anual de empresas químicas españolas y que fuera el huésped de la habitación, sería detenido aquella misma noche cuando regresaba de una pequeña juerga que, tras la fiesta de clausura de la Convención y al no tener mucha relación con los demás miembros, se había desplazado hasta el centro de la ciudad donde previamente había quedado con unos amigos de cuando estuvo un par de años estudiando la Carrera de Farmacia, y que gracias a su habilidad en los temas económicos y sus conocimientos con el tejido empresarial español, le había valido para que su tío se interesara por él y le proporcionara un magnífico puesto de trabajo en una gran empresa sobre la que posiblemente y con tiempo podría llegar a ser el dueño dada la edad avanzada de su tío y éste carecer de hijos a quien a su muerte dejarle todo su patrimonio.

 

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—¿Señor Calderón? —le interpeló uno de los inspectores, cuando se dirigía al mostrador de la Recepción para recoger la llave de su habitación.

— Si, —respondió el joven mostrando un gesto que delataba a todas luces una más que súbita extrañeza.

—Disculpe. ¿Usted quién es, y que le importa de dónde vengo? —dijo el muchacho con cierto desparpajo.

Ahora, quien pedía perdón era el Inspector al darse cuenta de que había olvidado el protocolo que requiere el mostrar la placa identificativa de su autoridad cuando se intenta interrogar a un individuo al que aún no se le ha dado a conocer absolutamente nada acerca de semejantes preguntas.

—Le pido perdón por mi torpeza —se excusó el policía, mostrándole su credencial.

—Le importaría contestarme, si no tiene inconveniente —insistió el agente.

—Claro que tengo inconveniente, sobre todo si se me está poniendo en tela de juicio, toda vez que soy consciente de mis actos y estoy seguro de no haber atentado contra la Ley, a menos que se trate de haber dejado mi coche aparcado ocupando parte de la zona de carga y descarga pero, teniendo en cuenta que mañana es domingo, pues ya me dirá usted —dijo manteniendo su descaro que rayaba ya en la altivez.

Se notaba a leguas que el Inspector se estaba encontrando con un hueso duro de roer, vamos, que se estaba cabreando.

—Señor Calderón, le he pedido disculpas, y ahora le agradecería me contestara a estas simples preguntas, de lo contrario me vería obligado detenerlo con el fin de que respondiera en la Comisaría —dijo el Agente ahora mostrando cierta seriedad.

—Está bien, señor policía: efectivamente soy el señor Calderón, Luis Calderón, sobrino de don Amadeo Calderón de la Parra, miembro de la Convención que se ha clausurado está tarde en este mismo Hotel, y hasta ahí le puedo decir, es más, es hasta donde le voy a responder porque lo que decirle a usted de dónde vengo y que estuve haciendo, como debería comprender, eso no le importa a nadie y aún menos a la Policía, ni que fuera usted mi mujer, coño —dijo en voz alta y sacando de sus casillas al otro Inspector.

—Bueno, ya está bien —dijo  muy serio el segundo Inspector dirigiéndose al compañero.

El compañero, que había entendido perfectamente lo dicho, se dirigió con firmeza hacia el joven comunicándole que los acompañara a la Comisaría en donde no tendría más remedio que aclarar ciertas posturas.

Como quiera que el joven Calderón, seguía mostrando ahora una sonrisa chulesca más que descarada, se vio sorprendido cuando el Inspector echándose las manos a la cintura extrajo unas esposas al tiempo que pedía pusiera las manos a la espalda, cosa que hizo en el momento y haciendo desaparecer de su rostro cuanta altivez mostrara desde el principio.

 

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—Está bien señores. Ustedes ganan, pero supongo, y aquí está como testigo el Recepcionista, que tengo derecho a saber de qué se me acusa para esta imagen tan grave de no sólo ir detenido sino que hasta esposado. Cualquiera diría que he matado a alguien —dijo de nuevo levantando la voz completamente exaltada al tiempo que dirigiéndose al Recepcionista lo instaba a que recordara cómo y de qué manera se había producido la detención.

Una vez en la dependencia de interrogatorios de la Comisaría, le fue informado de que tenía derecho a una llamada en razón de la necesidad de tener la presencia de un Abogado. El muchacho, levantó una vez más su vozarrón haciendo que ello traspasara la ventana de aquella estancia y que más de un funcionario volviera la cabeza. Su voz grave ayudó a que se personara el Comisario quien puesto al corriente de lo que allí se cocía pidió el informe del primer registro efectuado en la habitación. A consecuencia de ello y viendo que Luis se negaba a realizar la llamada protocolaria, ante tal extrañeza, instó a los dos inspectores que deseaba ir al Hotel y ver la escena del crimen personalmente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XIII

 

Llegados al Hotel, se encontraron con varios empresarios en unión de don Amadeo que, sin salir de su más absoluto asombro, estaban siendo  informados acerca de lo acontecido aquella noche ya tarde, de boca del Recepcionista, y que aún de madrugada no se había aclarado nada por lo que sería el propio don Amadeo el que solicitó del Comisario y los inspectores, tras las presentaciones oportunas, dada la situación familiar existente entre el empresario y el, por decirlo de alguna forma, acusado aún sin pruebas, visitar la habitación de su sobrino, pues si bien es verdad que a éste no lo tenía considerado en su vida particular como un santo, si era cierto que por amor a su mujer, ambos, el matrimonio, lo amaban como al hijo que nunca tuvieron en vida, y es que doña Luisa María a pesar de varios intentos acabados en abortos,  ninguno le dio a la pareja el fruto apetecido.

Cuando llegaron a la puerta de la habitación número seis y una vez rotas las cintas cuya función no era otra que impedir el acceso a la misma y que nadie pudiese tener el paso expedito, a menos que tuviese autorización por parte de la Fiscalía.

Una vez pasados al interior y dirigidos al Cuarto de baño en el que, acerca de lo allí sucedido, sólo quedaba una mancha de sangre seca y la silueta dibujada en el suelo donde había caído la víctima, todos se volvieron hacia el joven Luis cuyas miradas saeteadoras se clavaban en él como pidiéndole una respuesta a aquella pregunta que nunca se dijo de forma verbal, pero que hasta nuestros días aún sigue flotando en todos los ambientes policiales, y es que aquellas miradas inquisidoras tuvieron su sorpresiva respuesta...

—A mí no deberían de mirarme así; ya dejé bien claro que no había hecho nada ni en contra de la Ley, ni algo de lo que pudiera arrepentirme, y cuando analicen las pruebas se darán cuenta de que esto no tiene que ver conmigo ya que esta habitación, señores, no es la mía —esto lo dejó caer con cierta socarronería, mientras que dando unos pasos hacia la puerta de la habitación y con los dedos haciendo bailar el número, todos comprobaron que aquella habitación se correspondía con la número nueve.

 

        -o0o-

 

Un clavo mal dispuesto estuvo a punto de causar una segunda tragedia y de la que Luis tardaría en salir airoso, aunque tras analizar los hechos él habría quedado indemne, no así la víctima ya que hasta la fecha aún estaba por esclarecerse que sucedió aquella tarde en la habitación número nueve del Hotel Astorga.”

Aún sentado en su sillón y sin dejar de elucubrar, escuchó la voz de su mujer que lo llamaba desde el dormitorio.

—Salva, quieres hacer el favor: ¡qué estás en tus pocas horas de descanso, caramba! —le conminó su mujer desde el dormitorio en el que ya llevaba un buen rato acostada.

—Ya voy, mujer —dijo, al parecer, haciendo un esfuerzo, levantándose del sillón y dirigiéndose al dormitorio.

Aunque era finales de Mayo, el día amaneció con una llovizna impropia de la época por lo que no se extrañó recordando a su abuelo que era hombre de campo y vivido siempre en la sierra,  continuamente andaba con los refranes a cuestas y siendo uno de ellos aquél de que "cuando Marzo mayea, Mayo marcea"

Con una sonrisa en los labios se dirigió a su coche el cual y, aunque el barrio en el que residía, aun siendo de nivel medio, siempre aparcaba una manzana más arriba con el fin de eliminar referencias de su persona dada su profesión actual, y es que hacía algún tiempo hasta que tomó la decisión de ingresar en la Academia, fue un policía de a pie y harto conocido por sus desavenencias con algunos de aquellos vecinos a los que no les gustaba respetar las leyes.

Ya en el coche y puesto el motor en marcha, recibió la llamada del compañero que se encontraba de guardia en el Supermercado y en el que había pasado la segunda noche sin que, como era de esperar, hubiera habido ninguna novedad.

—Dime —contestó a través del canal de su radio policial.

—Vente, porque aquí no pasa nada y yo estoy muy escamado con todo este rollo; para mí que nos están jugando una mala pasada —se le oyó decir bien alto y claro al tiempo que se le notaba cierto tinte de preocupación.

—Tranquilo, compañero, que ya voy para allá —le respondió mostrando él una más que evidente gravedad en el tono de su voz.

 

        -o0o-

 

Justo en el momento en que se levantaban las persianas, se abrían las puertas del super y comenzaban a entrar las primeras clientas, entró el policía dirigiéndole al compañero junto con su mirada un leve y discreto saludo al tiempo que con una señal bien conocida entre ellos, y con la que le indicaba, acompañando a ésta un disimulado gesto con la cabeza la puerta de la pequeña oficina de control.

—Yo no sé qué pensarás tú, pero creo que deberíamos pedir la copia de la llave de la taquilla y proceder a su apertura, al menos para tener la seguridad de que la bolsa sigue ahí, y es que me tiene absolutamente intrigado el que ya han transcurrido cuarenta y ocho horas sin que nadie haya venido a recoger el dinero —este comentario lo hacía sin dejar de observar el grupo de taquillas desde su posición tras la ventana acristalada y que quedaba oculta a la vista al estar protegida por una sencilla persianilla veneciana en su interior.

—Estoy totalmente de acuerdo contigo. No obstante, estimo que deberíamos, cuando des la próxima novedad al Teniente, pedirle autorización y ver qué opinión le merece la idea; date cuenta que cualquiera apostado en la puerta puede estar pendiente de todos los movimientos aquí dentro, y ello, si es que tienen adoptado ese sistema, como comprenderás, no deben tener la más mínima prisa, por lo que si fuera así, al menos mi cara ya deben tenerla como familiar —dijo de forma contundente y bien convencido de su planteamiento.

—Entonces pienso que nuestro siguiente paso debería ser efectuar la llamada desde este teléfono y a ver que nos dice el Teniente —dijo como la mejor medida.

—Jefe, aquí sigue sin haber el más mínimo movimiento, vamos que sin novedad —dijo de forma muy escueta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       XIV

 

Ambos compañeros estaban esperanzados a la espera de la reacción del Jefe, uno de los detectives más antiguos del grupo y con un vasto historial acerca de secuestros, aunque desde el principio no le estuvo dando, paradójica y extrañamente, mucha importancia; al parecer, debido a la cantidad exigida por los secuestradores de los que llegó a dudar si serían profesionales y si serían varios.

—Ok, entendido. Vamos a darles de plazo hasta la hora de comer; si siguiera todo igual ya me acerco y tomamos una decisión, a mí también me escama este extraño retraso en acudir a recoger el rescate, por otro lado he estado hablando con la familia y allí tampoco ha llamado nadie —dijo colgando a continuación.

A la hora convenida, ante la puerta lateral del super y dedicada a la entrega de pequeñas mercancías, se detuvo una furgoneta de la empresa y de la que se apearon dos hombres que no aparentaban más que pudieran tratarse de personal, en cierta medida, pertenecientes a una empresa afín al gremio.

Sin el más mínimo recato o disimulados movimientos, de la forma más natural, una vez en el interior se dirigieron a la pequeña oficina desde la que ambos compañeros seguían vigilando la zona de taquillas.

Una vez saludados cordialmente, y recibida la última novedad, el Teniente personado en la pequeña oficina anunció que había que tomar ya una decisión, por lo que sin más preámbulos ordenó que requiriera la presencia del Encargado superior del super, el cual no podía evitar, al llegar a la pequeña oficina que se encontrara super nervioso desde hacía dos días.

Tras ser tranquilizado por el detective que acompañaba al Jefe, descolgó el teléfono, pulsó un dígito y solicitó el manojo de llaves correspondiente a las taquillas.

Durante la espera, el Encargado se interesó acerca de los casos tratados, y semejantes a lo que se estaba viviendo en el super del que era responsable por lo que el Jefe, persona dada a lucir sus casos ya pasados, le relató como una aciaga noche y en la que su grupo fue avisado desde la Fiscalía…

 

        -o0o-

 

“Con una tormenta que se dejaba sentir en las cristaleras del gran ventanal que daba a la terraza, fue como hacer borrón y cuenta nueva para recibir lo que estaba por acontecer; hasta que la fuerte luminosidad de un relámpago despertó de sopetón a la pareja quien se sorprendió al ver a los pies de la cama a dos individuos enmascarados, recibiendo la orden de que se levantaran y escuchando el  anunció de que se trataba de un secuestro cuya víctima debía ser la mujer. 

Uno de los intrusos le ordenó a la joven que atara a su marido con los cordones que previamente había arrancado de una de las cortinas  para luego inmovilizarla a ella.

Lo más extraño vendría después, cuando uno de los asaltantes aseguró en voz alta que se habían equivocado de víctima. Según el secuestrador, el objetivo no era la mujer, sino la ex novia de otro hombre que, al parecer, había dejado de vivir en aquella casa hacía ya algún tiempo, y que se parecía bastante.

Por un segundo, la pareja pensó que se habían librado de la pesadilla que estaban viviendo. Sin embargo, lejos de desistir, el sujeto decidió que de todas formas se llevarían a la joven.

De sus palabras, dedujeron que el secuestro no duraría mucho, si acaso un par de días, ahora eso sí siempre y cuando el marido siguiera fielmente sus instrucciones al pie de la letra y depositara el dinero que, obligatoriamente, le iban a pedir como rescate, en el plazo correspondiente.

Antes de irse, le tapó los ojos con unas gafas de broma pintadas y cogidas con gomillas, así como dejándolo drogado  hasta su regreso. La última recomendación fue de lo más contundente: si  llamaba a la policía, la mujer de nombre Rosa, moriría.

Cuando despertó de la sedación, el joven Carlos, se dio cuenta de que había un círculo delimitado en el saloncito de su casa y una cámara sobre uno de los muebles apuntándolo y registrando sus movimientos. Luego de varias largas horas, y todavía un poco sin la conciencia equilibrada, Carlos consiguió liberarse de la atadura eligiendo por fin  por acercarse a la mesita donde se hallaba el teléfono y marcar el número de emergencias para pedir la tan necesaria ayuda dada su situación, y aun a pesar de la advertencia recibida y que pudo oír a medias.

Pasada la llamada de ayuda en razón de la imperiosa necesidad captada por el funcionario de turno, la petición de socorro fue tomada por el Departamento de la Policía.

Los detectives estuvieron escuchando cuanto Carlos relataba, y anotando todo acerca de su relato.

Sin embargo, desde el primer momento al grupo de detectives le dio la impresión de que habían algunos detalles que, al parecer y a su juicio, no les cuadraba por lo que estuvieron casi seguros de que la historia del secuestro era falsa.

A instancias de la Fiscalía, la casa fue visitada por dos agentes, y al encontrar a Carlos en un estado ebriamente deplorable, procedieron a un exhaustivo registro resultado del cual, ahora Carlos no estaba en condiciones de responder a nada, al tiempo que la mujer tampoco aparecía por ningún lado y sin que hubiera indicios de que allí hubiera sucedido nada, por lo que ambos detectives procedieron a trasladarlo a la Clínica del Doctor Serrano, cercana a la Comisaría y de ahí, una vez realizada la exploración correspondiente por el Médico de guardia, llevado al Departamento policial a fin de proceder a una primera aunque leve interrogación.

Ni la escena ni la actitud, en cierta medida, colaboradora de Carlos, fueron suficientes para que los detectives pudieran llegar a determinar o pensar en otras posibles teorías. 

Durante las primeras,  escasas y preliminares horas del interrogatorio que aún era oficioso, todavía no se sabía que habría ocurrido en aquella casa, ni acusar al joven como el autor de un presunto homicidio o en todo caso colaborador de un posible y enmascarado secuestro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    XV

 

En una de las partes narrativas del caso,  habían varias de las cintas de los interrogatorios donde la visión de los detectives quedaba manifiesta, y en la que algún Detective apuntaba abiertamente a la duda o no creencia de que Carlos estuviera diciendo la verdad, y le machacaba una vez y otra que no creían en absoluto que nadie hubiera entrado a su casa.

La convicción de la seguridad mostrada por el Detective contagió a sus compañeros  transformándose rápidamente en una postura completamente diferente”

— ¿Cuánto lío, no? —le interrumpió el Encargado.

— Si, tanto es así, que hoy se conoce por la documentación archivada que nunca nadie investigó la posibilidad de que el secuestro fuera verdadero, y que no se siguieron las pistas ya que estas fueron muy enrevesadas, como tampoco se rastrearon los mensajes de los teléfonos a través de los cuales en ningún momento, misteriosamente se pedía rescate alguno. 

“En una ocasión, la policía le pidió a Carlos si no le importaba someterse al Polígrafo, accediendo de buena gana una vez que los detectives vieron que se había recuperado y así poder tener un testimonio contrastado, y aunque el encargado del Polígrafo le aseguró que no había pasado la prueba, los informes del caso apuntaron fielmente a que, en realidad, los resultados del estudio poligráfico estaba minado de errores por lo que no fueron considerados concluyentes. 

En definitiva, que el joven fue retenido e interrogado por los oficiales durante tantas horas, que el hombre ante tanta presión dijo que no hablaría nada más a menos que estuviera allí presente su Abogado.

Mientras, los detectives ocuparon todo su material de comunicaciones para insinuar en los medios la culpabilidad de Carlos, hasta que alguien, y nunca se supo de la relación con el caso, se puso en contacto con un periodista del diario El Correo del Sur, al que hizo llegar un mensaje de audio que probaba que la mujer, en realidad, seguía con vida.

El mensaje era muy breve y escueto. En él se oía la voz de la mujer que decía su nombre y además comentaba acerca de un accidente de carretera sucedido durante las horas de su supuesta desaparición.

 

        -o0o-

 

Con una destreza inigualable uno de los detectives consiguió saber dónde podrían ver a la joven. Conseguido el lugar de la entrevista, y que no fue otro que la casa de sus padres, fue visitada y requerida en las dependencias policiales para que proporcionara alguna luz sobre su desaparición y por añadidura sobre el caso en cuestión.

La mujer dio cumplido testimonio relatando lo mismo que días antes había dicho su marido a los inspectores. Sin embargo, nada parecía ser suficiente para la policía. Ahora la teoría ya no mantenía el que se tratara de un homicidio, sino de una confabulación bien estudiada por la pareja para fingir un falso secuestro. ¿Los motivos..? La actitud de la mujer les parecía sospechosa, pues en el audio cedido a la prensa se le notaba bastante tranquila.

No importó cuántas veces explicaron lo sucedido. Nada hacía cambiar la perspectiva de los detectives. Tanto es así que, al tiempo, se descubrió que el equipo policial a cargo del caso ni siquiera siguió las pistas de los secuestradores: no se investigaron las llamadas y mensajes que le enviaron a Carlos, y dejando el móvil apagado  durante todo el interrogatorio. Cuando lo encendieron de nuevo, se percataron de que había múltiples mensajes, y al menos tres llamadas perdidas de un número no identificado.

La mujer, Rosa, volvió a su casa con vida, lo que no quita lo traumáticas que fueron las horas durante las que estuvo retenida.

Uno de los secuestradores llegó a encerrarla en una habitación y tras atarla y amordazarla llegó a violarla en repetidas ocasiones.

Antes de liberarla, el secuestrador, curiosamente, le prohibió estrictamente que mencionara la violación a los detectives. Y aunque en un principio no lo hizo por miedo, terminó por relatar todos los detalles a los oficiales. Sin embargo, su testimonio seguía siendo cuestionado.

 

        -oOo-

 

Visto el documental, por el Abogado de la mujer, éste denunció que las autoridades retrasaron los exámenes físicos de ella con el fin de entorpecer los resultados que, de todas formas, terminaron acreditando que sí hubo degradantes momentos, de mal trato y posterior violación.

A pesar de todo, su teoría permanecía inamovible. Tras el retorno de la mujer, uno de los agentes de la policía dijo en una conferencia de prensa: “El joven matrimonio Larretagoitia ha robado elementos valiosos de nuestro patrimonio ciudadano, y han desviado la atención de las verdaderas víctimas, al tiempo que han infundido miedo entre los miembros de nuestra comunidad”.

Ahora, la Fiscalía preparaba un complejo como extraño caso judicial en contra de una pareja sobre la que, al parecer, nadie sabía cómo poner en pie semejante historia.

En paralelo, Adela, una Detective recién ingresada en la policía de Zaragoza, a veinticinco kilómetros de la cercana localidad de Valdeobras, investigaba un asalto sucedido en la noche del cinco de Septiembre de 1998.

Según el matrimonio, una luz los despertó junto a una voz que amenazaba, con secuestrar a su hija. Pero el padre logró liberarse y golpear al intruso, que optó por escapar.

En la huida, un descuido del malhechor, hizo que se le cayera  su móvil. Las pesquisas apuntaban a un tal Ramón, un antiguo militar y abogado de Madrid suspendido que, según su expediente, sufría de Esquizofrenia.

Así fue como la Detective llegó a una cabaña en una zona de vacaciones llena de nuevas evidencias. Allí había encontrado unas armas simuladas y unas gafas de natación idénticas a las que mencionó Carlos, y que estaban guardadas dentro de un coche “Dos caballos” robado y con unos rizos castaños enganchados en uno de los asientos de atrás.

Siguiendo su instinto, Adela comenzó la búsqueda de más  indicios. Poco a poco fue uniendo cabos sueltos hasta que se topó con la noticia que los medios ya titulaban como “Toda una tragedia". Tras comparar las evidencias, la Detective estuvo segura de que había encontrado a la víctima anterior de Ramón.

El hallazgo de la Detective llegó justo a tiempo. Con el delincuente detenido, resultaba imposible seguir negando la extraña historia de la pareja.

Con el tiempo, se supo que Ramón, absolutamente indignado por el trato mediático que estaba viviendo la joven, envió varios correos a la policía asumiendo su responsabilidad y ofreciendo unas cuantas fotografías de las evidencias que luego fueron encontradas en el interior de la cabaña; elementos que, por supuesto, tampoco fueron, sin lógica alguna, tomados en cuenta.

Para la pareja, el daño causado por la difamación de los medios y las autoridades, perjudicaron sus vidas para siempre. Justamente por eso, el ejercicio de contar su historia se transformó en una forma de recuperar su honor y cerrar definitivamente aquellas heridas causadas por difamaciones mediáticas entrelazadas…”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XVI

 

Había llegado a este punto en el que sin tener tiempo de relatar el desenlace, apareció el empleado con el manojo de llaves de las taquillas. Llamada la atención por la tardanza, el empleado se disculpó diciendo que se tuvo que volver debido a que, al asegurarse de que el llavero estaba completo, notó que la correspondiente a la taquilla número siete faltaba en la argolla y que buscado en el casillero donde se cuelgan las demás llaves, sobre ésta no consiguió saber de su paradero.

—Bien, —dijo el Encargado general; en ese caso, localice por su busca al de mantenimiento y dígale que se presente inmediatamente aquí.

Cumplida la orden de inmediato, el hombre Encargado del mantenimiento saludó a todos los presentes al tiempo que requería de su Jefe el motivo de la llamada.

—Con toda discreción acérquese a las taquillas y compruebe si la número siete, aunque aparenta estar cerrada, asegúrese de si no está solamente encajada, luego diríjase a alguna de las cajas y simule que la cajera le ha hecho algún comentario; una vez hecho esto tome el teléfono de la cajera y marque este número para decirme si ha notado algo extraño —esto lo dijo mirando de soslayo al Teniente de detectives, que aunque de paisano, su porte denunciaba, al parecer, su graduación, como si estuviera pidiendo su aprobación.

Después de salir el hombre de mantenimiento en dirección a la zona de taquillas, y quedando todos a la expectativa de noticias desde el interior de la oficina y a través de la persiana veneciana, pudieron observar la maniobra  percatándose de cómo disimuladamente intentó abrir la puerta sin éxito.

Tras cumplir el encargo al pie de la letra, se desplazó hacia el interior desde donde, siguiendo instrucciones, llamó a la pequeña oficina para informar de que no había encontrado nada extraño, y que la taquilla se encontraba justo en el estado en el que cualquier clienta a depositado una bolsa de la compra ajena a la empresa pues al super no se podía, en modo alguno, acceder con bolsas de la calle, independientemente de la necesidad de mostrar el bolso antes de pasar al interior y recibir el visto bueno del personal de seguridad a tal efecto.

— ¿Usted dirá que hacemos ahora? porque lo que tenemos claro es que esa taquilla lleva ya más de dos días sin ser utilizada —dijo el  Encargado general dirigiéndose al Jefe que mandaba en el grupo de detectives.

 

        -o0o-

 

Tras un momento de lógica duda, y ante el temor de que los secuestradores estuvieran utilizando un perfil desconocido, lo que se conoce en el argot como "modus operandis", para la policía en cuanto al sistema de rescate se refería, pidió que de nuevo fuera requerida la presencia del de mantenimiento, por lo que una vez éste en el interior de la oficina.

— ¿Tiene un atornillador? —peguntó el Jefe.

—Claro, en la bolsa —dijo el hombre muy serio mostrando una de las dos bolsas que llevaba colgadas a la cincha de la cintura.

—Bien. Acérquese a la taquilla de la forma más natural e intente discretamente palanquear la puerta. Si se abriera sin gran esfuerzo, déjela tal cual y repita la ruta anterior —le pidió el Teniente.

—Ese que suena es su busca, Jefe —dijo en voz baja el Detective más cercano aún a pesar de que no dejaba de mirar hacia la taquilla a través de la persianilla.

—Sí, es una nota de nuestro amigo Salvador para que me ponga en contacto con la casa de los padres de los chiquillos lo antes posible; parece ser que allí si debe de haber novedades —dijo al tiempo que estaba tomando una decisión acerca de inspeccionar la taquilla pues ahora la comunicación de Salvador, no le cupo la menor duda de que en todo ello había gato encerrado, y que ellos estaban siendo utilizados como auténticos pardillos, y eso teniendo como tenían por Jefe de grupo de detectives e inspectores a toda una eminencia en lo que se refería a secuestros con o sin rehenes, que de ello el Jefe también tenía un buen historial.

— Ea, pues vamos allá chicos, mucho me temo que ahora ya no hay que andar con tantos remilgos y precauciones; nos vamos para la taquilla del tirón —se le oyó decir de la forma más castiza —: es que habiendo nacido en un barrio de lo más céntrico de Madrid, no se podía esperar otra cosa, y es que serían sus abuelos los que se vinieran a la capital a finales del diecinueve, desde su natural Alicante para fundar lo que hoy se conoce como Restaurante "Casa del Abuelo" en la calle del Crucero, hoy de la Victoria, y que nacería como un simple despacho de vinos del Levante peninsular. Ya en mil novecientos diez, aquella humilde y sencilla Taberna se hizo famosa por sus rosquillas y su vino dulce de producción propia.

 

        -oOo-

 

“En los años veinte, la Taberna se convirtió en bar y se hizo conocida por sus bocadillos, llegando a despachar hasta más de un  centenar cada día. Tras la Guerra Civil, cuando la harina escaseaba, empezó a elaborar entre otras exquisiteces de la época, las gambas a la plancha, que vendían a una peseta las tapas acompañadas de un vaso de vino y, más adelante, sus aún populares gambas al ajillo, y los bocadillos de calamares.”

Durante el corto trayecto a la zona de taquillas se hacían tantas elucubraciones que parecía una distancia kilométrica, hasta que una vez ante la número siete y con unas manos bien cuidadas pero más que nerviosas, no sin que la actitud de aquellos movimientos les hacía parecer un novato, al fin decidió deslizar sus dedos escrupulosa y dubitativamente, como temeroso del más torpe de los fracasos.

 

En esos momentos detuvo el impulso, y es que volvió a sonar el pequeño busca.

Tras leer el mensaje, e inquieto y nervioso ante aquello que ya le estaba pareciendo una preocupación, desanduvo el camino para dirigirse a la oficina con el fin de responder a la llamaba, y de la que por un lado pensaba que sabía de antemano a que podía referirse la notificación, y por otro lado, lo extraño de si habían recibido una llamada de los secuestradores, cómo es que nadie había ido a recoger el rescate.

—Salvador, ¿qué pasa? —dijo ante la ya trillada incertidumbre.

—Jefe, parece ser que a los chicos los han dejado libre en el interior de la otra tienda que se encuentra al otro lado de la plaza, y con la recomendación de que no salieran a la calle, y que si tuvieran hambre podía  tomar lo quisieran porque sus padres tardarían en ir a recogerlos.

—Pero, ¿cómo podéis saber si los han dejado libres y solos en una tienda por muy grande que sea? —dijo mostrando un gesto en el que se leía que no acababa de creer lo que estaba oyendo, sobre todo y simultaneando los pensamientos en razón de que aún se estaba por averiguar acerca de la apertura de la taquilla, y si ésta continuaba guardando el dinero del rescate.

—No lo sé Jefe. Aquí estamos igual que usted. Nosotros no hemos recibido ninguna llamada al respecto, esto lo sabemos por el escáner de nuestro coche camuflado y que tenemos apartado en la acera de enfrente de la casa. Y todo sucedió cuando Ángel, el compañero que hacía guardia afuera, escuchó por la radio y a través de la frecuencia de la Policía local, como fue requerida su presencia en el establecimiento al descubrir en uno de los pasillos como dos críos sentados en el suelo y con ambos paquetes de Donuts se los estaban comiendo a la vista de toda la clientela que pasaba por allí abasteciéndose de productos, es muy posible que alguna persona tomara conciencia de lo que estaba viendo y ante la preocupación de que contrajeran una enfermedad en razón de aquella forma de devorar un Donut tras otro, le diera por avisar a los responsables, quien se encargarían de llamar a la Policía del Distrito —dijo de corrido el tal Salvador, y al que el Jefe notó muy nervioso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XVII

 

Una vez cortada la comunicación e informando de que más tarde irían para la casa, ya todo decidido salió de la oficina dispuesto a averiguar qué había pasado con la taquilla.

— ¡Madre de Dios! —se le escuchó decir entre dientes.

La curiosidad hizo que al apartarse el Jefe de la puerta de la taquilla una vez palanqueada por el hombre encargado del mantenimiento, y ya viéndolo tan exaltado, todos se asomaron pudiendo comprobar que en el interior de la taquilla no había absolutamente nada, por lo que uno de los detectives exclamó: ¡lo veo y no lo creo, como es posible, sino le  hemos quitado la vista de encima a la dichosa taquilla —: y machacó, de día y hasta de noche!

Visto que ninguno de los presentes acertaba a dar una respuesta razonable al desarrollo de lo acontecido en aquellos momentos, el Jefe decidió abandonar el Supermercado, no sin agradecer al Encargado general por todas las atenciones tenidas para con su grupo policial.

—Ramón, Javier y yo nos vamos a la casa de los chicos a ver si hubiera algo nuevo, mientras tanto usted se va a acercar a la otra tienda, hable con el Encargado e intente, en la medida de lo posible, averiguar algo, a ver si hay suerte y algún empleado se hubiera percatado de algún detalle que le hubiera hecho sospechar, insista porque al fin y al cabo se trata de dos pequeños dejados por alguien en el interior de la tienda como si se tratara de unos padres olvidadizos —dijo como si ello fuera una cosa de lo más natural.

 

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Llegados a la casa, el Jefe en unión de Javier por ser éste uno de los recién llegados de la Academia y, en cierta medida, familiar cercano por parte materna y cuyo padre había pertenecido al Cuerpo de inspectores dependiente éste de la Fiscalía; estaba claro que todo su afán era enseñar al muchacho, y que se fuera creando su propia cartera de conocimientos en razón de las experiencias que fuera consiguiendo, pues la verdad sea dicha el joven Detective no dejaba de hacer preguntas sorprendiendo una y otra vez a su Jefe inmediato quien percibía, y por ello se alegraba de tenerle protegido dada la voluntad y ahínco que demostraba en cada una de las misiones encomendadas ya fuera solo o acompañado por otros tantos agentes.

—A sus órdenes Jefe, ¿que hubo por allí al final? —preguntó Ángel con cierta camaradería y confianza de ya algunos años, cuando en un enfrentamiento con dos atracadores de poca monta, aunque provistos de pistolas, intentaron llevarse de un Kiosco toda la mercancía de pastillas de anfetaminas procedentes del contrabando, detalle éste descubierto más tarde con lo que el kiosquero acabó entre rejas, y Ángel en el Hospital tras recibir un disparo en el costado derecho. Afortunadamente la bala al igual que entró salió sin mayor daño que unos días de reposo; ello le valió una condecoración que luce felizmente y que es un orgullo para su protector.

—Que nos llevamos un chasco morrocotudo, y es que cuando abrimos la taquilla, perfectamente cerrada, esta se encontraba vacía por lo que ninguno de nosotros conseguimos desentrañar cómo pudieron abrirla con su llave y vaciar el interior sin que nadie se percatara de semejante artimaña, —correspondió con la misma camaradería.

 

        -o0o-


Una vez en el interior de la casa, tras los saludos de cortesía y las preguntas de rigor...

—¿Se sabe algo acerca de los niños? —Preguntó el Jefe mirándolos a todos.

—Únicamente que cuando se escuchó por radio lo ocurrido en la tienda, y puestos en comunicación con la Policía local, ésta tras ser informada del caso y de que lo llevábamos nosotros, accedieron a traerlo al domicilio acompañados de una Funcionaria de los Servicios sociales de los juzgados, por lo que están de camino después de haberles realizado un breve y rutinario chequeo por parte del Médico Forense —respondió Salvador sin quitarse los cascos a la espera de que tarde o temprano, de una forma o de otra, los secuestradores algo deberían decir, independientemente de haber recogido el dinero sin que nadie sospechara nada.

—Os estoy escuchando al tiempo que, meditando no sólo sobre el sistema adoptado, y es que estoy recordando a aquella pareja que antes de ayer por la mañana, y aún sin montar nosotros nuestro dispositivo de vigilancia, aunque sabíamos de que iba todo, entró en el Supermercado, abrió la taquilla número ocho, depositaron una bolsa, y con las mismas los dos entraron al super; se me escapa el recuerdo de cuánto tiempo estuvo dentro, y de si compraron algo, lo cierto, y eso lo tengo muy claro, casi os puedo asegurar que cuando reparé de nuevo en la taquilla, posiblemente por pura intuición, la puerta estaba semi abierta y la llave todavía pendulante y colgada en la cerradura —dijo sin pestañear y con la mirada perdida como si aún continuara intentando recordar algún otro detalle que encajara en el rompecabezas que aquella situación, sin dudar, se le estaba escondiendo en su mente detectivesca.

 

        -oOo-

 

Aún seguían dándole vueltas al asunto tras haber escuchado la reflexión que Javier acababa de exponer como si se tratara de un alegato, muy propio de él ya que además de sus estudios sobre Criminología también estaba trabajando en su tesis a fin de prepararse para obtener el primer grado como ayudante del Fiscal anexo al cuerpo de inspectores, cuando sonó el timbre de la puerta de entrada.

—Pasen ustedes —le dijo el padre a la pareja uniformada de la Policía local que en ese momento ya se encontraba enmarcada en la puerta.

En un momento de incontrolado nerviosismo repleto de ansiedad, la madre se levantó y lanzó hacia la puerta mientras los agentes confirmaban que se trataba del padre de los niños hallados en la tienda por lo que roto, momentáneamente, el protocolo uno de los policías, al parecer Sargento, le hizo una indicación a la funcionaria con el fin de que pasara al interior acompañada de los dos chiquillos.

—¡¡Pero bueno, qué absurdo es éste!! —ladró fuera de sí el padre quién viendo la lógica y natural reacción de su esposa se lanzó a por ella, y que de haber tardado unos segundos más se habría caído en redondo sobre el piso.

— ¿Qué sucede don Guillermo? —se interesó el Sargento de la Policía local.

— ¿Qué que sucede? Pues nada más y nada menos que estos críos no son mis hijos —vociferó nuevamente hecho un manojo de nervios el padre, quien al mismo tiempo estaba tranquilizando a su mujer en unión de su hermana y el marido de ésta, un Cirujano maxilo facial de reconocido prestigio, y que aunque no era su especialidad atender a una personas en semejante trance, se apresuró a atender a su cuñada practicándole de inmediato unos ejercicios de relajación, pues la pobre mujer estuvo a punto de perder el sentido al ser consciente de cómo su marido repetía preguntando una y otra vez dónde estaban sus hijos, y que para dejar aún más claro el craso error por parte de la Policía local, el que ni siquiera se había preocupado de saber el nombre de los dos niños, ni quién o quienes los habían dejado allí… Un poco más calmado se sentó pensativo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XVIII

 

—A ver niños ¿cómo os llamáis y que hacíais en esa tienda? —Esta pregunta la hizo el padre, no sin dejar atónitos a todos los agentes quienes en su interior estaban pensando: ¿cómo demonios se les había escapado semejante detalle, cuando ese simple interrogatorio a los dos pequeños, es de suponer que debía habérsele ocurrido a ellos?

—Yo me llamo Marcos —dijo el, al parecer, más pequeño por la estatura, y que sin tener idea de que estaba ocurriendo, todo su afán era tocar la culata de la pistola del policía que tenía al lado, mientras la funcionaria que los tenía a ambos cogidos de la mano no dejaba de llamarle la atención.

Como quiera que el otro no respondía, y que al igual que el hermano parecía vivir en un mundo extraño, como si no supiera interpretar que estaba sucediendo, pues ajeno a todo aquello sólo estaba, cual curioso, observando cuanto veía y oía a su alrededor, hasta que en un momento saliendo de su infantil ostracismo...

—Y a ti, ¿qué te pasa, acaso te ha comido la lengua el gato? —le preguntó ahora el Jefe de los detectives.

—No señor, y, ¿usted quién es? —preguntó con cierto descaro.

—Yo sólo soy un Policía que necesita saber cómo te llamas, que hacíais en la tienda y quién os dejó allí.

—Yo me llamo Mateo, y lo que hacíamos en la tienda era hartarnos de comer ricas galletas rellenas de chocolate —dijo sin dejar de mirar a las dos señoras que estaban sentadas en un sofá al otro lado de la entrada del salón y que se veía desde donde él se encontraba al estar la puerta abierta.

—Pero vosotros sabéis que eso no se debe hacer ¿verdad? —Intervino el detective Javier —. Además, si lo supierais podríais ir a un Centro Correccional de menores.

—No lo creo, y usted sabe muy bien que eso no se puede hacer con dos niños de siete y ocho años, y que además no estábamos robando lo único que hacíamos era comer ¿verdad Marcos? —Dijo con una sonrisita del pilluelo que se las sabía todas, y una mirada hacía el hermano con la que parecía buscar su complicidad.

—Así que tú entiendes que eso no es robar —le dijo ahora la Funcionaria.

—No señora, si nosotros hubiésemos tenido una bolsa de plástico llena de galletas entonces sí, pero no fue así como nos cogió usted ¿verdad señor policía? —dijo dirigiéndose al policía que los había sorprendido infraganti cuando fue requerida su presencia.

—En eso tiene razón, lo único que estaban haciendo era comer, como bien a dicho Marcos, galletas rellenas de chocolate —asintió el Policía aludido.

—Bien, creo que acerca de este malentendido o como se le quiera llamar, ya deberíamos darlo por zanjado —dijo don Guillermo, el padre, que observó en el asentimiento de cabeza de los demás policías además del Jefe, que todos estaban de acuerdo.

—Tiene toda la razón, así que señores, que cada uno vuelva a su tarea, a ver si hay suerte y recibimos de una vez esa dichosa llamada que nos saque de una vez del martirio que está viviendo doña Amparo al igual que el resto de la familia, y porque no decirlo, nosotros también ya que como humanos no podemos dejar nuestros sentimientos de lado por muy profesionales que, del orden y la seguridad de las personas como  contribuyentes, nos consideremos —dijo el Jefe quien dirigiéndose a los miembros de la Policía local, les recomendó se llevaran a los dos muchachitos con la idea de averiguar quiénes eran realmente, localizar su domicilio, y en consecuencia saber de sus progenitores y, principalmente, que hacían en un día laborable como aquél cuando deberían estar en la escuela.

 

        -o0o-

 

—De acuerdo Jefe, así mismo intentaremos seguir su consejo y tratar de averiguar quién o quienes los instó a entrar a la tienda y que se comieran todo lo que les apeteciera. Esperemos sacar algo en claro, aunque no sé por qué me da la sensación de que, o bien son los típicos golfillos de la calle en ocasiones manejables, o simples niños producto de la despreocupación de unos padres en situación de posible separación —dijo el Sargento quien junto a sus compañeros ya salía en dirección al coche patrulla que esperaba estacionado a la puerta de la casa.

Momentos después, y ya doña Amparo, al parecer, bastante recuperada quiso saber exactamente cómo iba todo, por lo que su marido una vez puesta al corriente con todo detalle...

—Don Amador; ¿Y ahora que cree que deberíamos hacer? —Preguntó la mujer aun con los ojos lacrimosos mientras la hermana seguía tranquilizándola

—Doña Amparo, aunque pueda parecerle extraño, no podemos hacer otra cosa que esperar a ver si los secuestradores mueven ficha, porque lo que es a mí en particular me tienen  escamado, y yo también me pregunto: ¿si ya tienen el dinero, que demonios estarán esperando? —le contestó el Jefe de la forma más dulce que se podía hacer a una persona que tras varios días aun no sabía nada de la situación que podían estar viviendo sus dos hijos tan pequeños, y verse rodeada de tantas personas que no sabían cómo resolver semejante trastorno.

Aun dentro de los leves errores pasados durante el fatídico día por parte de la Policía local, la noticia, aunque se desconoce cómo pudo suceder, el caso es que esta había trascendido al otro lado de las fronteras de la intimidad llegando a los oídos de la prensa, la radio y la televisión, y que en la casa de los señores González Marín, al estar conectada buscando algún pequeño indicio, enseguida llamó la atención de cuantos se hallaban en el salón.

 

        -oOo-

 

Así, al presentador del momento se le escuchaba:
"De una nota dirigida al Diario Sur de la provincia y firmada tan sólo por las iniciales YL., hemos podido saber que unos secuestradores, aun a pesar de haber conseguido el dinero del rescate, no han devuelto a los niños, en este caso sabemos que se trata de dos pequeños de ocho y nueve años, de nombres Dorian y Tonio, y que se hallaban dando un paseo por la playa de ‘'Dunas blancas'', en razón de que en una de las urbanizaciones más importantes, ellos junto con sus padres habrían llegado hacía unas horas para pasar las vacaciones veraniegas.

Como es, sin duda, conocido de todos los amantes del surfin, por sus magníficos vientos durante los meses de estío "El puntal del Este" nombre que dejó de ser villa para convertirse poco menos que en pequeña gran ciudad gracias a sus más de diez mil almas, y que debido a la población veraniega llega a alcanzar, por mor de sus urbanizaciones turísticas y sus muchas casas rurales y bungalós desperdigados por los montes cercanos a las playas, propiedad de una hotelería en auge, no menos de unos miles más de residentes.

Esperemos que en próximos informativos, podamos anunciarle que todo ha sido resuelto y que los pequeños Tonio y Dorian se encuentran felizmente con sus padres. Les informó Agustín de las Eras, desde el programa "Nuestro verano" para la cadena local "Provincias".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XIX

 

 

Aún pendientes todos de la televisión, cuando en ese momento de silencio, el timbre del teléfono comenzó a chirriar con su desagradable soniquete a según qué horas, y es que el timbre del teléfono, hay momentos del día en los que aún conscientes de que estamos a la expectativa de una llamada, cuando suena solemos dar un respingo.

Y así fue que todos los allí reunidos, y que a sabiendas de que seguían nerviosos, principalmente, los padres y demás familiares de los pequeños, cuando vibró el aparato telefónico que se hallaba sobre la mesita del salón, los nervios se desataron.

—Conteste usted don Guillermo, y tú Salvador, aunque la llamada no tenga que ver con nuestro caso  regístralo todo, grava y ve guardando todos los parciales, si ésta no fuera positiva sería cuestión de eliminarla, ojalá y esta lo fuera aunque de todas formas no podemos comparar los audios —dijo el Teniente una vez más haciendo gestos de aceptación.

— Dígame —dijo el padre al que se le notaba un cierto nerviosismo cuando descolgó el auricular y éste le bailaba entre los dedos.

—Buenas, señor. ¿Imagino que estoy hablando con el padre de Tonio y Dorian, me equivoco? Lo digo porque era de suponer que quien descolgaría el teléfono sería usted, ya que los demás estarán atareados en gravar la conversación, una técnica demasiado manida en estos días, pero en fin no hay otra —dijo la voz llamante, por cierto de mujer, y continuó —:Lamentamos causarles tantos problemas, pero entiéndanos: vivimos en un mundo en el que si no eres nadie no puedes salir adelante, y nosotros somos conscientes de que la vida, por las razones que sean, nos ha llevado a pasar por ella sin ser nada.

 

        -o0o-

 

Pero voy al grano: Tanto Tonio como Dorian se encuentran en perfecto estado aunque ayer el pequeño estuvo por la tarde con un poco de fiebre. No obstante, con un poco de medicación ésta ya le ha desaparecido completamente; pensamos que ha debido ser causado por el inevitable estrés...

—Bien señora, o lo que sea usted; dadas las circunstancias, le importaría cortar esa verborrea barata y decirme: ¿Cuándo me devolverá a mis hijos? —le insistió el padre con la más absoluta de las contundencias.

—Tranquilo, señor. Todo a su debido tiempo; sus hijos están bien que es lo que debería importarle, nosotros en cambio estamos preocupados por el dinero del rescate, ¿le digo por qué? Pues sencillamente porque usted no se ha portado bien, y me explico, aunque ya no debería llegar a este extremo dado que usted, no sé si por recomendación de la Policía, la mayoría de los billetes, unos están toscamente marcados, y el resto son falsos; no voy a negarle, como los detectives habrán deducido, que no somos profesionales, sin embargo usted mismo sabe de cómo la necesidad agudiza la inteligencia —dijo la mujer sin dejar de mantener un asombroso aplomo.

—Muy bien señora, y ahora: ¿qué pasos debo seguir para que me devuelva a mis hijos? —manifestó de forma que se notaba que estaba siendo atacado por un nuevo y fuerte episodio nervioso.

—Vale, pero sólo se lo diré una vez, a usted y a los que estén escuchando; Si fallan no volverá a ver a los pequeños, y no es que los vayamos a matar ni nada de eso, bastará con vendérselo a una de las muchas redes existentes, usted ya me entiende, y nosotros no habremos perdido el tiempo absurdamente —dijo la mujer dejando caer las palabras con cierta siniestralidad teatral.

—De acuerdo; ¿dígame que nuevo procedimiento tienen ahora esas macabras cabezas? —dijo el padre dejando ahora caer las palabras.

—Tenga un poco de paciencia, en un tiempo más que prudencial le volveremos a llamar una vez reunido el grupo con el fin de estudiarlo así como la nueva cantidad que le vamos a exigir y que no tendrá nada que ver con la anterior, con ello comprenderá que los errores, evidentemente, se pagan —dijo la voz a la que se le notaba cierto cansancio, colgando seguidamente.

 

        -oOo-

 

—Es de suponer que un Supermercado tan importante tenga instaladas algunas cámaras de las que, con suerte, podamos extraer algunas imágenes que arrojen un poco de luz sobre la extraña pareja —dijo don Guillermo tras haber meditado sobre lo que expuso el detective.

—Casi seguro, aunque no deben de estar muy a la vista, pues yo no recuerdo haberlas visto —comentó el Jefe —. De todas formas, mañana me informaré, y si es así requisaremos las grabaciones de la últimas cuarenta y ocho horas.

Aquella madrugada, y como era de esperar, transcurrió lentamente entre cafés preparados por la hermana de doña Amparo y alguna que otra cabezada, pues todavía todos estaban bastante esperanzados en que los secuestradores se pronunciaran aun siendo madrugada, pero visto el éxito de la primera, y tan fácil recogida, seguro que estarían deseosos de dar un nuevo golpe sin el más mínimo de los peligros. Sin embargo, no fue así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XX

 

Bien entrada la mañana, sobre las diez y media, y en medio de un frugal y colectivo desayuno, todos se sobresaltaron como saltó el teléfono que se hallaba sobre la mesita revistera del salón.

—Dígame —contestó don Guillermo a indicación del Agente que registraba todas las llamadas, porque era el que estaba más cerca del aparato telefónico.

—Muy bien, señor; no sé quién es usted ni me importa, ahora el  interés está en que coja papel y lápiz para que apunte unas instrucciones, aunque por otro lado tampoco será necesario, porque de seguro que todo quedará perfectamente registrado en los modernos equipos de seguimiento que tienen ahí en su casa, y que hace unos días sabemos que montó la Policía.

—Lo único que le vamos a recordar a usted y por añadidura al grupo de detectives, es que no nos menosprecien, que no somos profesionales ya les ha quedado claro, pero de ahí a que nos tomen por estúpidos analfabetos, eso no les va a favorecer —dijo la voz que se mostraba firme y muy resuelta a que la advertencia les llegara a los escuchas de forma tan contundente como decidida.

—Está perfectamente claro, quién quiera que usted sea; díganos que hemos de hacer para que esta familia pueda recuperar a sus pequeños —tomó la palabra el Teniente a través del aparato de comunicación supletorio.

—Puesto que la Policía, al igual que la primera vez está al corriente de todo, no andaremos con enigmas ni nada parecido, se sorprenderán porque jamás en los anales de la historia policial y detectivesca, y en lo que a secuestros se refiere, nunca podrán encontrar unos antecedentes semejantes al que ahora están viviendo.

—Al grano señor, vamos al grano, ¿o es que aún no tienen bien estructurado el plan siguiente? —respondió el Jefe con una vehemencia que en el rostro de don Guillermo, y por cuyo gesto, se notó que la intervención tan apremiante no le había hecho gracia.

—Tranquilo, todo a su tiempo que así es como se ganan las batallas: tres cuartos de hora para pensar y tan sólo un cuarto para actuar —dijo la voz de forma un tanto parsimoniosa.

—De acuerdo, esperamos. Mientras tanto, caballero, ¿podríamos hablar con los chiquillos, y es que los padres, como usted comprenderá, tienen necesidad de oírlos y asegurarse de que se encuentran bien? —intervino ahora el Detective llamado Salvador, quién se adelantó al Jefe que aún tenía clavada la anterior mirada de reprobación del padre de los niños.

 

        -oOo-

 

Pasados unos minutos, y siguiendo las instrucciones de sus secuestradores, los niños, pisándose de forma aturrullada, tan sólo pudieron decir que fueran a buscarlos, que no querían estar allí, por lo que temiendo que se le escapara algún detalle que pudiera delatar la ubicación, le retiraron el teléfono a toda prisa.

—Espero que se hallan quedado conformes y tranquilos; como habrán podido comprobar por la energía desarrollada, los chicos, aun nerviosos pues no podían estar de otra manera, se encuentran bien, y ahora pasemos a ese siguiente plan que, aunque les parezca extraño viniendo de unos aprendices circunstanciales, ya tenemos perfectamente definido, así que no hay necesidad de que tomen nota porque en esta ocasión no habrá ningunas instrucciones en el buzón postal. Sin embargo, como ya he dicho tomaremos otras medidas, y esperamos que esta ocasión se comporten y se guarden para ustedes sus billetes falsos, o como se pueden imaginar alguien aun a nuestro pesar, y de esto no debe caberle la menor duda, lo va pasar muy mal.

—Esperamos ansiosos, sobre todo con la esperanza de que ya que han conseguido su botín aunque ustedes lo nieguen, no nos lo pongan ahora muy difícil —dijo el padre mostrando una sumisión que en absoluto sentía.

 

        -oOo-

 

Aquella misma tarde y una vez comentada la llamada, se pusieron a pensar la forma de hacerles llegar las nuevas instrucciones por lo que en un momento dado del laborioso estudio, a Yoni le vino de momento una idea que, expuesta detalladamente, a Lola le encantó por lo que esa misma tarde comenzaría los trabajos. Una vez ultimado hasta el último detalle y adelantando el nuevo texto que habría de ser enviado a los padres, Yoni y Lola se pusieron de lleno manos a la obra:

 "Como ya por el mensaje anterior os ha quedado claro que en ningún momento nos ha pasado por la imaginación el hacerle ningún daño a los niños, y ello lo demuestra la cantidad que os pedimos de rescate por lo que, a nuestro juicio, entendemos que no había necesidad de poner este sencillo caso en manos de la policía. Ustedes, en cuanto tengamos el dinero real, y esperamos que en esta ocasión no metan la pata y sea de curso legal, sabréis donde recogerlos, de momento están en las mejores manos dadas las circunstancias; Han de saber que ambos muchachos se  encuentran perfectamente aunque como ya he dicho, un tanto asustados.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXI

 

Siguiendo los pasos de la nueva idea en lo que a la siguiente entrega se refería, en esta ocasión el mensaje fue entregado en la casa de un vecino, cuyo propietario del chalet al ver el sobre en su buzón y leer el nombre de su vecino y amigo, entendió que se habían equivocado por lo que procedió a llevárselo a su casa.

Justo en el momento en que el vecino llamaba a la cancela del pequeño jardincillo de entrada, un hombre con apariencia de jardinero le salió al paso interceptándolo al tiempo que lo instaba a que entrará en la casa en la que aun recibiendo, el camuflado guardia, toda una variedad de explicaciones por parte del padre y de la madre, de que se trataba de su amigo y vecino, el Policía argumentando que era del todo su obligación a realizar aquella agonizante serie de obligadas preguntas en razón de su profesionalidad, ante la situación que estaban viviendo.

Aclarado definitivamente el embrollo, y ya el Policía más tranquilo al haber comprobado la documentación del vecino y una vez leído el mensaje por parte del padre, procedieron a darlo a conocer al Teniente que llevaba el caso y que se encontraba en la casa a aquella hora pendiente de recibir cualquier noticia.

 

“Mañana, sobre las doce, su esposa, sólo ella, se dirigirá dando un paseo a la Biblioteca Municipal; una vez allí se sentará en la antesala de lectura y esperará una llamada en su móvil; para no levantar sospechas sonarán tan sólo dos tonos, y aunque crea que la comunicación se ha cortado, no será así, deberá descolgar porque nosotros seguiremos en comunicación.

Tras esta breve pausa, y si no observamos cara cercana y, por supuesto conocida, deberá colgar y esperar durante unos minutos a recibir una nueva llamada.

         Cuando reciba la nueva llamada, en ella le pediremos que se dirija a la zona histórica de la Biblioteca; una vez allí alguien le hablará. Evidentemente, esto estará siendo grabado por el sistema policial en remoto, pero todo depende de su discreción, su colaboración y el deseo de ver a sus niños.

Deberá tener muy claro que, cuando el bibliotecario le pregunte si le puedo ayudar, ella preguntará por un tomo especial de la Edición Bíblica Reina Valera. El funcionario se la acercará a la vez que alabará su buen gusto, no es, precisamente, del nuestro, pero nos viene al pelo con el plan trazado.

Seguidamente y con el ejemplar  entre las manos se dirigirá a la mesa de lectura donde, a la vista del empleado por si necesitara de sus servicios, se dispondrá a tomar algunos apuntes.

Abierto el libro buscará a Job en su capítulo diecisiete; que lo lea y actúe en consecuencia pues Job, acerca de este personaje, y del que aún se especula si existió, se escribe que era un hombre recto y temeroso de Dios, aunque se ha llegado a entender cómo se puede ser temeroso de Dios, pero en fin, continúo: él afrontó pruebas y aflicciones muy severas. Llegó a perder todos sus bienes y hasta sus hijos. El resto ya quedará entre su mujer y nosotros mientras ella lee la Biblia, y nosotros no perderemos de vista el paquetito que en billetes de cien sumarán doscientas mil pesetas, y que sumadas a las trescientas mil anteriores vendrá a ser la cantidad que en principio les íbamos a pedir, pero por temor a un posible fracaso nos quedamos ahí.”

 

        -o0o-

 

Escuchado por todos el mensaje de boca del Teniente, y con la voz entrecortada, todos se quedaron callados, y dejando a don Guillermo y doña Amparo así como al resto del grupo hecho un soberano lío, y es que por las instrucciones que llevaban oídas estaban casi seguros de que esta vez iba a ser más crudo el trabajo a realizar.

Aquella larguísima madrugada toda transcurrió entre opiniones, elucubraciones, recomendaciones y todo un largo etc., de a cuantas conjeturas se puede llegar en semejante situación dadas tan extrañas y, posiblemente, para algún lector/a, divertidas dentro del marco de un humor relativamente negro.

Alrededor de un par de horas más tarde de la salida de doña Amparo de la Biblioteca y tras cumplir con la misión encomendada, volvería a su casa con la advertencia de un silencio total o no volvería a ver a sus hijos.

Tras las muchas deliberaciones, y ruegos de la policía para que la mujer se abriera y rompiera aquel silencio bajo la seguridad de que era fundamental para conseguir atrapar a los secuestradores, doña Amparo se abrió entre lágrimas y sollozos atendida por su marido y su hermana, diciendo que le había pedido el bibliotecario que cuando estuviera sentada a la mesa de lectura, abriera la Biblia y buscara el libro de Job, y que una vez leído y tomada conciencia de lo que iba a hacer, sin el menor reparo, pero discretamente, sacara el dinero de su bolso y que en cada una de sus entre páginas fuera metiendo un billete de cien y que cuando lo hubiera hecho, como si fuera una estudiante cualquiera de las muchas que acuden a la Biblioteca a estudiar o investigar, lo avisara para acompañarme a dejar el libro en el lugar correspondiente —dijo sin poder contener las lágrimas.

—Y, a continuación, ¿qué te pidió que hicieras con la Biblia? —le preguntó el marido, principalmente, preocupado por una definitiva solución a la desgracia que estaban viviendo.

—Cuando terminé de introducir los billetes, él, que no dejaba de estar al acecho, y que yo lo veía por el rabillo del ojo, me hizo unas señas, entonces se acercó a mí, me llevó a la estantería y depositamos el libro en el lugar destinado dentro de la Sección biblias. Seguidamente, y siempre en su compañía me acompañó a la puerta tras haber depositado mi ficha como visitante en el mostrador de la Recepción. Realizado el trámite, me despidió con una sonrisa —dijo la mujer a la que apenas le quedaban fuerzas para seguir relatando aquellos momentos que le parecieron eternos.

—¿Podría usted reconocer, mediante una fotografía a aquél empleado —se interesó el Teniente.

—No lo sé, me pareció un hombre de lo más normal pues no encontré en él ningún rasgo ni físico ni en su acento, lo siento —respondió al tiempo que la hermana le ofrecía consuelo y tranquilidad a través de una nueva taza de tila aun humeante.

 

        -o0o-

 

—Sargento, acérquese a la Comisaria y tráigame el libro de reconocimientos que está marcado con las iniciales RSCU10 (RECONOCIMIENTOS SECUESTROS COMUNES ÚLTIMOS 10 AÑOS) —ordenó el Jefe, quien mirando a doña Amparo le insuflaba ánimos mediante una mirada de ternura, tal vez recordando cierto día en el que un caso, aunque no el mismo, pero que se había convertido en una pesadilla para el Departamento que él dirigía, se le olvidó ir al colegio a recoger a su pequeña tal cual había acordado con su mujer ese día, y que cuando lo recordó, ordenó a su compañero que su coche volara por la ciudad poniendo inclusive la sirena; afortunadamente, cuando llegó a la puerta del colegio se la encontró allí sentada y siendo recibido con una reprimenda de mil demonios por parte de la pequeña aun a pesar de su corta edad.

Siempre recordará el que en aquellas fechas se había visto a un individuo de mala catadura dando vueltas por la entrada al Colegio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXII

 

Aún tenía en su mente aquellos momentos, cuando el Sargento lo sacó de su ostracismo para preguntarle que aquel registro se componía de dos tomos por lo que al darle como respuesta que se trajera los dos, volvió sobre sus pasos para hablar de nuevo con el matrimonio e intentar averiguar si tras el episodio del secuestro podría haber algún móvil.

—No sé exactamente a qué móvil puede referirse usted —respondió el padre mostrándose un tanto sorprendido.

—Discúlpeme, pero por norma sabemos que, en líneas generales, cualquiera de los casos de secuestro, como se le quiera llamar, responden a algún motivo del que, en ocasiones la víctima individualmente, o en el conjunto familiar, son ignorantes de algún peligro al acecho, bien producto de una venganza hasta entonces oculta, o cualquier otra razón, llamémosle envidia, odio escondido, vayan ustedes a saber —argumentó el Teniente sin perder de vista ambos rostros a la búsqueda de algún gesto que al padre o a la madre los delatara de alguna manera.

Tras una pausa que el Jefe consideró prudencial, y observando como el matrimonio se devanaba la sesera intentando averiguar si existía en sus vidas una causa que justificara el daño que alguien les estaba infringiendo tan dura como vilmente; el Jefe atendiendo una señal bien estudiada entre los miembros del grupo, de forma disimulada abandonó el leve y sutil interrogatorio, dirigiéndose al marido de la hermana con el fin de hacerle, aproximadamente, la misma pregunta pues a lo largo de aquellas largas horas y en los típicos comentaros de familia a modo de entretenimiento pasajero ante unas tazas de café, el tío Carmelo había dado a conocer su más que evidente debilidad y amor por sus sobrinos ya que ellos no tenían hijos.

 

        -o0o-

 

Las palabras del tío Carmelo tras una breve reflexión, dio como negativa su particular respuesta, por lo que abandonando aquellas breves interrogaciones, el Teniente salió a la calle con el fin de hablar con el agente que, de alguna manera vigilaba el entorno, y ver si tenía alguna novedad. Después de un tiempo dedicado a unos comentarios acerca del caso y el consumo de un cigarrillo, el Teniente decidió entrar a la casa.

No acababa de traspasar el umbral cuando Salvador, el Agente que controlaba el sistema, le salió al encuentro anunciándole que estaba al teléfono el secuestrador, y que hablaba con don Guillermo, pues había dicho que sólo hablaría con él.

—No sé exactamente a que está usted jugando, pero le advierto por última vez que conmigo no se juega; o me dan un dinero limpio o no volverá a ver a sus hijos —ladró el hombre y colgó.

Una vez más don Guillermo y los demás escuchas se quedaron atónitos ante semejante manifestación, y es que en esta ocasión el dinero era de curso legal. ¿Qué había pasado entonces? Se preguntaban todos sin acertar a comprender, hasta que en un momento de calma y ya más tranquilos por parte de doña Amparo, está recordó algo con relación al bibliotecario al que le escuchó, a duras penas, una corta conversación con una supuesta lectora, pero que le dio la impresión de ser más bien, como si se tratara de alguien familiar o al menos pensó que debía ser persona muy cercana.

 

        -o0o-

 

    ¿Qué recuerda ahora usted de la conversación doña Amparo? —La cortó el Jefe.

—No sabría decirle exactamente, ya que me encontraba en un estado de ansiedad que me parecía que me iba a dar algo, sin embargo, si recuerdo de como el hombre llamó a la joven, porque se trataba de una mujer joven y de nombre Lola. Y hasta ahí es cuanto le puedo contar —dijo la mujer refugiándose de nuevo en los brazos de su marido quien una vez más la consolaba acariciándole la cabeza.

Una nueva llamada puso al equipo en guardia, momento en el que el Jefe descolgando el auricular y pidiendo calma contestó con un tono desenfadado.

— ¿Quién es?

—Soy yo de nuevo, y usted debe ser el que manda ¿me equivoco? —dijo la voz.

—No señor, no se equivoca, soy el Teniente de detectives y el que a la primera oportunidad lo va a mandar, en unión de toda su camarilla, a la cárcel por muchos años —dijo manteniendo la serenidad.

—Eso le va a costar tanto trabajo como a nosotros por lo visto cobrar el rescate, por cierto, ¿será posible alguna vez, porque de lo contrario no volverán a ver a los pequeños? —dijo, y remató el comentario insistiendo en saber a quién se debía la absurda idea de intentar colarle billetes falsos.

—Es que no entendemos cómo es que se ha encontrado con esos billetes cuando le puedo prometer que todos, absolutamente todos los billetes, eran de curso legal —insistió el Teniente.

—Usted dirá lo que quiera, pero lo que está claro es que cuando nos hicimos con los billetes después de abrir el libro, no hubo que mirar mucho; de moneda falsa sabemos más de lo que se pueden imaginar —dijo una vez más, aunque ahora de forma categórica.

 

    -o0o-

 

— ¿Ha pensado en que algún miembro de su grupo se hubiera adelantado y le hubiera dado el cambiazo a los billetes? —dijo el Jefe tratando de tenderle una trampa a sabiendas de que una posible duda germinara en la mente del secuestrador.

—Imposible, yo tengo plena confianza en mi gente, así que no le ha salido bien el tiro —dijo muy serio. Sin embargo aquellos segundos que tardó en contestar estaban dando a entender que había estado pensando a la velocidad del rayo en lo que acababa de oír.

— ¿Quién es la joven que estuvo hablando con el bibliotecario, y de la que sabemos que se llama Lola? —dijo el Teniente que, casi sin haber terminado la pregunta, escuchó como colgaban el teléfono al otro lado con una más que evidente brusquedad.

Se había sembrado la duda y, al parecer, había dado sus frutos pues pasaron varias horas sin tener noticias de los secuestradores.

Durante el transcurso de ese tiempo, el Jefe comentó que el secuestrador andaría indagando si alguno del grupo le habría hecho una jugarreta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXIII

 

—Lola, ¿se puede saber a santo de qué fuiste a la Biblioteca y te pusiste de forma tan descarada e imprudente a hablar con Mané? —le preguntó Yoni a la joven con la que vivía desde hacía poquísimo tiempo.

—No sé a qué vienes con esa pregunta tan absurda, y sobre todo pedirme explicaciones a menos que creas que yo tengo algo que ver con que te hayan engañado otra vez al largarte billetes falsos, porque eso sería de lo más estúpido que esperaría nunca de ti —dijo la joven mostrando su enojo.

—Yo ya no sé qué pensar Lola, pero desde que, tanto la familia como el Teniente, me aseguran con toda franqueza que, ante la necesidad imperiosa de recuperar a los pequeños, los billetes eran absolutamente legales, algo no me cuadra —volvió una vez más Yoni sobre el asunto, y extrayendo el fajo de billetes falsos de su cazadora lo esparció sobre la mesa al mismo tiempo que miraba de soslayo tanto al llamado Mané como a la joven.

— ¿Y tú, Mané, que tienes que decir, o acaso tu conversación con Lola delante de las narices de la señora, y a la que le habías dado las instrucciones de como tenía que dejar los billetes entre las páginas de la Biblia no eran las acordadas? —dijo ahora Yoni, no sin dejar de vista algún pequeño gesto de Lola, que a través de alguna seña la pudiera delatar como cómplice.

—Tú sabes muy bien Yoni, que yo desde el principio no quería participar en este asunto, y que de no haber sido por ella seguiría en mis quehaceres mundanos antes que tener que complicarme la vida con semejante fregao porque, quieras o no, esto se te ha ido de las manos, o eso es lo que yo he visto hasta ahora —dijo el joven mostrando cierto y conveniente argumento.

—Todo eso está muy bien Mané, pero tú aceptaste sin poner ninguna cortapisa, así que no me vengas ahora y a estas alturas con historias que ni tú mismo te crees; por otra parte, te repito la pregunta de a santo de qué la charlita con Lola en la Biblioteca y delante de la señora, aun sabiendo que de haberos visto bien las caras todo se podría ir al traste —dijo ahora Yoni con un aire de mil demonios.

—A mí sí me vio bastante bien, y gracias a que, afortunadamente, no estoy fichado; por este lado podemos estar tranquilos —dijo con una mirada socarrona.

— ¿De verdad te crees lo que me estás diciendo Mané, alguna vez piensas con la cabeza, porque no me creo nada? Y ahora me gustaría saber de una puñetera vez a que se debía, o al menos de que se trataba la finalidad de la charlita, ente Lola y tú en un momento tan delicado —dijo de forma en la que se notaba que estaba a punto de estallar.

 

        -o0o-

 

—A mí me da igual si me crees o no, pero lo que sí creo que deberías meterte en la cabeza es que lo que pudiera haber entre Lola y yo no es de tu inconveniencia, así que si no tienes más que decir, lo que yo si te recomendaría es que cerraras de una vez todo este desbarajuste, porque lo que en lo que a mí se refiere, te repito que lo dejo en cuanto hagamos el reparto —dijo revolviéndose sobre la silla en la que se encontraba sentado y sin dejar de echar tragos de una botella que compartían los tres.

— ¿Pero, que vamos a repartir, estúpido, un montón de billetes falsos? Aun no eres consciente de que no hemos conseguido nada, y lo que es peor, que ya no se puede seguir adelante, ha pasado demasiado tiempo y estoy seguro de que de una forma o de otra la policía ya anda tras nosotros, no sé cómo la habrán podido obtener pero tengo la vaga impresión de que algo debieron sacarle a la señora cuando estuvo en la Biblioteca —este reproche a Mané, lo hizo con la voz tan alta debido a que estaba perdiendo los nervios, que unos golpes en la puerta del cuarto donde estaban encerrados los hermanos, lo hizo callar al momento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXIV

 

Mientras que los dos jóvenes se encontraban entregados a una disputa sin sentido y en la que uno de ellos no sabía por dónde salir de un laberinto que se había construido, el otro tenía perfectamente controlada la situación, o al menos eso creía él, mientras tanto, Lola había estado en la pequeña cocina preparándoles unos sangüiches a los hermanos.

Una vez abierta la puerta, los dos chiquillos se abalanzaron sobre ella intentando conseguir su ayuda al tiempo que le preguntaban qué estaba pasando y porque no podían llevarlos a su casa.

Lola, un poco desprevenida pues   no sabía cómo salir de aquella situación debido a que estaba jugando con dos barajas, y de paso recordar que algunas cartas estaban marcadas, intentaba encontrar un modo de tranquilizarlos con unas explicaciones y posterior arenga que a todas luces se veía que no aceptaban.

—Lola, porque tú te llamas así ¿verdad? Os estamos oyendo cada vez que discutís con unas voces que parecen que estuvierais peleando, y que, al parecer, no va a tardar mucho en que os descubran —dijo el mayor de los hermanos dejando caer la frase como el que ya ha vivido esos momentos haciéndola sonar como una advertencia.

Lola, en su fuero interno, fue consciente de lo dicho por el chiquillo, por lo que, con prisas y sin querer escucharlos de nuevo, se limitó a dejarles los bocadillos sobre un soporte del fondo y que no era más que una simple tabla dejada caer a modo de mesa sujeta por varios neumáticos.

 

        -o0o-

 

Cuando cerraba la puerta no pudo evitar que el más pequeño de los hermanos, emulando al mayor, le decía:

—Lola, cuando os encuentren, que os encontrarán lo vais a pasar muy mal porque vamos a decir que nos habéis maltratado y mucho, así que prepárate porque esa es la verdad tratándose de dos niños: ¿Quién va a poner en dudas lo que digamos mi hermano y,  por supuesto, yo?

De regreso Lola al comedor, por llamarlo de alguna manera, en el que Yoni y Mané habían reanudado sus críticas y acusaciones, los mandó callar con un más que cierto autoritarismo, que dejó boquiabierto a los dos jóvenes.

—Creo que esto ya ha llegado al final, así que yo también he pensado que lo mejor que puedo hacer es abrirme, y no me interesa para nada el reparto del dinero de unos rescates que, al fin y al cabo, carecen del más absoluto valor, y además me expongo a que al intentar darle uso pudieran pescarme, no, lo siento, pero voy a largarme antes de que sea demasiado tarde —dijo la muchacha echándose al hombro la cazadora que había cogido y que estaba sobre una de las sillas.

Aún no había abandonado la estancia cuando escuchó la voz de uno de los críos que al haber estado escuchando tras la puerta la decisión de Lola, gritó.

—Lola, llévanos contigo y te prometemos no decirle nada sobre ti a la policía cuando estéis todos detenidos,  pero Lola, desoyendo al muchacho y encogiéndose de hombros abandonó el habitáculo sin la más mínima despedida.

—No sé por qué el mero hecho de no haber dicho nada tras el anuncio de la retirada de Lola, me da malas vibraciones, sobre todo cuando aún no me has contestado a qué venía aquel encuentro de los dos en la Biblioteca —le insistió  Yoni a Mané tras el escabroso silencio en el que ambos no habían hecho lo más mínimo por retener a la muchacha.

—Ya te he dicho que no voy a darte explicaciones de algo que no te concierne, y lo que haya entre Lola y yo es cosa mía y de ella, así que hasta aquí he llegado —dijo Mané recogiendo la mochila y saliendo del pequeño almacén que hacía de vivienda.

 

        -o0o-

 

Una vez en el exterior, Yoni observó una sombra bajo la visera de la nave de al lado; por un segundo no tuvo ningún problema para saber de quien se trataba.

— ¿Cómo ha ido tu despedida? —dijo la muchacha una vez que habían quedado ambos perfectamente reconocidos bajo la pobre luz del farol que daba algo de vida al miserable callejón.

—Bien, éste pobre diablo estaba tan convencido de que su plan le iba a salir como a pedir de boca, que creo que no se ha enterado de que un secuestro, y más tratándose de dos chiquillos iba ser cosa de coser y cantar; esperemos que si lo pillan no terminemos en el talego por su culpa. Creo que deberíamos ir pensando en algo que nos de seguridad —dijo el muchacho estrechando entre sus brazos a Lola quien le correspondió buscando la boca de Mané y besándola apasionadamente.

 

        -o0o-

 

Se encontraban tan entregados el uno al otro que no advirtieron como otra sombra se había deslizado desde la puerta entre abierta del almacén por lo que Yoni, a medias, había conseguido oír parte de la breve y, en cierta medida, presentida conversación.

Considerando que ya había oído y visto lo suficiente, Yoni regresó silenciosamente cuando la pareja, pegada a la pared y entre penumbras, se perdía por la esquina del callejón.

Al día siguiente, Yoni y después de darle el desayuno a los niños salió a la calle con una idea fija, seguir a la pareja con el fin de averiguar si lo que no le había dejado dormir la noche anterior tomaría cuerpo lo antes posible.

Aquella misma mañana en la casa, doña Amparo seguía preguntándole al Teniente si es que no había forma de hacer algo después del tiempo transcurrido.

—Señora, estamos haciendo todo lo posible, de echo todas las patrullas están en alerta ante el más mínimo movimiento que pueda resultar sospechoso, y algunas por los aquellos barrios bajos —este comentario intentando tranquilizar a doña Amparo lo dijo el segundo del Jefe, justo en el momento en que sonaba el teléfono y ponía en guardia a todo el personal incluido el matrimonio, la hermana de doña Amparo y el marido de ésta que se encontraba dando una cabezada.

—Diga —respondió el Teniente haciéndose cargo de la comunicación.

­­­­­         — ¿Con quién hablo? —le preguntó la voz, ahora un tanto diferente a las comunicaciones anteriores y sobre la que el Jefe ya no tenía dudas de quien se trataba.

—Ya sabe con quién habla, y ahora dígame si hay algo nuevo acerca de devolvernos a los niños —dijo el Jefe dejando caer la frase acompañada de cierto cansancio.

—Teniente, no crea que yo no estoy cansado de esto que parece un juego infantil, y créame que también siento no sólo el sufrimiento que están padeciendo los padres y el resto de la familia, si no el que le estamos causando a los críos pues si bien es sorprendente la entereza con lo que lo están llevando todo, no es menos cierto el que ha habido momentos en los que nos han llegado a amenazar, sobre todo el mayor mostrando un descaro y seriedad impropio de una edad que calculo alrededor de ocho o nueve años, pero esto está llegando a su fin, en breve volveré a ponerme en contacto con ustedes. No obstante, quiero dejar sentado que, al igual que ya lo hice anteriormente para la tranquilidad de los padres, los niños se encuentran bien —dijo Yoni acentuando cierta vehemencia aun a pesar de que él tenía de su lado la baza más importante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXV

 

La Brigada de detectives, aunque tarde, pues costó trasladar una unidad después de haber conseguido por los técnicos de telecomunicaciones hacerla portátil, había podido instalar en el domicilio un rastreador de llamadas telefónicas, sin embargo, en este primer intento había fallado el registro ya que, al parecer tal vez por los nervios, por haberse hecho de esta forma la primera vez, o quizás porque la comunicación no fue lo suficientemente extensa, el caso es que no se pudo saber desde donde se producía la llamada, porque de haberse conseguido, algo podrían haber hecho alguno de los policías que se encontraban peinando los diferentes barrios bajos que eran los que el Teniente tenía in mente desde el principio, y asegurando que se trataba de un grupo sin apenas experiencia y de gente con poca cultura.

Una hora más tarde volvió a sonar el teléfono haciendo que el mecanismo de rastreo se pusiera en marcha de manera automática, momento en el que el Teniente, con el teléfono en la mano, contestaba una vez más.

— ¿Qué hay?

— ¿Quién es usted, señor? —preguntó una voz que ahora no le era familiar, pero pensando que podría tratarse de algún otro secuestrador.

—Soy el Teniente, y Jefe del grupo de detectives, ¿y usted? —dijo muy serio.

—Disculpe, soy Fidel González, hermano de don Guillermo; he visto las noticias y me han alarmado al saber que mis sobrinos Tonio y Dorian, fueron secuestrados, por lo que le agradecería me pusiera al corriente ya que aún tardaré en llegar, y es que  me encuentro en el Norte acabando un trabajo para la construcción de un puente —dijo sin poder disimular que estaba sumamente preocupado.

—Pues he de decirle que estamos a la espera, y con un poco de suerte, de los últimos pasos para poder acabar de una vez por todas con este inacabable episodio. Aguarde un momento que le pasó con su hermano —dicho esto, se retiró a conversar con Salvador dejando a los hermanos lamentándose mutuamente de lo que estaba ocurriendo.

Acabada la conversación telefónica entre hermanos, y por añadidura con el saludo protocolario al resto de los familiares, volvieron a estar pendientes de la prometida llamada del secuestrador.

Una vez más la hermana de doña Amparo, trajo una bandeja con una gran cafetera procediendo a reponer algunas de las tazas que cada uno de los allí reunidos, y en aquella ya conocida espera angustiosa, todos tenían a su alcance.

 

        -o0o-

 

En un momento determinado, unos golpes en la puerta de entrada hizo que todos miraran a ella, unos preguntándose quién sería, y otros entre los que se encontraban el Jefe, quienes intuitivamente llegaban a adivinar de que debía de tratarse del Policía de guardia en la puerta, y dentro del interior de su coche patrulla, y que tendría necesidad de pasar al baño.

Aún no había salido el Teniente de nuevo a la calle debido a que le habían ofrecido una taza de café, cuando de nuevo sonaron unos golpes en la puerta.

Con pasos cansinos como ya no podía ser de otra manera, don Guillermo se acercó a la puerta. Todo fue abrirla para ver quién era pues no esperaban a nadie, cuando la imagen de los dos niños que tenía delante y que estaban protegidos por el policía que momentos antes se encontraba de guardia, le hizo dar un respingo que sobresaltó a todos haciendo que, por un acto reflejo, se lanzaran hacia la puerta de la calle atraídos por el momento.

Ya todo eran alegrías por parte del padre, sin embargo, la madre después de él, se deshacía en abrazos bañando a ambos chicos con un torrente de incontenibles lágrimas, escena que se repitió una y otra vez una vez con la hermana y la otra con su tío, quién fue el primero, adelantándose al Jefe, quién abrazándolos de nuevo se interesaba por cómo habían vivido todo este tiempo y si sabrían decir o recordar dónde estuvieron, a lo que el padre atendiendo la sugerencia del agente Salvador, dijo que, por ahora lo más conveniente sería dejarlos descansar, y que una vez relajados pues no era momento de interrogatorios, principalmente, por su edad, y que ya habría tiempo para ello.

Acordado esto por unanimidad, la madre, sin dejar de abrazar a sus hijos que hacían lo mismo con ella y con su tía, tomaron el camino de uno de los dormitorios, mientras que su tía los dejaba y se dirigía a la cocina tras decir que les iba a preparar unos vasos de leche acompañados de unos trozos de bizcocho.

 

        -o0o-

 

Después de unas órdenes del Jefe, el grupo de detectives se dispersó dejando tan sólo a Salvador y al Policía que seguiría en la puerta.

Cuando los otros dos agentes se habían despedido y abandonaban la casa, el Jefe que estuvo a punto de hacer lo mismo, se detuvo al oír como el teléfono sonaba de nuevo; ambos, Salvador y el Jefe se pegaron al teléfono.

Rápidamente el agente se apresuraba a reactivar el sistema de rastreo con la esperanza de que todo estuviera en orden. Cuando éste le dio conformidad al Jefe éste contestó a la llamada.

—Dígame —dijo con voz muy serena intuyendo de quien debía tratarse.

—Es de suponer que tanto la familia así como ustedes estarán satisfecho de la forma que se ha desarrollado la entrega, pero no quiero que piensen que lo que he hecho ha sido con la satisfacción de haber resuelto el secuestro, que no es así. Sin embargo, me parecía que ya era demasiada crueldad tener a los dos pequeños que, aunque por supuesto, siempre fueron muy bien atendidos, estuvieran tanto tiempo sin el cariño de sus padres.

De todas formas también quiero decirles que no abandono el intento de averiguar por qué en el segundo intento del rescate volvieron a pagarlo con billetes falsos, así que les recomiendo que estén atentos porque en ningún momento sabrán de qué forma volveré, porque no lo duden, volveré, así que guárdense las espaldas, en razón de que  si anteriormente cité a Job, también ahora puedo citar a Lucas —dijo sin abandonar la misma serenidad que usó el Teniente cuando descolgó el teléfono.

—Ahora mismo, y aunque como comprenderá no podemos agradecer ese sentimentalismo y debilidad mostrada, como aceptar tales amenazas y ya que sigue citando a personajes bíblicos, lo cual indica que conoce los textos, le recuerdo que estaremos alertas según nos recuerdan en otros mensajes como los que se encuentran en el libro de los Hechos —dijo siguiéndole el juego.

—Muy bien, pues seguiremos en contacto, mientras tanto continuaré con el intento de averiguar qué pasó con ese dinero, y del que usted me asegura y perjura que era legal —dijo el secuestrador, y, tras una despedida breve e indiferente aunque nada brusca, colgó el teléfono.

Después de que se cortara la comunicación, el Teniente, encogiéndose de hombros regresó al núcleo familiar que aún continuaba, entre lágrimas sollozos y agradecimientos a Dios, celebrando el encuentro de los críos con su familia, y como no podía ser de otra manera, los detectives, que se encontraron con un nuevo caso afortunadamente resuelto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXVI

 

Un par de noches más tarde, Yoni coincidió en el bar de copas de  costumbre, con Lola y Mané los dos, al parecer, muy amartelados y sentados a una mesa separada de la pista que los fines de semana se reservaba para los clientes que gustaban del baile. Ninguno de los dos advirtieron la presencia del joven que, apoyado sobre la barra, no les quitaba ojo de encima.

Después de consumir la segunda cerveza y a punto de pedir un wiski, observó que la pareja se levantaba al tiempo que, una vez llamado al camarero para pedir la cuenta, extraía de su bolsillo un fajo de billetes que inevitablemente llamó poderosamente la atención de Yoni, por cuya cabeza rondó la idea de que esa noche iba a haber gresca en el bar en cuanto el de la caja comprobara que se trataba de un billete falso; no fue así y no sucedió nada anormal tanto en cuanto que la pareja salía del local llevando Mané su brazo por encima de los hombros de la muchacha.

Apresuradamente y con el fin de seguirlos, pidió su cuenta y salió del bar; ya en la puerta se llevó una gran y decepcionante sorpresa al reconocer la frustración que le producía el ver como se iba por tierra la idea de seguirlos toda vez que la pareja de subían a una Vespa y tras poner el motor en marcha de un pedalazo arrancaban perdiéndose calle abajo.

Aun clavado en la puerta del bar, y viendo como se le escabullía la posibilidad de seguirlos y así poder averiguar donde residían, los demonios se lo comían por dentro, por lo que con cierta resignación y pensando que tendría más oportunidades en razón de que no tardarían en volver al día siguiente por ser este su bar preferido, Yoni decidió retirarse a su pequeña e impresentable residencia en la que con toda tranquilidad después de lo que había visto esa noche, pensaría detenidamente en encontrar una estrategia que diera como resultado saber, aunque ya tenía una idea de dónde Mané habría conseguido aquel fajo de billetes cuando el reparto se hizo con el botín de billetes falsos.

Pasadas un par de horas dándole vueltas a su cabeza, pues no se puede decir que el joven Yoni era muy despierto en lo que a organizar una trampa se refería, ello y unas  copas hicieron que ya cansado se quedará dormido cuan largo era sobre el lamentable y desteñido sofá, y comenzando a vivir ese profundo ensueño que se suele tener cuando un dédalo de circunstancias nos tiene, en cierta medida completamente atenazados. Así…

 

        -o0o-

 

“Yoni veía a la pareja en una terraza bailando y riendo desenfrenadamente, como si el resto del planeta no existiera para ellos, y ello a muchos kilómetros de allí, pero desconocía el lugar donde se encontraban. En un momento dado del profundo sopor debido a las copas, se vio sobre su buggui saltando sobre las dunas y acercándose a aquella terraza que se encontraba a pie de playa.

Al llegar a la linde ya que esas terrazas, continuación de algunos hoteles, están bien acotadas, aunque fuera de la ley, se hacen dueños de una parte de la playa, pero sin llegar al agua con el fin de que el resto de la gente y bañistas en general puedan pasear por la orilla.

Con el más silencioso de los movimientos detuvo el esqueleto bicolor y se acercó cautamente hasta la valla repleta de arbustos y florestas de distintas especies.

Como la espesura de la linde carecía de una robusta protección metálica, Yoni se escurrió atisbando por un estrecho hueco que, tomando ciertas medidas y alguna precaución, le permitió pasar a través de unas jardineras en las que proliferaban un sin fin de bellas y coloridas rosaledas y glicinias que colgaban esplendorosamente.

Ya los veía con toda claridad, acababan de hacer un baile latino de lo más sensual que hizo que al muchacho mientras expectante, sentía en su cuerpo que la danza le erizaba el cabello después de haber visto el movimiento de aquellas caderas. Sin embargo, no permitió que aquellos excitantes vaivenes del exuberante cuerpo de la muchacha le nublaran las ideas, unas ideas que, según él, las tenía preconcebidas en el caso de que los encontrara recordando aquellos días en que vivieron juntos hasta que el idilio fue roto por el proyecto del secuestro en el que Yoni no había cuajado en profundidad, y que sería la joven Lola, en cierta medida, la que lo empujaría a realizarlo definitivamente.

Después de haber estado observándolos durante un buen rato sin atreverse a romper aquel momento en el que la pareja se estaba divirtiendo en extremo, porque no se le ocurría nada con que interrumpirlos, y además porque no tenía seguridad de si él tenía derecho a ello, sobre la marcha y en el deseo de encontrar ese Leif motiv que le faltaba, en un segundo se le encendió la bombilla, esa luz que, mentalmente, ilumina los deseos.

Abandonó su posición, y volviendo al buggui se hizo con una cazadora deportiva, unas gafas de sol, una gorra playera, y decidido, mientras Mané y Lola seguían disfrutando de su tiempo de diversión, dando la vuelta entró en el hotel cual turista extravagante y distraído, y pidiendo la llave dando el nombre de Manuel Ortiz,  aprovechando, aunque sin tener conocimiento, evidentemente, del cambio de turno, la tomó dirigiéndose al ascensor, pero pensándolo mejor y temiendo que el ascensorista lo reconociera, aunque la habitación se encontraba en el tercer piso, prefirió subir por la escalera como el que se entretiene en disfrutar de los zócalos de azulejos que vestían bellamente las paredes.

 

        -o0o-

 

Una vez en el pasillo, buscó la puerta con el número que estaba marcado en el colgante de la llave, la número trescientos catorce; ante ella se quedó unos segundos dubitativo. Tras ese brevísimo tiempo pensó que lo mejor sería, dado su escasa habilidad mental que avanzaba a pasos agigantados, bajar de nuevo a la Recepción y dejar la llave por si la pareja volviera antes de tiempo, y dirigiéndose al bar en el que se tomó una copa, regresando a la habitación la cual había dejado con la puerta entornada.

Una vez dentro de la hermosa habitación que parecía una suite de lujo, se dedicó a investigar lo que iba buscando: la cartera de Mané guardada en algún bolsillo de la cazadora colgada en una de las perchas, seguridad que le daba encontrarla a sabiendas de que no la llevaría encima por la sencilla razón de que todas las copas consumidas por la pareja en la terraza se las pasarían con cargo a la habitación previa firma de conformidad.

Tras una breve visual de los bolsillos halló el premio deseado pues allí se encontraba la abultada billetera y en su interior un buen fajo de billetes, los cuales fueron uno a uno canjeados por los falsos que Yoni había sacado de su bolsillo. Una vez realizado el canje y con una sonrisa de oreja a oreja abandonó la habitación, y bajando de nuevo por aquella escalera atravesó el vestíbulo saliendo a la terraza donde la pareja seguía disfrutando de su particular fiesta.

Momentos después ponía en marcha el motor de su buggui dirigiéndose hacia su, llamémosle, casa y dejando el esqueleto aparcado en un rincón de la entrada, pero como siempre y por precaución ante la vista de posibles, aunque escasos, transeúntes, tras unas torres hechas con varios neumáticos usados. Una vez dentro abrió la mugrienta, aunque bien abastecida nevera extrayendo una botella de cerveza. Había comenzado a echar un trago al tiempo que su rostro mostraba el regodeo del problema con el que se iba a encontrar la pareja a la hora de pagar la cuenta del Hotel.”

 

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Unos fuertes y repetidos golpes sobre la persiana de entrada a la pequeña nave le hicieron saltar del sofá.

Haciéndose el longui como se le suele llamar a los que pasan de todo, hizo caso omiso de las llamadas todas vez que, al parecer, los que llamaban eran más de uno, y escuchando que también llamaban al taller o almacén de al lado, sin prestar la menor atención se echó de nuevo en el sofá quedándose una vez más profundamente dormido, y es que la resaca, si se puede, así es como se supera. No obstante, pasado un tiempo del que no sabía cuánto había sido, se levantó y dirigiéndose de nuevo a la nevera sacó un zumo de tomate al que añadiéndole unas abundantes y ricas gotas de tabasco se lo tomó de un tirón.

Ya se encontraba, en lo que menos se despacha un desaliño, en un cutre cuarto de aseo por no hablar de cuarto de baño, y al mirarse en el trozo de espejo que estaba sobre una tablilla a modo de repisa, comenzó a recordar el ensueño pasado lo que despertó en él, en cierta medida, la estrategia que, sin dudarlo, sería la forma de cambiarle los billetes buenos y de los que empezaba a ver completamente claro que Mané, en connivencia con Lola, se había apoderado traicionándolo a él, que era el que lo había organizado todo.

Una vez repuesto y compuesto mediante un buen baño en una tina, un buen afeitado y acicalado con colonia refrescante, salió a la calle con el fin de tomar un buen desayuno del que su estómago le estaría sumamente agradecido.

Acabado éste, se dirigió hacia la bolera de la que era asiduo y en la que de vez en cuando era contratado para "trabajillos" de poca monta; entretenido leyendo el periódico pero sin perder de vista cuanto le rodeaba, observó con el rabillo del ojo y por encima de las páginas, la llegada de Mané, habitual como él cada mañana, el cual se dirigió hasta el bar pidiendo su acostumbrado café con leche acompañado de un “Sol y sombra”.

Como el que no se ha percatado de nada al entrarle por su espalda...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXVII

 

— ¡Caray, Mané! ¿Cómo tú hoy por aquí y tan temprano? —Dijo sonriendo de la forma más indiferente y mostrando una boca que daba cobijo a una hilera de dientes tan medianamente perfectos como blancos.

—Es verdad, Yoni, para mí es muy temprano; lo cierto es que he quedado con Lola para ir esta mañana a la piscina privada del Hotel Regina, aprovechando la invitación del Encargado de seguridad que me debía un favor desde aquel asunto en el que le ayudé a descubrir cómo asaltaban la camioneta que recogía la lencería para transportarla a la Lavandería.

Durante el rato en el que Mané no dejaba de hacer alarde y echarse flores acerca de, como si fuera un topo con mucha experiencia y que se coló en el grupo presumiendo que conocía todos los entresijos del Hotel Regina desde que fuera inaugurado hacía un par de años, y en el que trabajó una temporada como Vigilante jurado en la extensa zona de jardines de paseos y terrazas, Yoni, que apenas lo escuchaba, ya se encontraba madurando en su cabeza la forma de cómo realizar el intercambio de los billetes.

Con la vista perdida y distraído en cualquiera de los detalles de la sala de boleras, notó que alguien le daba unos golpecitos en el hombro; como es habitual, en el mayor de los casos y a Yoni, le ocurrió lo mismo se volvió hacia el lado que llamaban su atención cuando Lola hizo que se volviera hacia ella; estaba radiante, aquellos ojos con apariencia de gata, un tanto almendrados cual fruto propio del Caribe cuando aún no ha madurado, los labios que parecían pedir que los mordisquearan y que al igual que un bocado a un trozo de sandía argentina le hiciera brotar la sangre, y así extasiarse con el dulzor del fruto, bandera de los febriles días del Verano español. Un beso en cada una de las mejillas de la muchacha no pudieron evitar el que la vista de Yoni se resbalara hasta perderse entre la exuberancia de unos senos que les parecieron demandaban dejarse caer por su perfecto canal cual tobogán infantil lleno de frescura, pues no se podía pedir menos a aquel maravilloso cuerpo de veinte años que, aunque de estatura medianamente aceptable, se veía firme en todos los sentidos

 

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—Hola Yoni, parecías muy pensativo —dijo con una sonrisa que hizo no solo temblar al muchacho sino hasta los mismos cimientos de todo cuanto rodeaba el momento.

—Hola amiga mía, no, no estaba distraído, sólo que estaba escuchando a Mané acerca de cómo colaboró a solucionar el robo de las ropas del Hotel Regina, cuando su furgón las llevaba diariamente a la Lavandería industrial Lamby, y de la que era copropietario nuestro conocido Juan León —dijo intentando ocultar los sentimientos y deseos sexuales que se despertaban en él, y de los que no quería que Mané pudiera sospechar, y así frustrar la idea, que ya se había hecho fija en su cerebro.

—Bueno, ¿nos vamos? —Le dijo Mané a la joven.

—Sí, —dijo Lola, volviendo a encontrarse su mejilla con la mejilla de Yoni, al tiempo que le deseaba de corazón al muchacho que pasara un buen día.

Pasadas dos horas, Yoni, perfectamente indumentado y con un pequeño bolso deportivo, previo saludo al personal de la zona de recreo, del Hotel Regina, a través del elegante pasillo que daba acceso al lugar pasó al vestuario de caballeros, y desde la pequeña ventana existente para ventilar la dependencia, subiéndose a uno de los banquitos y asomándose a la piscina los pudo ver con sendos atuendos de baño y cómodamente sobre unas toallas tumbados sobre el césped al igual que otras parejas.

Cuando Yoni se bajó del banquito se dirigió muy decidido a cumplir con el proyecto que tenía programado de antemano. Sin embargo, se encontró frente a un problema en el que, aunque ya había pensado conforme se acercaba a las taquillas donde cada bañista dejaba sus pertenencias, y éste era nada más y nada menos que averiguar cuál sería la escogida por Mané. Meditó unos minutos pensando en cual habría sido la elegida, pues si bien es verdad que había muchas libres, algunas se encontraban ocupadas por lo que éstas estaban cerradas en razón de que el usuario se había llevado la llave y ésta estaría, como es natural, en poder suyo.

 

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Se detuvo un momento dando una visual a las que estaban cerradas, y de momento le vino un presentimiento al comprobar que la número siete no tenía la llave, así que sin pensárselo dos veces echó mano de su juego de ganzúas e introduciendo dos de ellas de puntas muy finas, todo fue introducirlas y ¡albricias¡ El pestillo saltó quedando el interior a la vista de Yoni que, hurgando en los bolsillos de la chaqueta deportiva extrajo una billetera de fina piel que distinguió enseguida; efectivamente se trataba de la cartera de Mané.

Disfrutando satisfactoriamente del éxito alcanzado, procedió a realizar el cambio; una vez cumplidos sus deseos se animó con una sorpresa pues en uno de los departamentos de la cartera contempló una especie de etiqueta que le levantó el ánimo aún más. Los nervios afloraron en el muchacho al leer el papelito ya que se trataba de la reserva para almorzar ese mismo día a las dos y media en el Restaurante del Hotel, por lo que, comentando para sí que se lo habían puesto a huevo, procedió a dejarlo todo como estaba y saliendo de la zona de recreo no sin pasar por el bar, y  en el que disfrutó de una cerveza bien fría acompañada de un cigarrillo que le supo a gloria bendita.

Una vez en la calle se relamía pensando en el numerito a la hora de abonar la cuenta del almuerzo, y es que era consciente de que la pareja estaba disfrutando tanto y tan felices como quien tira la casa por la ventana.

A la espera de una hora prudencial se dedicó, gozando con el momento que iba a vivir, esperándolos tomándose unas copas en la barra que se encontraba muy cerca del comedor restaurante y desde donde tendría una vista perfecta de la mesa que se citaba en la reserva.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    XXVIII

 

Ya estaba perfectamente acomodado sobre el taburete lujosamente tapizado y pedido el segundo Vermut, cuando vio a la pareja que, desde la zona de recreo y elegantemente vestidos pues, al parecer, en sus respectivos bolsos llevaban la ropa apropiada para la ocasión, entraban al comedor siendo recibidos por el Metre quien al ver la tarjeta que Mané le mostró, fueron gentilmente acompañados hasta la mesa designada.

Aun siendo un Hotel de medio lujo para arriba, la comanda que los camareros, así como el vino que el Sommelier les había presentado, todo tenía un aspecto de lo más apetecible; mientras almorzaban deleitándose con cada uno de los exquisitos platos, degustándolos entre arrumacos de manos cogidas sobre el bello tapete, testimonio de una conversación llena de proyectos e ilusionantes promesas de amor eterno, llegó la hora de los postres; Lola aceptó un Tiramisú especialidad de la casa y que le fuera recomendado por el Metre al tiempo que Mané pedía la carta de licores.

Mané, mirando su reloj con el último sorbo de un Bourbon de doce años y Lola recreándose con la última cucharadita de su delicioso postre, el joven le hizo una seña al Metre con el gesto típico de quien pide la cuenta.

Yoni que estaba apurando su cuarto Vermut, ahora acompañado de unos canapés pues no había comido nada a la espera del acontecimiento que presumía sería todo un espectáculo, le solicitó al Barman le acercara el teléfono del que disponía la barra a disposición de los clientes.

Estaba a punto de marcar el número de la Comisaría con el fin de dar por terminada la faena, cuando se formó un revuelo en el comedor. Sintiendo lo que allí ocurría, pidió la cuenta y tras abonarla, se mezcló entre otros curiosos acercándose discretamente a la puerta; el alboroto, como era de esperar, no era otro que el Director de sala quien sin reparar en el resto de los comensales sobresaltados, le demandaba a Mané la desfachatez de abonar la cuenta con varios billetes falsos. Como quiera que el muchacho se puso gallito en extremo con  el Director, al tiempo que profería graves insultos, quiso la causalidad que, en el momento en que el segundo de sala recomendó llamar a la policía, cuatro comensales que se encontraban almorzando en una mesa cercana, se acercaron a la posición donde se  encontraba el Director, y mostrándoles todos sus reglamentarias credenciales, resultaron ser los inspectores y detectives del Departamento de Criminología, dos de ellos adscritos a la División de la ciudad y durante unos días desplazados al pueblo con motivo de un secuestro, uno de ellos era Salvador y el otro el Teniente Amador quien había invitado a dos agentes más en agradecimiento por su colaboración en el éxito del caso.

 

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Aceptada la presencia de la Policía por parte del Director, éste le relató en breves palabras lo sucedido al abonar la cuenta, por lo que el Jefe teniendo aun fresca en la memoria el secuestro de los hijos de don Guillermo, una vez comprobados los billetes, a preguntas de uno de los detectives y atendiendo la excusa de que los billetes eran de curso legal, el Teniente le pidió la documentación.

Durante unos segundos, Mané se mantuvo tranquilo, pues aunque ignoraba que los billetes del abono de la factura eran falsos se ofreció a sacar su billetera, y revisarla antes de entregarle la documentación al Teniente, por lo que los nuevos billetes resultaron también falsos, momento en el que el Teniente recordando lo del secuestro entregó todos los billetes al Director con el ruego de que por favor los pasara uno a uno por el detector de billetes, con el resultado de que no había ni uno solo que fuera absolutamente legal.

— ¿Será posible? —Dijo el Director de sala absolutamente enojado por el escándalo deprimente, y que entendía perjudicaba al prestigio del negocio, e intentando atacar a Mané cogiéndole por el cuello.

—Tranquilo, señor, no se preocupe que esto no trascenderá más allá de lo necesario, y de ello se ocupará nuestro Departamento de prensa —dijo el ya conocido detective Salvador.

Dicho esto y ante la tranquilidad mostrada ahora por el Director, que oyó anunciar al otro Detective, dirigiéndose al resto de los comensales, todos de pie y expectantes a la vez que curiosos, que estuvieran tranquilos, que ya todo había pasado, y sacando de su cinturón unas esposas le pidió a Mané que se volviera de espalda colocándole el grillete en ambas muñecas.

Una vez detenido sin la más mínima reacción por parte del muchacho, una mirada de reojo de él a la muchacha, gesto que al Teniente no le pasó inadvertida, dirigiéndose a la joven y pidiéndole la documentación por sugerencia del Director que le comentó que estaban juntos. Al comprobar el Documento de identidad y leer con cierta sorpresa que el nombre de la titular figuraba como Lola, ya no le cupo la menor duda cuando su mente se trasladó al momento que en la casa vivió cuando después de hacerle unas preguntas a los niños con el fin de si recordaban algo, le dijeron que la mujer se llamaba Lola, que eran dos hombres, y que a uno de ellos lo llamaban Yoni, pero que del otro no se acordaban, aunque tan sólo a la muchacha le habían visto la cara cuando les llevaba de comer.

Tras ésta, más que evidente conjetura, el Teniente ordenó esposarla, por lo que, solicitando a la Comisaría un vehículo camuflado al objeto de evitar publicidad a las puertas del Hotel, detalle que agradeció el Director del mismo y que se encontraba ahora acompañado por el segundo de sala del Restaurante, la pareja fue conducida directamente a la Comisaría e introducida en la sala de interrogatorios en la que la ayudante del Fiscal del distrito ya los aguardaba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXIX

 

A las puertas del Hotel, el joven Yoni, mezclado entre algunos paseantes a los que no se le escaparon la escena mientras parados se recreaban contemplando la bellísima fachada y entrada al complejo hotelero, se frotaba las manos por el éxito de su venganza.

En diferentes salas tanto Mané como Lola, por separados, fueron interrogados de forma muy suave y es que a través de la cristalera de identificación, a la que previamente habían hecho que los niños, una vez autorizados por los padres y la Fiscalía, se asomaron identificando a través de la primera sala de interrogatorios a Lola, de la que dijeron era la que los trataban con algún cariño cuando les llevaban algo de comer y les decían que estuvieran tranquilos que pronto estarían con sus papás, aunque no fue así en el caso de Mané, pues aunque lo veían muy bien desde fuera, de la zona de observación aseguraban que no lo conocían, que en todo caso podrían reconocer su voz pues sólo lo sentían cuando discutían entre ellos acerca del dinero.

—A ver señorita Lola, ya sabemos quién es usted pues ha sido identificada por los dos niños, como uno de los miembros del grupo que llevó a cabo el secuestro, pero necesitamos saber qué papel jugaba dentro de la organización, quien la introdujo, y sobre todo porqué se mezcló en ello sabiendo que se trataba de dos niños pequeños —le dijo uno de los agentes de interrogación.

Como la joven se negó a contestar a menos que estuviera presente un Abogado, el mismo agente le propuso que hiciera una llamada al suyo si es que lo tenía, y en caso de que no lo tuviera, la Ayudante del Fiscal le ofreció que le facilitaría uno de oficio, por lo que le concederían veinticuatro horas para ponerle en  antecedentes, pero que hasta entonces quedaría recluida en las dependencias policiales, porque lo que querían que le quedara claro  que estaba detenida acusada por un grave delito de secuestro.

Aceptando la proposición de la Fiscalía en la persona de su Ayudante, Lola pasó a una celda aislada en la que habría de esperar la visita del Letrado que le fuera asignado al día siguiente.

Unos metros más arriba de aquel largo pasillo, después de la marcha de los niños en unión de su padre, toda vez que tras la visualización no habían podido añadir más de lo que ya habían dicho, el interrogatorio continuó unas horas más al objeto de intentar conocer más detalles acerca de la organización.

 

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—¿Así que usted, Manuel Ortiz Manzano, más conocido como Mané, un delincuente común, vamos, de poca monta, intenta convencernos de que alguien le ha timado, que de alguna manera han llegado a sus bolsillos un montón de dinero falso y que no sabe quién se lo ha podido poner —le preguntó la Ayudante del Fiscal en presencia de uno de los detectives que lo detuvo.

—Señora, le aseguro que no sé cómo llegó ese dinero a mi bolsillo —aseguró por tercera vez intentando evitar la mirada escudriñadora de la Fiscal.

—Bien, no lo sabe, sin embargo, reconoce que si poseía todo ese dinero, pero que era de curso legal y por esa razón usted pagaba la factura del restaurante con la más absoluta tranquilidad. No obstante, en ese caso, ¿podrá decirnos, y se lo repito una vez más, de dónde, o porqué tenía encima todo ese dinero? —Insistió la Ayudante de la Fiscalía, no sin hablar con los ojos del Detective y que durante los interrogatorios era un gesto muy propio entre ellos.

—Podría darle mil razones, por ejemplo que me lo había ganado en el Canódromo, de todas formas ustedes no van a estar por la labor de aceptar ninguna excusa por muy real que esta sea, de todas formas, esto es lo que hay y no hay más —dijo Mané con tanto descaro que pasado un tiempo dejaron de interrogarlo.

—Muy bien, que lo fichen y que pase un par de días en el calabozo a ver si se le reblandecen las neuronas, pues no sabe lo que le espera después de las declaraciones de la muchacha —dijo la Ayudante del Fiscal haciendo intento de levantarse para salir de la sala.

—Un momento, señora, por favor: ¿qué es eso de las declaraciones que ha hecho mi pareja? —Dijo ahora, Mané, mostrando cierta contrariedad.

—Por ahora, ello queda entre nosotros, sin embargo, lo único que le puede favorecer es que recapacite sobre sus declaraciones, luego seguiremos, y si continua en sus trece, habremos de pasarlo a disposición Judicial y que el Magistrado de turno decida qué hacer con usted ­­—dijo la Ayudante al tiempo que abría la puerta.

 

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Al mismo tiempo, y en razón de la denuncia presentada por la Dirección del Hotel Regina, a menos que pida disculpas y liquide la cuenta del restaurante, y como en este sentido, se puede decir que todo va unido, se va a quedar mucho tiempo encerrado, así que procure recapacitar y confesar, principalmente, dónde y cómo consiguió esa gran cantidad de dinero falso que llevaba encima —dijo el Detective que acompañaba a la Ayudante de la Fiscalía.

 

—Vale, vale, después de lo que me ha pasado, y de lo que hablaré más tarde, de momento tan sólo puedo decir que mi dinero era legal cuando mi pareja y yo entramos al restaurante. ¿Quién le dio el cambiazo no lo sé aunque me lo imagino? De todas formas quiero dejar claro que el dinero falso o legal, fue el producto del rescate que obtuvimos por el secuestro de dos niños, de lo que me consta que ya estáis sobradamente al corriente, y de cuyo asunto insisto en que yo no era más que un cómplice al igual que mi pareja, y de la que no sé qué le habrá contado a ustedes —dijo sintiéndose ahora como quien se quita un peso de encima, y con el pensamiento esperanzador puesto en que su confesión le habría de servir como atenuante a considerar por la Fiscalía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXX

 

—Entonces, si nos asegura que, tanto usted como su pareja, no eran más que cómplices del secuestro, quién mandaba la operación? Y, no me vaya ahora a salir con que no sabe de quién se trata, porque nosotros, a través de las declaraciones de su pareja ya lo sabemos, pero queremos que usted nos lo confirme y así acabamos ya de una puñetera vez con este asunto —dijo uno de los detectives sin dejar de mirar su reloj de pulsera.

 

—Creo que con esto ya es suficiente, que lo ponga todo por escrito, que lo firme y acabe usted con el resto de los detalles, y que esta noche se quede aquí con nosotros por cortesía del Gobierno —ordenó la Ayudante del Fiscal abandonando la sala.

No se quedó muy contento Mané con la decisión tomada por la ayudante, sobre todo porque ahora se encontraba en la tesitura de cómo y de dónde iba a sacar el dinero para abonar la cuenta del restaurante y que, al parecer, en el asunto era lo más importante, por eso cuando acabó de redactar su confesión y antes de firmarla le preguntó al agente que podría pasarle ahora; el agente, encogiéndose de hombros, se limitó a comentarle que una vez que se había recuperado el dinero del primer rescate, y que fuera proporcionado por el depósito de la policía, y a la espera de recuperar el del segundo, lo más probable sería que cumplido todo ello, le cayera alrededor de un año, pero que todo sería cuestión de lo que decidiera la Fiscalía si al no ir a Juicio se llegara a alguna clase de pacto en razón de que no tenía antecedentes.

Ya la Ayudante en el pasillo, se dirigió a la sala donde se encontraba Lola acabando sus declaraciones, y en las que ella con menos escrúpulos y temiéndole a la cárcel, no tuvo ningún problema al aclarar todo lo acontecido desde el principio, cuando estando en el bar tomando unas copas se le acercó Yoni con la propuesta de un secuestro y del que sacaría una buena tajada a repartir.

— ¿Y quién es ese Yoni al que te refieres? —Se interesó la Ayudante.

—Yoni fue el que tuvo la idea y la puso en marcha cuando me llevó a su casa y me mostró a los dos niños de los que se apoderó cuando paseando por la playa con su buggui notó que los críos, curiosos ante lo raro del vehículo, aceptaron el ofrecimiento de dar un paseo a través de las dunas —dijo ahora más tranquila y, al parecer, un tanto más relajada.

—En mi opinión, los niños queriendo abandonar el coche, no pudieron porque Yoni ya comenzó a pensar en que, viendo lo bien que vestían, si pedía un rescate por ellos seguro que el secuestro sería fácil —dijo removiéndose en la silla y pidiendo si podía fumar debido a que volvían los nervios.

—Sí, no hay problema. Y ahora dime, aunque ya tenemos datos. ¿Quién es el tal Mané, como llegó a integrarse al grupo, y que relación te une a él? —Preguntó ahora uno de los detectives, con idea de que lo corroborara.

—En principio he de decir que a Mané no me une nada, digamos que de carácter íntimo, tan sólo hemos estado unidos como amigos y compañeros el tiempo que ha durado el asunto del secuestro y poco más, como la necesidad de protegernos el uno a otro en el tema del dinero.

En cuanto a cómo se integró en el grupo, no fue más que el producto de una conversación y el descubrir que trabajaba en la Biblioteca municipal lo cual le vino muy bien a Yoni para el segundo plan. Y decir quién es, lo único que se me ocurre es que no lo sé, por qué lo único que me ha contado no son más que el haber realizado pequeños hurtos y algún que otro timo de poca monta.

Acabadas estas declaraciones, puestas por escrito y debidamente firmadas, la dejaron en libertad aunque con cargos y con la condición de que se presentara a la mañana siguiente en la oficina de la ayudante de la Fiscalía con el fin de que, acompañada de dos agentes detectives, y del que uno de ellos sería una mujer, fueran hasta donde posiblemente podrían localizar a Yoni y detenerlo.

 

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A media mañana Lola, en compañía de los dos agentes entró en el bar de copas al que, por costumbre la muchacha sabía que Yoni acudiría a tomar su aperitivo. Por recomendación de uno de los agentes, ambos se separaron de ella dejándola sola en la barra.

Fue un acierto, porque diez minutos más tarde apareció Yoni, y al ver a Lola se dirigió a ella llamándola por su nombre, y sin preocuparse acerca de los dos hombres que estaban también en la barra aunque a un par de metros, por lo que ambos se estaban enterando del saludo y de cómo el muchacho preguntaba acerca de Mané.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXXI

 

 

Puesto al corriente, la muchacha le relató lo sucedido disculpándose a continuación con la excusa de que tenía que recoger unos encargos. En la despedida, Lola lo hizo llamando al joven por su nombre, momento en que los dos agentes volviéndose...

— ¿Se llama Yoni? —preguntó la Detective.

—Sí, ¿que desean, y quienes son ustedes? —Dijo, sin dejar de mirar a Lola con el presentimiento de que en algún momento lo había traicionado.

—Somos inspectores de la Brigada de investigación criminal —dijo el que, al parecer estaba al mando, al tiempo que la mujer Inspectora le pedía la documentación.

Cuando la agente tuvo la documentación en su poder exclamó atenuadamente aunque con cierto sarcasmo...

— ¡Vaya! ¿A quién tenemos aquí? Nada más y nada menos que a Juan Leyva Cordón, más conocido como el Yoni, un delincuente de poca monta, afortunadamente, pero que en éste caso es distinto porque nos ha dicho un pajarito que eres el que organizó uno de los secuestros más criminales de los últimos tiempos —dijo el que resultó ser Salvador, al mismo tiempo que le pedía se volviera de espaldas esposándolo seguidamente.

—Me da la sensación de que están siendo engañados para que alguien pueda obtener no sé qué beneficios —dijo Yoni haciéndose el gracioso y sonriendo mostrando una hilera de dientes no muy bien cuidados.

—Eso te parece a ti ¿verdad? Pues anda para adelante, esto ya se lo aclararás a la Ayudante del Fiscal, que está deseando recibirte, a ver si cuando te interrogue y te diga lo que te espera sonríes igual —comentó el detective tomándolo por el brazo, y ya una vez en la puerta y ante el vehículo policial haciéndole agachar la cabeza para introducirlo en el coche.

Una vez en la Fiscalía, y por el pasillo que llevaba al despacho de la Ayudante, Yoni tras el primer encuentro con los detectives en la sala de interrogatorios, y libre de las esposas quiso el destino que se cruzara con Lola, que tras el pacto con la Fiscalía, y ésta cumpliendo con ella la dejaba libre aunque con cargos como le prometieran anteriormente. Sería justo ese momento en el que, no se sabe de dónde y con una rapidez inusitada, Yoni había sacado un pequeño revolver del treinta y ocho, disparándole a la muchacha en el tórax, que cayó fulminante y mortalmente herida al suelo...”

 

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—¿Qué, que ha sido ese ruido? —Dijo Rosalía incorporándose exaltada en el lecho y toda bañada en sudores.

— ¿Ruido? No, no ha sido nada cariño; tan sólo, posiblemente, la repetición de otra de las pesadillas que te mortifican cada noche; anda vuelve a dormir  —la tranquilizó el marido metiendo su brazo bajo su cabeza y hombros atrayéndola hacia sí.

De nuevo y bruscamente, Rosalía, se incorporó golpeándolo fuera de control en el pecho con fuerza, tanta que el hombre no tuvo más remedio que intentar atenazarle los brazos al tiempo que, con dulces palabras, consiguió relajarla hasta que, dócilmente, apoyó su cabeza sobre la almohada, y aceptando el tranquilizante que le ofrecía Pablo junto con un vaso de agua.

    ¿Estás ya más tranquila? —le preguntó el marido.

—No, no, lo he visto ahora muy claro; estaba riendo socarronamente, como si él no fuera el culpable del dolor que todo esto me está causando —dijo hecha un manojo de nervios, sentada en la cama y sin atender las explicaciones del marido.

Momentos después la pastilla hizo su efecto quedando sumida en  un nada profundo aunque, en cierta medida, agitado sueño.

A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza, propio de una madrugada ajetreada mentalmente, Rosalía se levantó ignorando las recomendaciones de su marido que le pidió se quedara acostada hasta más tarde.

Cuando su hermana Leonor la avisó de que bajara a desayunar, lo hizo parsimoniosamente, y sentándose a la mesa dando buena cuenta del desayuno con buen apetito al tiempo que no dejaba de abrazar a sus niños.

—Parece que te encuentras mucho mejor —comentó el marido bajando la escalera y aún envuelto en albornoz señal de estar recién salido del cuarto de baño.

—Sí, mucho mejor, gracias. Esta mañana llevaré a Lucía al colegio —dijo mostrando un semblante que tranquilizó al marido que se sintió feliz viendo a su esposa.

—Vale, pero ten cuidado, cualquier cosa me llamas, estaré toda la mañana en la oficina —dijo correspondiendo a la sonrisa que le regalaba su mujer.

— ¡Ah! Por cierto, al regreso me pasaré por el mercado y veré de comprar algo especial para el domingo aunque no sé si traer carne o algún pescado —dijo sin abandonar su buen humor.

Después de dejar a la niña en el colegio, se detuvo en la cafetería de costumbre tras haber realizado una compra en la boutique de la plaza. Una vez acabado el café y ya de vuelta, entró en el mercado en el que un tanto indecisa no acababa de decidirse si compraba algo de carne o pescado; al final se decidió por unas lubinas que presentaban un magnífico aspecto y que, por cierto, era el pescado preferido de Pablo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXXII

 

Ya en la Pescadería pidió la vez; durante la espera comenzó a dolerle la cabeza mientras una nube mental se apoderó de ella llevándola hasta el más que amargo y extraño ensueño de la noche pasada.

Mientras aguardaba su turno y sintiéndose un poco mareada, no pudo evitar escuchar la conversación de una pareja joven que iba delante de ella en la cola.

— “Me tienes harta con tus caprichos acerca de las comidas, si no te gusta el pescado a mi si, voy a comprar una dorada que me voy a hacer a la plancha; le voy a decir al pescadero si me la puede descamar y sacarme dos filetes, y si tú quieres carne vamos luego a la Carnicería y pides un entrecot —dijo la muchacha haciéndole ya el encargo al pescadero.

En ese momento el muchacho, al parecer, un poco molesto pensando que su pareja lo ninguneaba, le dijo que la consideraba un poco inquisidora, pero cuando el joven insistió en que ella lo que quería era dominarlo todo, la joven intentando dignificar y poner en su sitio su forma de ser, sobre todo, en ese momento, y en público…

—Yoni, que así se llamaba el joven, en ningún momento he pretendido quitarte tu lugar —comenzó a decir la joven, aunque no acabó de terminar la frase quedándose como paralizada...”

 

Todos los que estaban también para realizar compras en la Pescadería se quedaron absolutamente sorprendidos al contemplar a Rosalía, como en un descuido del pescadero que, atendiendo la petición de otra clienta que le preguntaba acerca de un hermosísimo choco, que tenía expuesto al otro lado del mostrador, y entretenido en hacer uno y mil halagos acerca del cefalópodo, no se percató de que la mujer dando la vuelta se introdujo tras el mostrador, y haciéndose con uno de los cuchillos de mediano tamaño y saliendo del sitio, pero con una mente en la que sólo estaba impreso el nombre de Yoni, se abalanzó sobre el muchacho a quien de forma brutal y sorpresiva le clavó una y otra vez el cuchillo en el costado antes de que el joven se diese cuenta de lo que se le venía encima.

El Pescadero al contemplar sin aliento la escena saltó hábilmente por encima de todo el género expuesto, justo en el momento en el que Rosalía, soltando el cuchillo era atenazada por un causal y curioso transeúnte que tras el ataque la redujo, aunque no hizo falta pues tanto Rosalía como su víctima yacían en el suelo aunque, como es  natural, ambos por diversos motivos. 

 

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Tras la brutal e inconsciente agresión de Rosalía al muchacho debido a una grave enajenación mental, aunque de carácter transitorio, y alertados los Servicios de Seguridad, la Policía se personó en la Cuartelá pescadera, acompañada de una ambulancia medicalizada y tras tener conocimientos a través de la llamada de uno de los clientes de lo sucedido, quienes trasladaron al herido al hospital más cercano y en el que tras los primeros intentos de recuperación, pues el cuchillo le había atravesado uno de los pulmones, ingresó cadáver sin que los facultativos de turno hubieran podido hacer nada.

Avisada la familia, se personaron inmediatamente tanto Pablo como Leonor, su hermana, que había podido dejar a Jesusín con la vecina, y que se limitaron a observar como aun a pesar de las condiciones en que se encontraba Rosalía, ésta era incorporada, esposada y conducida a la Comisaría de policía donde una vez reconocida por el Forense Judicial y atendiendo a su recomendación, fue llevada por orden directa de la Fiscalía al Hospital mental donde quedaría ingresada, y hasta que días más tarde el Director clínico de Psiquiatría autorizara a que le realizaran los primeros interrogatorios dado su estado de ansiedad manifiesta.

A raíz de este, y en los que fueron fundamentales los testimonios tanto del marido como de la hermana, Rosalía fue declarada inocente de asesinato, aunque se quedó en el aire por parte de la pareja de la víctima, la acusación de, al menos, homicidio involuntario y que, a juicio del Magistrado, quedaría pendiente de una Sentencia condenatoria, para más adelante tras las diferentes y exhaustivas pruebas y exploraciones médicas a las que sería sometida.

Declarada definitivamente enferma mental, y de acuerdo con el marido, tanto por él como por el Tribunal de Justicia, quedaría recluida en el citado Hospital mental en condiciones específicas, si bien lo haría bajo la vigilante tutela del Estado a través de las decisiones oportunas de una Comisión al efecto, y mediante las obligadas revisiones especializadas periódicas. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXXIII

 

Seis meses después de su ingreso en el Hospital, Rosalía, había entrado en una dinámica de mejora en la que los médicos se encontraban perfectamente satisfechos. No obstante, no estaban confiados, por lo que no dejaban de seguir con el tratamiento que tenía impuesto por los Servicios médicos de Psiquiatría y Psicología Social y Gubernamental, por parte del Juzgado que mantenía abierto el expediente de reclusión.

En razón de esta mejoría, la interna se encontraba ahora mucho más abierta al resto de los pacientes con los que, en contadas veces, se le veía hablar, aunque las conversaciones eran tan cortas que las mismas, se reducían a un simple saludo de cortesía. Uno de ellos era Jorge, enfermo mental como ella, aunque de grado medio, y con agudos episodios esquizofrénicos.

Uno de aquellos días, bien entrada la mañana, se encontraban sentados en sendas butacas del hermoso, luminoso y bien florido patio, cuando el hombre de una edad próxima a la de ella, arrimó la cómoda butaca con intención de conversar.

 Rosalía, en estos días ya, sin duda, un poco más abierta lo dejó acercarse y le preguntó abiertamente porque estaba allí…     

—Sufría de episodios de pesados ensueños que rayaban en pesadillas y que me hacían sentir tan mal al día siguiente que me peleaba con todo el mundo, hasta el extremo de llegar a insultar, ofender incluso a la gente que más quería, mi padre, mi madre, hasta mi abuela de noventa y tantos años a la ponía como los trapos, y a la que en cierta ocasión llegué a levantarle la mano —comentaba con la mirada un tanto cabizbaja.

 

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—Cierto día, subí al piso del vecino y tras pedirle que no pusiera la música tan alta porque me dolía bastante la cabeza, después de que me llamara loco, entré en su casa, y cogiendo el aparato de música, sin pensar en nada, lo tiré a la calle. A raíz de entonces, la denuncia acabó con mis huesos en el Juzgado y de ahí, tras varios intentos de mis padres por aliviar mi castigo acabé aquí, en principio, por unos días, pero los médicos viendo mi conducta de la que, al parecer, se desprendía que yo, sabiéndolo, adoptaba actitudes de doble personalidad, que según ellos, era muy acentuada, por lo que recomendaron un largo tratamiento y del que no sé cuándo podrán darme el alta —dijo con la voz un tanto apagada.

    ¿Y esas pesadillas eran variadas? —Quiso saber Rosalía.

—Algunas de menor importancia o que, a veces, no recordaba, otras no se volvían a repetir, pero en cambio, hay una que la repito muy a menudo y que me tiene abrumado, sobre todo porque aunque difuminados los rostros me veo en ellos como con una especie de doble personalidad; son una imágenes extrañas que no consigo entender y que después por la mañana hace que entre en una vorágine de sufrimientos —dijo con la mirada perdida en el vacío.

—Me estoy preguntando, al tiempo que estoy pensando, si te pudiera aliviar el que me la contaras, si te apetece, claro, y es que las pesadillas mías cuando se las relataba a Pablo, mi marido, parecía que me calmaban algo —dijo Rosalía, aplicándole al comentario cierta sinceridad envuelta en una más que clara melancolía.

 

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“Alfonso Miranda, era un apuesto joven de unos veinticinco años, pues no aparentaba ser de más edad y que en su casa era conocido como "el marquesito" por ser hijo de los marqueses de Torre del Duero, título que le fuera otorgado a sus ancestros cuando la Reconquista en tierras extremeñas por el Rey Fernando tercero, y cuya familia se vio beneficiada en el reparto de tierras en razón de la ayuda proporcionada al monarca leonés. Pueblos con nombres de León, como fuera uno de tantos: Fuentes de León, y que ayudaron a las huestes del Rey a poder solucionar la escasez de agua tanto para las tropas como para las caballerías de la época.

El muchacho, estudiante Universitario se encontraba en vísperas del último examen correspondiente para terminar la carrera de Arquitectura; carrera que estaba deseando terminar con el fin de salir del seno de la familia y del estrecho control que sus padres ejercían sobre él,  y en especial el padre, al que nunca le había permitido salir fuera no más de cuarenta y ocho horas, un escaso fin de semana que no le  alcanzaba para nada.

Por eso se quedó sorprendidísimo cuando en uno de los pasillos de la Facultad se dio de bruces con otro de los alumnos, aunque en este caso sería de Ingeniería Industrial, y que se estudiaba en otra Facultad anexa aunque dentro del mismo campus universitario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXXV

 

 

— ¡Joder chico, si no lo veo no lo creo! —exclamó sin poderse contener —. ¿Eres una visión, o me estoy mirando casi como ante un gran espejo?

—Bueno, pues tú mismo, porque yo estoy en las mismas condiciones que tú —dijo sin dejar de sonreír ante la imagen que presentaba su interlocutor.

—Digo yo que, visto lo visto, deberíamos presentarnos ¿no te parece? —dijo uno de los dos jóvenes.

—Pues en eso estaba pensando yo. Soy Alfonso Miranda y, posiblemente, con un poco de ayuda por parte de la Divina Providencia, como se suele decir, a partir de pasado mañana, Arquitecto de renombre —dijo echándose a reír.

—Pues, yo me llamo Francisco, Paco para los amigos, y también a partir de un par de días Ingeniero Técnico en la especialidad de Telecomunicaciones, aunque con un rango inferior al tuyo evidentemente, y espero que esa Providencia en la que, al parecer, tu tanto confías me dé la oportunidad de encontrar pronto  un trabajo, que lo necesitamos tanto mi familia como yo.

— ¿Estas casado? —Le preguntó Alfonso.

—No, tan solo tengo a mis viejos, y además ya algo mayores, y no en una situación económica  muy boyante, es por eso que he de encontrar un buen empleo, y mejor lo antes posible.

—Pues en eso te podría ayudar. Tengo un compañero de clase, llamado Javier Ledesma, que su padre es el Director de una Compañía americana de Telefonía y Electrónica, afincada aquí en España desde hace más de diez años, y además me debe un gran favor, y es que en cierta ocasión, hará de esto un año, que Manuel Guzmán, el Abogado de mi familia lo sacó de un apuro cuando se vio enredado en un caso de contrabando de tabaco; no es que fuera muy complicado ya que todo el jaleo se formó cuando lo pillaron comprando dos cartones de cigarrillos que eran para él, pero que tratándose de la cantidad, la Unidad de este tipo de delitos no lo entendió así, por lo que fue detenido junto con el proveedor que no era otro que el dependiente de una tienda de ultramarinos donde hacía sus trapicheos, y que tenía una hermana casada con un Mariner de los Estados Unidos, de los destinados en España.

 

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Afortunadamente, el Abogado manejó bien los hilos y Javier quedó libre de cargos, sin embargo, le fueron incautados los dos cartones de tabaco, según las ordenanzas, a saber quién se benefició de ello…

—Es seguro que algún espabilado se los habría quedado —lo interrumpió Francisco mirando hacia la ventana desde la que se veía el hermoso patio de la Facultad, y en el que se encontraban algunos alumnos repasando unos folios, posiblemente apuntes, sin duda, con vistas al último y definitivo examen.

Hubo un momento en el que Alfonso, aprovechando la coyuntura a tenor de lo comentado por Paco acerca de la pobreza, y viendo una posibilidad de organizar la huida que siempre tuvo en mente, no reparó en preguntarle al muchacho acerca de ciertas actitudes para encontrar en la vida un poco de esa tranquilidad social y económica que, en todo momento, los seres humanos andan buscando a lo largo de una existencia poco halagüeña.

—Paco, ¿te molestarías si te preguntara que tal andas de escrúpulos? —dijo Alfonso a bote pronto.

—No, por qué habría de molestarme —respondió el muchacho sin pensar —: ¿Acaso me vas a proponer algo deshonesto de carácter sexual? —Dijo echándose a reír y mostrando una hilera de dientes muy bien cuidados.

—No, por Dios, de ninguna manera, no me gustan los hombres hasta ese extremo —le dijo devolviendo la carcajada como si se conocieran de toda la vida. 

—Bueno, entonces qué haces por el pasillo ¿buscando a alguna novia? —Dijo Francisco correspondiendo con otra sonrisa.

—No, no tengo novia —respondió ahora Alfonso mirándose las puntas de los zapatos y reparando en su brillantez —. Aunque ya me gustaría; no, no tengo, tan sólo una amiga, eso sí, no puedo negar que tenemos mucho en común por lo que con el tiempo y algún plan  espero algún día llegar a algo más

—Entendido —dijo Francisco y continuó —: vale, y ahora dime qué clase de proposición era esa a la que te referías.

—Bien, amigo, Paco, y escúchame con atención porque, en principio, te haré una confidencia —comenzó a decir Alfonso con toda seriedad.

—Soy todo oídos, amigo —correspondió Francisco poniéndose también muy serio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXXVI

 

—Con respecto a mis padres, que son unos marqueses de alta alcurnia, mi madre sufre de problemas mentales y se encuentra ahora cuidada por una Enfermera especialista día y noche; no así mi padre que es una persona aparentemente sana, pero desgraciadamente para mí, muy dominante y de la que se desprende en cuanto se la conoce, que para él sigo siendo muy infantil, fíjate que en mi casa me llama “el marquesito”, incluida la servidumbre; esto me supone un poco denigrado.

Y ahora sí que voy al grano. Dado que nuestros parecidos son prácticamente idénticos, vamos como si fuéramos gemelos, ¿tú estarías dispuesto a pasar por mi durante, digamos, un par de meses con el fin de que yo me pueda quitar de en medio, y aprovechar que esta amiga mía que se encuentra en Italia realizando estudios sobre Historia del Arte? —dijo sin dejar de mostrar la seriedad.

—Ahora mismo no sabría qué responder, Alfonso, lo veo muy complicado —dijo Francisco, sin dejar de darle vueltas a la carpeta que llevaba en la mano.

—Lo comprendo; de todas formas me gustaría que lo examinaras, e intentaras ponerte en mi lugar y lo estudiaras. Podríamos vernos cuando pasen los exámenes y hablarlo de nuevo. Yo te compensaría, te daría cincuenta mil pesetas. Vivirías en mi casa durante ese tiempo, y te aseguro que nadie, incluido mi padre, se daría cuenta pues él está, aunque ya mayor, con los negocios propios de un marquesado —dijo sin perder la compostura.

—No sé qué decirte ahora, amigo mío; la verdad es que me tientas porque ese dinero nos vendría de perlas. No obstante, pienso en cómo podría desenvolverme por la casa, y con los criados que, imagino, serán los que cuidan de ti para todo —dijo Francisco con toda sinceridad.

—Es muy cierto eso que mencionas, sin embargo, yo te proporcionaría el más completo plano de toda ella, y lo que es más importante y delicado: te pondría al corriente del más mínimo de los detalles con respecto de mis horarios, aficiones, mis gustos por las comidas, mis debilidades, mi relación con mis padres, mi forma de ser, mis necesidades dentro del marco de la familia y la servidumbre. En fin serías un auténtico Alfonso “el marquesito” del que difícilmente nadie dudaría —dijo el muchacho mostrando una sonrisa en la que se veía la necesidad de lo que estaba planteándole a su nuevo y necesitado amigo.

—Vale, pues no digo nada ahora, y nos vemos aquí el próximo miércoles a esta misma hora; casi estoy seguro de que celebraremos, títulos y acuerdo entre dos personas adultas —dijo Francisco al tiempo que le estrechaba la mano y se despedía con una sonrisa.

 

        -o0o-

 

De la misma forma, Alfonso, al que se le veía en la cara cierto aire de tranquilidad satisfactoria, en vez de seguir adelante hacia el lugar a donde se dirigía al principio, volvió sobre sus pasos dirigiéndose a la Cafetería de la Facultad y que era compartida por todo el campus. Pidió un café, y con un cigarrillo entre los labios, saboreaba la posibilidad de que su problema en dos o tres días estaría resuelto.

Llegado el miércoles, los dos amigos se encontraron en la Cafetería. Tras un más que afectuoso saludo pues en la cara de los dos se veía que iban a celebrar ambos títulos, pidieron unas cervezas con las que brindaron por un futuro lleno de prosperidad.

Con una nueva cerveza en la mano, Alfonso, sin poder contener más su ansiedad se lanzó a preguntarle a Francisco que había decidido sobre lo hablado en la víspera acerca de suplantarle durante un par de meses.

—Lo he pensado muy bien Alfonso. He analizado todos los posibles pros y los contras detenidamente, y he llegado a la conclusión de que la necesidad obliga, y nuestra nueva amistad, también, por ello acepto tu proposición, y espero que todo salga bien en favor de ambos. Sólo me queda que me pongas al corriente de absolutamente todo lo concerniente a tu vida en la casa, tu relación más íntima y profunda con tus padres así como con todo el servicio que ese sí que te tendrá entre encajes —dijo Francisco, sin dejar de mostrar una cierta preocupación que, se iría diluyendo con el transcurrir de la velada, entre el tema que traían entre manos y algunas de las anécdotas vividas junto con cada uno de sus demás compañeros el día de los exámenes.

—No tienes por qué preocuparte, pues ya lo tengo todo previsto y organizado. El próximo lunes nos encontraremos de nuevo aquí mismo, sobre esta hora. El fin de semana lo dedicaré a fotografiar con toda discreción cada uno de los rincones de la casa; abriré una carpeta que te pasaré junto con un bien detallado plano donde figurarán pasillos, puertas, cuartos y cuantos detalles se me puedan ocurrir acerca de mis vivencias por la casa que, como podrás apreciar, es una casa muy grande, una mansión construida en el siglo dieciocho por un bisabuelo de mi padre —comentó Alfonso sin poder evitar cierto nerviosismo.

—Vale, sólo espero que todo salga a pedir de boca —dijo Francisco, pidiendo más cerveza al camarero que justo en ese momento pasaba junto a ellos.

 

        -o0o-

 

—Seguro que todo saldrá bien, además, sobre cada parte del plano pondré un número que se corresponderá con cada una de las fotografías, así te será más fácil localizar cada uno de los rincones —dijo ahora poniéndole una mano sobre el hombro.

—Bien, y, cuándo y cómo haremos el cambio de tu salida y mi entrada? porque espero poder tener tiempo para estudiar todo ello —dijo el muchacho restregándose en su silla.

—No te he hablado de Rafael, éste hombre es el Secretario particular de mi padre, no es mala persona, sin embargo, te vendría bien no hacer muchas migas con él, yo nunca las hago, él a lo suyo y yo a lo mío, y siempre me ha ido bien. Eso por un lado, por el otro y puesto en faena, Rafael se toma libre todos los sábados por la tarde, unas cuatro o cinco horas a partir de la cinco. Momento que yo aprovecharé para decirle a mi padre que me voy a dar un paseo y tal vez vaya a ver una película. Como quiera que yo siempre salgo con mi mochila, me llevaré en ella una muda interior, por si la necesitara, que no creo, ya que cuando nos encontremos sobre las siete de la tarde y teniendo en cuenta que mi Facultad tiene desde las seis y media partido de Rugby, entraremos en los vestuarios y nos cambiaremos de ropa; metidos en escusados colindantes y por encima de la división de ambos, intercambiaremos nuestras indumentarias; no habrá ningún problema dado que tenemos la misma talla, por cierto: ¿Tienes alguna marca de nacimiento o de alguna cicatriz antigua con la que se te pueda identificar? —dijo Alfonso, tras la larga exposición del plan trazado.

—No, ninguna —dijo Francisco, subiéndose las mangas de la camisa al tiempo que se reía discretamente.

—Vale, pues creo que ya no hay más nada que añadir, tan sólo cuidado con la cocinera, que es un encanto de mujer de unos sesenta años, pero muy zalamera y pesada con que tengo que engordar un poco. Y ahora tú me dirás si te falta algo, o que ronde por esa maravillosa cabeza que va a ser la mía —dijo riéndose una vez más y mostrando una hilera de dientes blancos y en los que se apreciaba que estaban muy bien cuidados.

Dos nuevas cervezas, y unas exhaustivas miradas entre ambos, comprobaron que casi tenían la misma altura, anchura de espaldas y un extremado atractivo, ambos morenos, tanto de piel como de cabellos castaños oscuros y  bien cortados, boca ancha y de labios medianamente finos que se apoyaban sobre un mentón nada despreciable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        XXXVII

 

Después de unos segundos de meditación, Francisco no dijo nada, tan sólo se encontraba como ausente, con la mirada perdida en el fresco que estaba pintado sobre la pared del fondo de la barra de la Cafetería.

—Bien, pues entonces quedamos contentos y satisfechos; una satisfacción anticipada por todo como va a suceder, y por qué ya vamos a disfrutar: yo de mi Arquitectura y tú de tu Ingeniería de las que, sin dudar, saldremos triunfantes. Y ojo con mi padre, porque estoy seguro de que ya estará hablando con sus amistades para que ponga manos a la obra en algo a edificar, pero tú tranquilo, no tienes más que decirle que aún es pronto y tienes primero que adquirir experiencia antes de que te meta en ningún complicado fregado —dijo seguidamente Alfonso, y añadía —: al fin podré darme una escapada; dos meses que pienso pasarme junto a mi amiga Andrea en Italia, y quien sabe cómo será la vuelta.

—Espero que lo disfrutes, que te lo pases muy bien, y cuidado con los excesos que ya has dejado claro que tú no estás muy acostumbrado a estas libertades por cierto, el sábado cuando nos cambiemos de indumentaria y no regreses a tu casa mientras que yo entraré como lo harías tú, ¿no te llevas una maleta con ropa? porque en la mochila no cabe nada —dijo a modo de despedida.

—Lo intentaré, amigo, lo intentaré, en cuanto al vestuario ya compraré por ahí lo que me vaya haciendo falta —dijo Alfonso sin dejar de sonreír, y despidiéndose hasta el próximo lunes.

La llegada del lunes, y el nuevo encuentro fue sonada a tenor del nerviosismo que embargaba a los dos amigos; uno porque, sin duda, el mero hecho de que Francisco había comparecido le daba esa seguridad, el otro, Francisco, por la incertidumbre de cómo iba a resultar aquel, en cierta medida, peligroso juego.

Cuando ya los dos pusieron abiertamente sobre la mesa, tanto la información tan detallada que aportaba Alfonso, así como la aceptación de la misma por parte de Francisco, ambos celebraron de nuevo el acuerdo  definitivamente cerrado. Tan sólo restaba ya pues la espera del sábado para realizar el intercambio.

 

        -o0o-

 

Llegado el día clave, y ya los dos en el interior del  amplio y moderno vestidor deportivo, ambos procedieron a introducirse cada uno en un excusado diferente aunque colindantes, por lo que conforme se iban desnudando se iba cambiando la vestimenta; una vez acabado el cambio, y ya fuera, mirándose los dos en el espejo del vestuario, se vieron de nuevo asombrados, una vez más absolutamente sorprendido ante aquellas imágenes gemelas.

Sobre las siete de la tarde acordaron salir, primero uno y más tarde el otro ante la posibilidad existente de que se encontraran con algún alumno que se quedaría completamente extrañado al verlos, y es que ninguna de las facultades tenía gemelos en sus listas de alumnados.

Tras una disimulada pero afectiva despedida, Alfonso se dirigió a la Estación pues ya todo lo tenía previsto, y Francisco con la cabeza llena de datos se dedicaba a dar una vuelta por los alrededores de la mansión antes de tomar la decisión de introducirse en aquel campo que, en principio, consideró como de batalla.

Cuando se decidió a entrar de una manera informal, atendiendo las instrucciones de Alfonso, y con una copia exacta de la inseparable mochila a la espalda, todo fue pasar por el impresionante vestíbulo y encontrarse con el padre que salía en ese momento de la Biblioteca.

— ¡Hola, papá! ¿Estabas leyendo? —dijo como si lo conociera de toda la vida.

—Hola Alfonso, no, estaba escuchando un poco de  música mientras repasaba unos informes que me había pasado Rafael sobre los precios del grano este año, por cierto, ¿al final no has ido al cine? —comentó el padre, y dejando sorprendido a Francisco de que no se había dado cuenta de nada.

 

                                         

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    XXXVIII

 

Apenas habían transcurrido tres semanas, Alfonso (Francisco), sin preocuparse por el momento de buscar trabajo, se hallaba dedicado a cuidar unos rosales de lo que, según su amigo, los domingos por la mañana era una de sus debilidades. Estos y otros detalles habían hecho posible que nadie en la casa se diera cuenta de la suplantación de personalidad que allí se estaba jugando; ni tan siquiera su madre a la que subía a ver cada tarde, ni la Enfermera, como tampoco Rafael, al parecer, el más suspicaz, o la zalamera Cocinera sobre la que, en su fuero interno, se decía que cuanta razón tenía el amigo con respecto del comportamiento para con él de esta persona del servicio.

 

        -o0o-

 

Durante la cena de una de aquellas noches de fin de semana, y en las que el padre invitaba algunas veces a sus amigos y colaboradores entre los que se encontraban el eminente Doctor don Gabriel del Castillo, Médico de familia y Traumatólogo, aprovechando que había subido para saludar y ver la evolución de la enfermedad que sufría doña Patricia desde hacía unos años, y don Manuel Guzmán, Abogado de la familia, don Joaquín, el supuesto padre, tuvo la fatalidad y desdicha de atragantarse con un trozo de ternilla del Entrecot que estaba saboreando, justo en el momento en el que el Doctor del Castillo estaba haciendo unas referencias acerca de  una lamentable intervención por parte de un compañero   que, por error de apreciación en una radiografía, a decir verdad, de no muy buena calidad, y que por falta de medios se habría realizado en una improvisada sala de Urgencias al encontrarse todos los quirófanos ocupados, y cuya actualización no podía sufrir retraso alguno. El caso fue que aquél joven cirujano extirparía, ante la dificultad que entrañaba la operación, parte de un músculo vital que al final hubo de ser reemplazado por una improvisada prótesis que con el tiempo, al no obtener el resultado apetecido quedaría relegado a una leve cojera.

Todos absortos en, por decirlo de alguna forma, lo anecdótico del caso, y pendiente de lo que el Doctor contaba, que no fueron consciente de que don Joaquín estaba sufriendo un gran colapso y con la cara un tanto azulada  caía de costado al suelo.

El grave momento de confusión se debió a que don Joaquín se había desplazado hacia un lado en su silla y cayendo  sin que el médico, ya colocado el cuerpo sobre el piso, bocarriba, y desabrochado la camisa, por mucho que lo intentó fue incapaz de sacarle aquel trozo, por lo que  fallecería momentos después, pues ni tan siquiera una improvisaba Traqueotomía con uno de los cuchillos de la carne, dio el resultado apetecido y es que, al parecer, la incisión realizada en la tráquea a fin de poder dar paso a una respiración regular hasta que los Servicios Sanitarios pudieran reactivar todo el sistema, y poder retirar posibles secreciones del sistema pulmonar; más tarde, se excusó el Doctor asegurando que la obesidad del hombre lo había hecho completamente imposible.

 

        -o0o-

 

El drama que se montó sobre la marcha sería inenarrable viendo llorar al personal femenino del Servicio de Comedor, y que hubo de ser retirado haciendo que la Cocinera y su ayudante, de muchos años ya con la familia, no pudieron evitar en acudir al comedor ofreciéndose si podían ayudar, detalle que les agradeció personalmente Alfonso y solicitando de nuevo que se retiraran.

La escena fue rota por el Doctor del Castillo, cuando se inclinó de repente y extendió una servilleta limpia sobre el blanco rostro del hombre que yacía en el suelo. Luego se dirigió rápidamente a Alfonso al cual le puso una mano sobre el hombro. Gesto que sería seguido por don Manuel.

—Lo siento, hijo —dijo serenamente el Abogado de la familia, tu padre y yo éramos amigos desde hacía ya muchos años. Es la voluntad de los poderes de allá arriba. Cuenta conmigo para todo lo que necesites.

Alfonso, desconcertado todavía por la marcha de los acontecimientos, en un acto reflejo, se pasó la mano por la frente en apariencia sudorosa.

—Gracias, muchas gracias —dijo tranquilamente al Abogado; y, mirando al mismo tiempo también al Doctor. Con permiso —: Yo, yo voy a ir a la Biblioteca a serenarme. No estoy para ocuparme de nada.

—Sí, no te preocupes; voy a encargarme de llamar a los Servicios del Juzgado para el correspondiente levantamiento del cadáver, junto con el personal del Departamento de Patología Forense para el expediente.

—Don Manuel ¿quiere usted encargarse de las cosas? Y usted Rafael, ¿quiere ocuparse de la servidumbre? Y muchas gracias a los tres —dijo Alfonso saliendo ahora  del Comedor.

Con una última y confusa mirada al cuerpo tendido en el suelo, salió de la habitación. Bajó al vestíbulo y se metió en la Biblioteca donde se dejó caer en un gran sillón de cuero y tratando, de forma relajada, de poner en orden sus ideas acerca del inevitable caos mental en el que se hallaba envuelto.

Pasada una hora, fuera, en el vestíbulo y en el comedor percibió un alboroto; pero no prestó atención. Oyó la excitada conversación de los criados; movimiento de gente, golpear de puertas, el timbre del teléfono y, más tarde, la entrada de los hombres del Servicio del Anatómico Forense, quienes tras la autorización del Juez que acababa de llegar y una vez comprobado el lamentable suceso, autorizaba su traslado.

Los hombres del Servicio, mediante una camilla especial, iniciaron su fúnebre marcha, con pasos arrastrados, al llevarse todo lo que era mortal de don Joaquín Miranda.

Una vez realizado el procedimiento Judicial y a la espera de los resultados del examen, el Juez le preguntó a don Manuel que, siendo él el Abogado de la familia, si había algún deseo del finado acerca de su entierro o en todo caso incineración tras el correspondiente funeral que dispusiera la familia, y pasado el tiempo que obligaba la Ley en tales situaciones.

En tal sentido el Abogado manifestó que don Joaquín, así como la familia, poseía en un lateral de sus amplios jardines, una Capilla en cuyo interior ya se encontraban los restos de sus padres, por lo que lo más evidente es que él reposara junto a ellos al igual que lo haría, llegado el caso, su esposa, y a la que, por cierto, aún no se le había comunicado nada dado el estado en que se encontraba, pero que de  ello ya se ocuparía su hijo.

En el fondo de su corazón, Francisco sabía muy bien que la revelación tendría que llegar ahora; que tenía que saberse que él había entrado mediante acuerdo en la casa de otro hombre, fingido ser otra persona ante todo el mundo, y con el sólo fin de obtener las cincuenta mil pesetas según lo convenido con el verdadero Alfonso.

Sentado en el sillón de cuero, se sintió lleno de vergüenza y de humillación al darse cuenta de que ahora tenía que bajar la cabeza ante la gente, como la persona que había tomado parte en una mentira que ya puede pregonar lengua humana. Pero, ¿a quién debía confiarse primero? Eso no lo sabía; su estado de mediana desesperación pues era consciente de que en su momento todo habría de ver la luz, y apoyándose en su principal defensor como habría de ser su amigo Alfonso, esto lo tranquilizó, por lo que pensando en cómo iniciar el descubierto, lo primero que debería hacer era ponerse en comunicación con Alfonso, ya que era conocedor, por iniciativa de él, de su dirección en Italia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    XXXIX

 

Se levantó del sillón y se puso a pasear de un extremo a otro de la habitación, y al permanecer contemplando las vueltas que daban los peces de colores en su pecera, se fue dando cuenta poco a poco, que las cincuenta mil pesetas que casi tenía en su mano podrían haber volado: ¿Pero acaso la vida no era siempre así? Pensó con amargura;  ¿Alguna vez cayó de los cielos un gran premio para un ser humano que no fuera barrido por el destino antes de que aquel pudiera cogerlo?

Un discreto y suave golpe en la puerta interrumpieron sus meditaciones. La abrió, y don Gabriel apareció bajo el dintel, con el sombrero y el bastón en la mano.

—Me he ocupado de todo Alfonso. Hace muchos años que conocí a tu padre. No es necesario que aumente tu dolor hablándote de mis propios sentimientos. Si tú quieres, en su momento, ya me ocuparé de todos los pormenores desagradables del Funeral, como prueba de mi antigua amistad. Y teniendo en cuenta que don Manuel ya tiene ultimado todos los preliminares y posterior entierro en la Capilla, en unión de Rafael, ambos te tendremos al corriente ¿Te parece bien? —le dijo el Médico mostrando imagen de un lamento de los más respetuoso.

Alfonso, afirmó, con un movimiento de cabeza, al tiempo que se sentía de lo más extraño.

—Muchas gracias. Yo..., no estoy familiarizado con la muerte, y si a usted no le importa, gracias, siempre les agradeceré estas atenciones para con la familia.

El Doctor, asintió en silencio, y se retiró. Entonces Alfonso  se quedó de nuevo sumido en sus reflexiones. Regresó a su sillón de cuero, y mirando, sin verla, la pared de enfrente en la que se encontraba colgado una gran Pintura dedicada a los Padres, continuó pensando en la desdichada aventura en la que se había metido por el aliciente de las cincuenta mil pesetas y que ahora estaban en el aire; dinero que, por otra parte, se repitió una vez más, le iba a venir muy bien pues imperaba la necesidad personal así como la de sus padres.

Pasó otra hora. Confusamente, Alfonso, empezó a pensar si estaría expuesto a alguna persecución criminal por el papel que estaba desempeñando, a menos que saliera airoso del trance al que se había visto abocado y como, en cierto modo, sentía que en la actitud de Rafael, el Secretario personal de don Joaquín, hacia él, había un ligero matiz de envidia o de cierto deseo de venganza, pues no predecía con agrado las desdeñosas observaciones que pudieran salir de boca del contrahecho Secretario cuando el velo de la trama se alzara.

 

        -o0o-

 

La suavidad de unos nuevos y leves golpes, dados en la puerta, interrumpió sus pensamientos, y al abrir se encontró justamente con el hombre en quien estaba pensando.

—Don Alfonso —dijo Rafael en voz baja —: los hombres del Servicio ya estuvieron aquí y don Manuel y el Doctor del Castillo se ocuparon de todos los trámites legales. Disculpe mi intromisión, pero... ¿hay algún telegrama que usted quiera enviar a los dos únicos parientes de su padre, su sobrina Carmencita y su sobrino Juan José? ¿Puedo yo encargarme de eso? Le ruego que no vacile en llamarme para cuanto necesite.

Francisco, se quedó un momento pensativo. Ahora recordaba a los primos Carmencita y Juan José, los parientes pobres del pueblo, y de los que Alfonso ya les había incluido entre los muchos detalles

Independientemente de si iba a hacerse la revelación de su propia duplicidad, y en qué momento en los asuntos de la familia, una razón de vulgar decoro exigía que a estas dos personas se les comunicase el repentino fallecimiento de su tío. Pensó otro rato y, mirando al Secretario dijo:

—Gracias, Rafael; le llamaré para todo lo que necesite. En cuanto a los primos, yo mismo saldré más tarde y les telegrafiare —dijo sin dejar de mirar hacia el lateral en el que se encontraba, en esta ocasión un  cuadro de pequeño formato que tiempo atrás le fuera pintado al pequeño Alfonsito con su perro.

Ahora tengo mucho en que pensar, pero después necesitare tomar un poco el aire. Creo que esta noche me la voy a pasar en blanco, seguro que no podré dormir en toda la noche. Usted quédese en su habitación, y si le necesitara iría a buscarle —dijo sin dejar de mirar ahora la pecera que estaba sobre una de las mesitas.

El Secretario asintió en silencio abandonando la Biblioteca e insistió desde la puerta antes de que esta se volviera a cerrar —: Llámeme para todo lo que pueda necesitar, estaré despierto —dijo, y se retiró.

Cuando el sonido de sus pasos se perdía por la escalera, el reloj de pared de la Biblioteca empezó a dar las ocho, y Alfonso se sumergió nuevamente en el desagradable problema que se le había planteado.

Durante dos largas horas, sentado unas veces y paseando otras de un lado para otro del Estudio, examinó la situación hasta en sus menores detalles; estudiando primero una solución y luego otra. Cuando las manecillas del reloj apuntaban las diez, ya había tomado su decisión acerca de lo que iba a hacer aquella tan, para él, confusa y complicada noche.

Mientras pasaban las horas, y tras haber cumplido con el requisito de telegrafiar a los primos, así como a Alfonso, y en cuyo telegrama le decía que lo llamara a un teléfono determinado dada la situación en la que se encontraba, Francisco puso en orden todas sus ideas a la espera de la llegada de Alfonso, quien debía dirigirse al Bufete del Abogado antes que a su casa y en el cual se encontrarían…

Esta resolución era ir por la mañana a casa del bondadoso Abogado de la familia y ponerlo al corriente de la extraña proposición que le hiciera hacía unos días el verdadero Alfonso. Y que él, de nombre Francisco y de profesión Ingeniero Técnico, no era más que alguien que se había metido en este complicado lío, primero porque precisaba el dinero para él y sus padres, y casi porque se vio obligado, en razón de echarle una mano a un colega, al que veía muy necesitado de que pudiera disfrutar de un tiempo de vacaciones, toda vez que ante una tutela parental tan inquisidora, no veía ni la hora ni el momento de conseguirlo.

Tras la larga y exhaustiva reflexión, se dio así mismo la aprobación cerrándola, y diciéndose que al final el Abogado, en reunión con ambos amigos, tenía la palabra con el fin de que actuara en consecuencia…”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    XL

 

Acabado el relato, Jorge se quedó mirándola como esperando que la mujer le hiciera algún comentario sobre lo que acababa de oír de su boca. Sin embargo, Rosalía sin pronunciarse, lo único que hacía era mover la cabeza como imbuida en, sabe Dios, qué discernimientos; posiblemente sopesando en ese lapsus sus propios pesares, por lo que a renglón seguido…

—Jorge, me gustaría saber a qué te dedicabas antes de ser ingresado en este Centro —le preguntó Rosalía sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos.

—Compañera, yo siempre fui un hombre de campo muy bruto, lo reconozco, nunca estuve muy bien tratado por mis padres a quien culpo de no haberme dado la oportunidad de adquirir alguna cultura, aunque sé muy bien que en realidad todo ello fue, sin duda, culpa mía…

 

“Cuando era un joven de unos veintitantos años conocí a una chica en una fiesta del pueblo que, sabiendo de mí, me quiso enrollar con no sé qué intenciones al saber que yo era hijo de unos importantes granjeros de la comarca y además terratenientes, pues mis padres heredaron unas extensísimas fincas de labrantía cuyos productos de huertas, incluidas las amplías lanzadas de viñedos cuyos vinos eran exportabas a todo el mundo. Pues bien esta chica, estudiante de derecho, me dijo que me fuera con ella, que me enseñaría a leer y escribir y que viajaríamos por toda España con las promociones de las compañías a las que ella representaba.

Pasado el tiempo me di cuenta de lo que estaba tramando pero ya era tarde. Ella, junto con su hermano urgieron un plan, yo acepté pensando estúpidamente que estaba enamorada de mí, cuando lo único que pretendía era conseguir mi firma.

Con ciertas y extrañas mañas la obtuvo, y cuando lo consiguió a través de unos papeles que firmé para mi ingreso en una escuela en la que aprendería a leer y escribir, había uno de ellos que con el tiempo se demostró que era un poder.

Así que cuando mis padres murieron de agotamiento; más tarde, durante la lectura de aquellos papeles ante el Juzgado de lo Civil, y dado que no habían hecho testamento, ella junto con su hermano que me suplantó durante la vista, pues en aquel tiempo no se exigía tanto como ahora, se quedó con todo: presentó un documento en el que con la colaboración, no contrastada, de testigos comprados decía que hasta mi muerte seria la que  dispusiera de todo el patrimonio en calidad de Tutora.

 

        -o0o-

 

En una de aquellas fechas en las que estuve enfermo aunque, la verdad es que, nunca estuve bien debido a una debilidad crónica por encontrarme siempre cuidando del ganado en el monte o a la vuelta metido hasta las rodillas en las porquerizas, por la noche  hacía que me sirvieran unos brebajes que ella misma preparaba y que me dejaba la mente aturdida, además de como aquel que dice, fuera de combate; Y así me llevé varios años hasta que me di cuenta de que yo no era nadie en mi casa pues el único que allí se desenvolvía como pez en el agua era el hermano. Hasta que un día, no sé cómo, reventé y formando la de Dios en Cristo en mi propia casa fui, no sé ni con ayuda de quién y, al parecer ya concertado, que me trajeron aquí donde llevo ya tres años y sin saber si podré salir alguna vez, pues todos los resultados parecen indicar que va para bastante largo.

Y hasta la presente nadie me da razón del porque estoy aquí aludiendo que no estoy preparado para entenderlo, y que todo ello está en manos de mis tutores hereditarios o sea, ella y el hermano, dueños, imagino que con la colaboración dineraria de su Abogado,  amos de mi vasto patrimonio después de haber despedido a todo el personal y sustituido por, al parecer, familiares suyos venidos de otras partes de España.

Parece ser que el hermano, por cierto muy parecido, se está pasando por mí sin que nadie preste la menor atención, aunque ya se sabe que todo es cuestión de los malditos dineros.

Posiblemente y debido a esos momentos que sufro de dualidad o duplicidad de personalidad, como se le quiera llamar, el caso es que una mañana no hace mucho tiempo, el Auxiliar Contreras me dijo que fuera a la Peluquería para afeitarme, pues lo hacía cada semana.

Aquella mañana, ya sentado en el sillón y a medio afeitar, sentí que me había cortado con la navaja; tras verme el corte sangrante en el espejo me levanté rápidamente diciéndole que me llevara a la Enfermería. Extrañado ante mi reacción, me obligó a detenerme ante el espejo para que me mirara y me diera cuenta de que no había ningún corte, sin embargo yo lo seguía viendo hasta que pasados unos segundos comprendí que el hombre de aquel reflejo en el espejo, efectivamente, había dejado de ser yo, aunque no las tenía todas conmigo.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    XLI

 

 

Los dos, en silencio se levantaron de ambas butacas al unísono y abandonando el patio pues acababan de comunicar por la megafonía del interior, que quedaba abierto el Comedor para el primer turno de los internos.

—Jorge, mañana tendrás que terminar de contarme como acaba tu pesadilla —dijo Rosalía sin dejar de caminar por el pasillo.

—No creo que pueda porque, aunque te parezca extraño, ya no recuerdo nada más —dijo un tanto mohíno al tiempo que abandonaba la compañía de Rosalía, y es que ocupaban mesas diferentes.

 

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En esos días primeros de octubre, Rosalía cumplía dos años desde que fuera ingresada por orden Judicial en aquel Hospital dedicado solo y exclusivamente a enfermos mentales, y del que difícilmente ningún paciente volvería a salir, aunque no sucedió así con el caso de ella.

Durante el transcurso de la mañana, recibiría la visita de Pablo su marido, acompañado de su hermana Leonor quien llevaba a Jesusín de la mano pues tenía ya más de dos años, mientras que Lucía lo hacía de la mano de su padre.

La visita, en esta ocasión, era debido a que, por parte del Juzgado de Familia y con la absoluta conformidad del Servicio del Anatómico Forense, éste había redactado un informe sobre la mujer a quien en el último examen la habían declarado, tras una asombrosa recuperación, completamente curada de las enajenaciones mentales sufridas años atrás.

Cuando entraron al Hospital, fueron recibidos por el Delegado de Salud Mental, también Médico, y adscrito al Centro Hospitalario, quien les dio la bienvenida en razón del alta que Rosalía acababa de recibir por parte del Equipo Psiquiátrico del Hospital, que la había estado tratando desde el principio de su ingreso.

Pasada la familia al despacho del Director mientras preparaban a Rosalía para su inminente salida, Pablo quiso saber a través de los conocimientos de los facultativos, un poco más acerca de la enfermedad de su mujer, por lo que el propio Director en connivencia visual con el Delegado le expuso:

 

        -o0o-

 

“Hoy día, con la ayuda de un equipo de psicólogos se pueden recordar algunas de las teorías relacionadas con los sueños, los ensueños y las pesadillas de todo tipo.

Ya sabemos por un lado, que Sigmund Freud creía que muchos de los ensueños eran la manifestación de deseos inconscientes reprimidos. Según esta teoría, estos tipos de ensueños actúan como una especie de válvula de escape para los impulsos y deseos que no pueden ser expresados abiertamente en la vida consciente. Freud sugirió que los impulsos y deseos tenían contenidos manifiestos (lo que se experimenta conscientemente) y contenidos latentes (los deseos inconscientes subyacentes). Sin embargo, tal como recuerdan los expertos, a día de hoy, la moderna Neurociencia niega que el modelo de Freud tenga una validez tan experimental como materialista.

Además de esta teoría existe otra, como la llamada “Teoría del procesamiento” de la información, la cual sugiere que los ensueños pueden ser el resultado del proceso de información y experiencias del día; de modo que, según ella, durante el sueño, el Cerebro humano organiza y procesa recuerdos, emociones y experiencias, ayudando a consolidar la memoria y a, veces, resolver problemas no resueltos, pero recordados, a veces, con el amanecer del día siguiente.

Por otro lado, existe la “Teoría de la activación-síntesis”, propuesta por otro especialista como un tal Allan Hobson, que sugiere que los sueños y ensueños, aunque con relativas diferencias, son el resultado de la clásica actividad aleatoria de las neuronas en el Cerebro durante el sueño con movimientos oculares rápidos. Según esta teoría, el cerebro intenta sintetizar y dar sentido a esta actividad neuronal aleatoria, en definitiva el resultado en la experiencia de los sueños. 

Durante un sueño/ensueño con  movimientos oculares rápidos, nuestra actividad cerebral es similar a cuando estamos despiertos pero con algunas diferencias.

Por ello es muy común despertar de un ensueño vivido y olvidado a los pocos segundos. Coloquialmente, es como si al despertar te bajaran la persiana. No obstante, existe una explicación científica que nos permite entender por qué una persona no recuerda las imágenes reproducidas por su inconsciente.

Se intenta correr o gritar y no se puede, los seres más cercanos cambian su imagen hasta convertirse en terribles y sanguinarios animales irracionales, el Corazón palpita aceleradamente y se ahoga un grito antes de despertar empapado en sudor o paralizado.

Las pesadillas como los ensueños han acompañado al ser humano desde tiempos remotos, y, en términos generales se engloban dentro de las parasomnias relacionadas con el sueño. A veces los durmientes, tienen un ensueño caracterizado por el miedo y la ansiedad que puede llegar a despertarle con un drástico sobresalto inusitado.

Por ello y en ocasiones, un ensueño puede producir un lapsus de tal gravedad mental, en el que cualquier cosa relacionada con él en la vida real puede acabar, y de hecho suele suceder, en tragedia.

 

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—Muchísimas gracias doctores y extiéndalas al resto del equipo, por cierto ¿cómo se encuentra Jorge, el compañero de Rosalía y del que tanto nos estuvo hablando ella? —se interesó Pablo.

—Este pobre hombre va a ser difícil que levante cabeza, y es que padece una profunda Esquizofrenia mental; una enfermedad de la que aún se conoce poco, aunque estamos esperanzados en nuevos tratamientos de los que ya se están hablando en algunas revistas médicas.

Tengan en cuenta de que en este muy complejo sentido, definido como:  «entendimiento, razón, mente», juega de forma complicada un diagnóstico Psiquiátrico que abarca un amplio grupo de trastornos mentales crónicos y graves, caracterizados a menudo por conductas que resultan anómalas para la comunidad y una percepción alterada de la realidad.

La Esquizofrenia causa además alteraciones en varios aspectos del funcionamiento psíquico de la personalidad, principalmente de la consciencia de realidad, y una desorganización Neuropsicológica más o menos compleja, en especial de las funciones ejecutivas, que conllevaba  una dificultad para mantener conductas motivadas y dirigidas a un fin determinado, y una significativa disfunción social. Entre los síntomas más frecuentes, están las creencias delirantes acerca de una duplicidad de la personalidad, pensamientos harto confusos, alucinaciones auditivas, reducción de las actividades sociales y/o, en ocasiones, aislamiento, etc.…

—Repito mi agradecimiento, y espero que nunca más tengamos que volver por aquí.

—Eso esperamos todos, eso esperamos todo el equipo al completo.

Justo en el momento de éste último comentario, hacía su entrada en el despacho Rosalía, quien era acompañada por una de las enfermeras de turno llamada Marta, que había empatizado mucho con ella, y uno de los auxiliares conocido por su apellido Contreras.

Tras los animados saludos, todo el personal relacionado con ella salió a despedirla a la puerta y viendo como subía al coche que en un momento y tras arrancar, se perdía por el sendero de grava, y que estaba bellamente escoltado por dos hileras de falsas plataneras que hacía un deleite del sinuoso camino que daba acceso al complejo Hospitalario…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

      EPÍLOGO

 

Habían pasado dos meses en los que la familia disfrutaba felizmente, pues no habían vuelto los ensueños ni las pesadillas. Rosalía junto con su hermana Leonor y los niños, cada mañana de las que se presentaban apaciblemente soleadas, se iban al parque donde al regreso eran recogidos por Pablo.

Una noche antes de acostarse, Pablo observó que su mujer se tomaba unas pastillas, acerca de la cuales ella argumentó que eran para dormir.

A la mañana siguiente Pablo, fue al Botiquín para ver de qué pastillas se trataba, quedándose sorprendido de que era un fuerte Ansiolítico. Seguidamente se dirigió al cajón del mueble donde guardaban los expedientes médicos junto con los tratamientos a seguir de cada miembro de la familia, observando que este tipo de medicación no lo tenía recetado y que, aun a pesar de estar prohibida su venta sin receta médica, ella lo tenía.

—Rosalía, ¿Por qué estás tomando estas pastillas si no las tienes recetadas? —dijo Pablo cariñosamente, pero mostrando cierta actitud seria dentro de lo que cabía en semejante escena matrimonial.

—Sencillamente, porque Jorge las tomaba y decía que últimamente dormía muy bien —dijo de la forma más natural.

—Sin embargo, la enfermedad de Jorge, según los médicos, no era la tuya, además: el frasco dice que se pueden comprar pero con receta médica, y tú no tienes.

—No lo sé, ahora mismo no recuerdo —dijo la mujer sin el más mínimo titubeo.

Pablo, dada su profesión, prefirió no seguir con la polémica abierta, y al día siguiente se acercó al Hospital con el fin de dar a conocer el hecho en favor de saber si aquellas pastillas eran contraproducentes para el estado de su mujer. Conociendo ya la opinión del Médico de guardia del Hospital, de que no le haría ningún daño la ingestión del preparado, se marchó más tranquilo.

Días después, Rosalía argumentó, al regreso de una mañana en el parque como empezaba a ser la costumbre, que tenía un fuerte dolor de cabeza; en ese momento Leonor, abriendo su bolso le brindó un analgésico que se tomaría con un sorbo de agua de la botellita de los niños.

 

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Una cuestión que Rosalía no le había contado a nadie acerca de sus últimos meses en el Hospital, era que algunas mañanas al despertar y ya sentada sobre el borde de la cama, apreciaba que su camisón de dormir cuya botonadura era delantera, a diferencia de las batas de las internas e internos de otros hospitales, y que se cierran por detrás, a la suya no le casaban los botones con los ojales por lo que estos siempre a lo largo de la prenda, ambas partes, le quedaban alteradas.

Ella nunca mencionó nada acerca de ello. No obstante con el transcurrir del tiempo fue sacando sus propias conclusiones hasta llegar a la que, tras mirarse la entrepierna buscando algún residuo de flujo extraño, seria y categóricamente, habría de considerar en que, a su juicio, era la definitiva:

Que había estado siendo violada cada una de aquellas noches, sin que quedaran rastros del acto; posiblemente debido a que el Auxiliar de noche el tal Contreras, cuando le llevaba el vaso de leche, algo debía verter en el blanco líquido que, al parecer, la dejaba anestesiada o en su defecto, drogada de tal manera que no se podía apercibir de lo que aquél individuo ejercía sobre el ya desnudo cuerpo de la mujer.

Nunca lo olvidó, como tampoco le comentó nada ni a su hermana Leonor, en calidad de charla entre mujeres, ni dijo nada acerca de ello a su marido, aunque si vivió con el tiempo aquellas noches a través de algunos ensueños que, a veces, llegarían a manifestarse como dolorosas pesadillas. Sin embargo, la Parasomnias siempre a la orden del día en aquellas personas que la sufren o la sufrieron, sin llegar a un estado de Esquizofrenia, no cabe la menor duda que tarde o temprano a de romper por algún lado.

Pasado un corto periodo de tiempo tras abandonar el Hospital, Rosalía, tuvo necesidad de acudir a la Farmacia del barrio al objeto de hacerse con unos analgésicos infantiles, y es que Lucía había venido del colegio diciendo que le dolía un poco la cabeza.

Ya se encontraba en el interior de la Farmacia cuando hicieron su entrada una pareja de la Policía local al objeto de adquirir unos medicamentos.

Ambos miembros del Cuerpo policial, argumentando y pidiendo disculpas al resto de la clientela, porque tenían prisa debido al Servicio que estaban desarrollando, solicitaron permiso para ser atendidos con premura.

Justo en ese momento, y dada, al parecer, la amistad que les unía al farmacéutico al que llamaron señor Contreras, a Rosalía se le dispararon las neuronas, las cuales unidas al dolor propio de cabeza que se le presentaba en determinados casos, escuchar el nombre de Contreras, y relacionarlo de forma inmediata con el Auxiliar del Hospital, ambos con sus correspondientes batas blancas, ésta visión hizo que en menos de treinta segundos, Rosalía, completamente aturdida mentalmente y fuera de sí, dándole un empellón al Policía que tenía a su lado, de un tirón le extrajo de la funda su pistola reglamentaria…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nota al margen:

 

Para finalizar: He considerado acortar esta nueva novela porque considero que, obviamente, no se necesitan más páginas para exponer el argumento que mi imaginación, como novelista, engendró en su día, por lo que estimo que ya todo ha quedado dicho.

No obstante, querido lector, lectora, podrás pensar acerca de todo cuanto has leído, y que te agradezco, que en este caso se podría aplicar algo así como un Síndrome de Estocolmo, que, a veces,  ata a una forma de ser, a un pueblo, al que reconoces como propio en tu memoria, aunque, tal vez, solo sea esa la ficción.

Salpicados por coloquialismos y jergas que bien podrían identificarse con cualquier país o situación, y precedidos por epígrafes de escritores y filósofos que anticipan la lectura de cada relato, nos asoman a las vidas vivenciales de algunos hombres y mujeres, de inteligencia sobradamente conocidos, y que protagonizan o padecen: “Las cosas o cuestiones planteadas en toda cultura.”

La novela en sí, bajo el prisma de  mi humilde saber y entender, es un continente donde no hay trabajo que haga posible cambiar los destinos, porque, cuando de verdad se realiza, se asume o se rechaza,  hasta la locura, el desvarío y, en contadas ocasiones, hasta la muerte.