s.m.m.
Corrían los días de mediados de verano
cuando lo vi venir entre sus manos, y ello me llenó de cierta felicidad. Hacía
tanto tiempo que esperaba este momento aunque a decir verdad, no era el
deseado. Y tantas escusas ajenas, sin la menor duda, apoyadas siempre en que
tenerlo no me convendría, que a partir de entonces estaría condenado a estar
siempre pendiente de él: que si el cuidado extremo, que si la alimentación, que
si las vacunas y visitas al Veterinario.
En fin que todo ello no iba a
generarme más que complicaciones para el tipo de vida que yo llevaba hasta
entonces. Sin embargo, llegó, y cuando lo tuve conmigo ya comenzó una nueva
etapa, fue mi forma de entenderlo todo, entender el que a partir de entonces
tenerlo no sería una condena, sino una distracción cargada de un amor especial
hacia un ser que, sin ser consciente de la mucha alegría que habría de
proporcionarme, aun a pesar de sus diversas y futuras travesuras, llenaría un
sinfín de momentos de aquellos que tanto la inquietud de mi Espíritu, siempre
inmerso en la labor cotidiana, la meditación, como en la necesidad de un poco
de ocio tranquilo a veces difícil de conseguir por mor de lo anteriormente
mencionado.
Pero no, todo fue para mí maravilloso,
sus carreritas y ya un poquito más mayor, carreras de un lado para otro, del
patinillo al balcón o tomando unas curvas en el pasillo que ya las quisiera
Alonso en aquellos derrapes. Pero llegó un momento en el que tuve que ponerle
un arnés sujeto con una correílla a la parte baja de la celosía del balcón, y
es que cuando me daba cuenta ya estaba subido y caminando por la baranda como
si tal cosa. Ahora bien sujeto, tan sólo se asoma a ella.
Estos meses los hemos pasado
estupendamente, y ya con sus vacunas, sus pipetas y sus obligadas pastillas
desparasitarías, mejor que mejor.
Hoy, un día de primeros de Junio ha
cumplido su primer año, pero no ha habido una gran celebración como las que se
realizan en estos tiempos que corren. No obstante, él si la ha tenido pues le
he abierto una lata de conserva especial, trucha y salmón, que ha llegado nueva
al "super" y a la que le ha hecho unos honores dignos de haber tenido
un público al uso de las fiestas.
Cuando acabamos la celebración, vino
hacia mí, dio un salto, y tras un momento de buscar postura en mi regazo, se
quedó dormido.
Él, mi gato, se llama Tito, le puse
éste nombre porque es muy corto y así entiende mejor cuando se le reclama. Es
de un color gris azulado tan especial como él. Británico de pelo corto o British Blue Shorthair, una
raza de gato que desciende del cruce entre los gatos que llevaron a Britania
los romanos y los nativos de la isla. Estos gatos se protegen muy bien del
clima británico por su pelaje doble e impermeable.
Ahora se encuentra inmensamente
feliz. Ya estamos en la casa de la sierra para pasar el verano, y ello ha
realizado en él un cambio total. En nuestra residencia habitual, un piso que,
aunque con un pequeño patio, tan sólo tiene un balcón en cuyo frente y a no
mucha distancia existe un precioso y arbolado parque.
En aquel piso durante, digamos el
periodo de su adolescencia, también era feliz aunque por pequeño no conocía el
status que ahora disfruta: casa, patios, terraza, tejados, campo abierto, en
fin todo aquello que lleva aparejado los deseos de un gato al encontrarse con
aquellos otros congéneres de los que nunca tuvo idea que existieran, y de los
que, evidentemente, desconozco que recibimiento podría haber tenido.
Tito, se siente feliz, libre; corre y
salta como nunca, sube y baja la escalera del patio a la terraza un ciento de
veces cada día cuando no, a medio camino, se para y queda extasiado al oír y
ver a los gorriones que se posan en el naranjo a cuyos pies se queda quieto; imagino
que es que aún no sabe qué hacer, ya que otro cualquiera cuál felino, habría
trepado hacia la fortuna de haber atrapado con su astucia y sagacidad, alguno
de aquellos ruidosos aunque encantadores ejemplares paseriformes, los
gorriones, para que nos entendamos.
Pero todo no es un pensamiento con el
que se rellenan unas cuartillas blancas en momentos, a veces producto de un
complejo onirismo, y que al final me lleva al doloroso e inquieto sentir que
tal cambio, se convierta en que me vuelva sin él en razón de esa libertad
adquirida, y a la que sus nuevos amigos lo convenzan para que se aleje,
"sin intención estudiada", de mi lado por tan lejanos tejados de los
que más tarde cual dédalo de calles infinitas de tejas de corte árabe, no acierte
a encontrar el regreso; prueba de ello fue el que ayer tarde lo estuve
llamando, y me tuvo un buen rato acongojado, sin aparecer por ningún lado,
hasta qué lo vi venir por encima del muro colindante con la parte trasera de
nuestra casa y que da ya a la sierra abierta.
Nuestra casa disfruta de una magnifica
terraza, desde la que a través de una trampilla existente en un habitáculo
dedicado a guardar la leña para el invierno, se accede a un mirador construido
para la observación del firmamento cuando la bóveda celeste nos permite la
contemplación de las estrellas por encontrarse en una altura superior a las de
las luces de las calles del pueblo, y desde el que, desgraciadamente, también
vemos últimamente algún que otro gatito muerto, porque no se sabe quién se
dedica, por desamor, a tirar trozos de alimentos envenenados, propio de algunas
personas, pocas afortunadamente, más amantes de la maldad que de los animales,
y esa es mi preocupación.
Hace unos días descubrí como entre una
de las tejas sueltas que tengo para cubrir un gran arriate en alto ya en
desuso, una madre salvaje con media docena de crías, doradas, preciosas que se
afanaban en buscar aquellas tetillas que, por desgracia, se encontraban en
precaria situación. Así que, consciente del escaso alimento que habría estado
logrando últimamente, me dediqué a ella arrimándole leche y pienso de Tito con
el fin de que aquellas mamas se llenaran.
Unos días después, me comenta Miguel,
mi vecino, que a otro vecino de la calle, Juan, amante de estos animales, le
habían matado a dos de sus gatos y que tan sólo se había salvado una hembra ya
adulta, así que visto que "mis crías" ya tenían los ojitos abiertos,
decidí llevarle dos. Al cogérselos, pues estaban amontonados, la madre me miró
tiernamente como diciendo “gracias pues no tengo para todos”.
Volviendo a Tito, esta tarde me ha
dado otro buen susto: varias horas llamándolo y sin aparecer. En una de
aquellas llamadas le oí lejano, quejumbroso, y hasta en algún momento llorar.
Entonces decidí, en razón de una corazonada, salir a la calle y visitar algunos
vecinos con el fin de poder pasar a sus patios. Y efectivamente, en uno de
ellos, por norma vacío temporalmente, allí estaba, acurrucado entre macetas y llorando.
Afortunadamente un familiar que tenía
llave de la casa fue el que me permitió la entrada. Y así fue como pude volver
a tenerlo. Cuando entré en casa con él en brazos hasta mi mujer lo recibió con
una alegría inusitada.
Hoy tengo un sufrimiento tremendo, y
es que llevo todo el día escuchando lamentos, sin dudar son de una cría que o
ha sido abandonada por su madre o que se haya caído a uno de los patios de las
casas que están sin ocupar.
Al igual que ocurrió hace unos días
con el caso de Tito, he intentado averiguar de dónde me llegan los tristes y débiles
maullidos pero no lo consigo, y el caso es que estoy seguro de dónde puede
estar, pero por las afueras de las traseras, ya que como he dicho estas casas
de pueblo dan a la sierra y sus muros no me permiten el acceso, mucho me temo
que deje de oírla con lo que quiere decir que habrá muerto de pena o inanición,
y es que al ser jóvenes y carentes de experiencia, no aciertan a darse cuenta
de que desde esas paredes la altura es mucha por lo que unas vez realizado el
salto por su natural deseo de curiosear, luego no pueden realizar lo contrario.
Cumplido el tercer día, y ante la
sorpresa de haber vuelto a oír los lamentos, decidido me lancé a la calle a
visitar casa por casa las más cercanas. Afortunadamente y en aquella que me
ofrecía mayor seguridad por tener el presentimiento de que era en su patio
donde podría encontrarse el animal sin poder alcanzar la parte más alta de las
cuatro paredes, busqué al pariente cercano de la propietaria.
Encontrado éste, resultó ser el
hermano, quien al ser el cuidador de la vivienda y por consiguiente estar en
posesión de la llave en las largas ausencias de la hermana, se brindó a
abrirme la puerta y tener acceso al patio. Y allí se encontraba el pobre animal
que ahora y debido al tiempo encerrado sin agua ni alimento alguno, mostró la
agresividad de su natural salvajismo en semejante situación.
Sintiéndose acorralado y amenazado, se
vino hacia nosotros saltando, y con un enfurecido brinco a través de la puerta
del patio que da al salón. Dada su felinidad, no nos dio tiempo a verlo en
principio salir por la puerta de la calle que se había quedado abierta. Yo
manifestaba la seguridad de que el animal había salido por aquella puerta de la
calle, sin embargo, la cuñada aseguraba que no, que se había refugiado bajo el
sofá.
Dicho esto y por complacerla, entre el
marido y yo abrimos por completo el sofá cama pero allí no había gato alguno
por lo que decidimos dar por zanjado el asunto. Cerramos la vivienda y nos
marchamos no sin dejar de oír a la cuñada que ella no había visto salir al
animal.
Unos días más tarde y con la noticia
de la propietaria anunciando que vendría a pasar unos días, el hermano y su
mujer decidieron abrir la casa al objeto de hacer un poco de limpieza, pero cuál
fue la sorpresa del matrimonio cuando al entrar en la vivienda se encontraron
con un platito de adorno roto por el suelo y en medio del pasillo los
excrementos del gato.
Inmediatamente vino el marido a mi
casa con la noticia, y en consecuencia, que lo ayudara a mover de nuevo el
sofá. Dicho y hecho, y todo fue levantar el mueble cuando vimos aquel rabo
negro, fue el momento en el que el gato hecho una fiera saltó no se sabe cómo,
y dando un brinco tan impresionante como veloz salió disparado por la puerta de
la calle, ahora sí lo vimos los tres; minutos después entre bromas y tras haber
recogido los restos del plato y dejar limpio el pasillo, de nuevo se volvió a
cerrar la vivienda.
Hace varios días que Tito ha salido a
buscarlo por tejados y campos pero sin
resultado alguno, pues el gato no ha vuelto a aparecer para jugar.
Esta tarde, y posiblemente debido a
esa búsqueda del amigo nos ha tenido muy preocupados pues ha estado varias
veces desaparecido, sin atender las acostumbradas llamadas, menos mal que bien pasadas las nueve lo vimos
gatear por lo alto de uno de los muros de aquellos patios que son una auténtica trampa.
Hoy si que el golfillo nos ha dado un
gran disgusto, por mucho que lo he llamado no apareció, ya dije ayer que no
volvería a llamarlo, sin embargo, antes de cenar, y sin poder remediarlo le di
la última oportunidad cumpliendo con mi propósito. Nada, las once de la noche,
mucho después de acabado de cenar y sin aparecer.
Como quiera que durante todo el día en
el patio tengo puesta música clásica y una buena iluminación, quiero pensar que
entre estos complementos, su buen platillo de pienso y su agua fresquita fueron
los que lo indujeron a encontrar el camino de vuelta a su sitio, y esto se
cumplió porque allá por cercana las once y media llegó, comió y si no lo engaño
con una chuche a poco toma el camino de la escalera de la terraza
buscando de nuevo los tejados. Afortunadamente y aunque a regañadientes
conseguí ponerle la correílla con lo cual, y viendo que el día se había acabado
para él, terminó de comer, se fue a su arenero, hizo sus necesidades y con las
mismas se metió en su cuna. Visto y sentido que se quedó sin música y se apagó
uno de los faroles del patio quiero pensar que diría: "vamos a quitarnos
de en medio antes que la cosa se ponga más cruda".
Pasada una semana tuvo las salidas
restringidas gracias a una correílla de tres metros que le fabriqué, y con la
que por el patio se mueve sin problemas.
Después de un par de días en estas
condiciones lo he vuelto a dejar libre, y cuál fue mi sorpresa cuando al no
querer moverse del patio y observar este extraño comportamiento, me di cuenta
de que era debido a que entre las macetas que hay alrededor del alcorque del naranjo
había visto asomarse la cabeza de, a priori un gato de su misma edad, y que
posteriormente resultó ser una hembra. Una gata que yo también estuve
observando tanto tiempo como él. Realmente era una gatita rubia como el
sol. Todas las rubias, y si son preciosas, con más razón, para que las
cataloguemos de peligrosas, pero no, ésta, como dije al principio, a priori,
no. Su observancia toda estaba sujeta al comedero de Tito que acababa de ponérselo
como cada día.
Estaba
demostrado que aquel comedero era todo lo que le importaba a la Rubia como a
partir de ese momento comencé a llamarla, la Rubia o a veces, Chica. Pero no,
hacia mí, el único interés que me daba a entender era que me fuera para adentro
con lo cual le dejaba el campo libre. Y así hacía en razón de que la criatura
mostraba un hambre que era su propia imagen.
Al fin acabé comportándome como el
humano que soy, y por encima de todo el amante acérrimo de aquellos animales
cuyo privilegio es carecer de mente pero no de Espíritu, y por supuesto de
Alma.
Y en esta profunda reflexión me encontraba mientras la veía devorar aquel platillo de pienso recién traído de una tienda especializada en todo tipo de útiles: regalos, juguetes y alimentación para toda clase de animales, incluidas las "bestias" como suelen ser denominados en los pueblos a los mulos o los caballos entre otras especies.
El caso es que en uno de aquellos
días y estando en el patio cuidando una de las plantas que por su tamaño no
cabían en el resguardo sombrío del patinillo, que escuché unos diminutos y
quejumbrosos maullidos propios de animales muy pequeños.
Comencé a indagar de dónde
vendrían, hasta que di con un revoltijo de crías que, solas se encontraban
todas enredadas entre sí tras unas plantas en el interior del falso pozo y que
yo construyera hacía muchos años al objeto de darle un cierto aire andaluz
aprovechando aquel rincón del patio.
Y allí estaban, era una bola
formada por cinco crías que yo diría que abandonadas a su suerte, pues estaban enmarañadas
entre sí de tal manera, que algunas se estaban estrangulando con el cordón
umbilical de sus otras hermanas; otras tenían las piernas y las manitas
enganchadas con las cuerdecillas y el barro allí existente producto de la
tierra mojada por alguna que otra lluvia caída días atrás.
De forma inmediata abrí la puerta
de la cuadra. La cuadra es mi actual estudio taller, y le mantengo el nombre
porque cuando se compró la casa aquel habitáculo era realmente la cuadra donde
dormían las dos mulas del propietario anterior.
El caso es que de forma inmediata
tomé una de mis tenacillas de corte, y echando mano de mi habilidad fui
cortando cordón tras cordón ya bastante largos y secos hasta que quedaron
todos separados. Una vez, todos sueltos me di cuenta de que uno de
aquellos gatitos ya estaba prácticamente muerto al presentar la piernecitas y
la manitas completamente tiesas y negras, por lo que con todo el dolor de mi
corazón procedí a acabar con lo poquito que le quedaba de vida, que a mi juicio
era poco menos que nada.
El resto a excepción de una que
realizaba sus movimientos de forma muy lenta, las otras tres era unas
fierecillas que no paraban de moverse y maullar de forma larga y lastimera,
señal inequívoca de que estaban pidiendo “a gritos” una tetilla
Eran preciosas, doradas como el
sol una hora después del amanecer, y conocida para los amantes de la fotografía
como la hora dorada del sol, o la hora mágica del sol en aquel momento del día.
Pues eso, preciosas y doradas, así
que aparté la que más me gustó y llamó mi atención por su cabecita siempre
levantada como queriendo ya poder contemplar el mundo que habría de esperarle.
Preparé una caja de zapato, como
siempre suele suceder en estos casos, y que es la misma actuación que nos mueve
cuando desde arriba del naranjo, y concretamente del nido donde se encontraba
ya comenzando a realizar sus primeros aleteos, se cae algún gorrión. Así que,
una vez abierta la caja, le puse un fondo con tela de algodón y me la llevé a
la cuadra.
Hago un alto, y es que el recuerdo
de aquel día es fallido, al parecer, mi mente me ha jugado un travieso lapsus,
porque no fue un día que vine a darle una vuelta a la casa, sino que aquello
sucedió justo el primer día que llegamos al pueblo para pasar el verano, o sea
que se trataba de primeros del mes de Junio.
He podido regresar a aquel día,
gracias a que independientemente de que con mi dedo mojado en leche se lo
acercaba a aquellos hociquillos hambrientos, a renglón seguido, busqué entre
mis muchos útiles una pequeña jeringuilla.
Una vez llena de leche
semidesnatada, ya que era la que teníamos en casa, y mezclada con un poquito de
agua templada, se la fui arrimando a aquellas boquitas al borde de la inanición
porque sabe Dios el tiempo que llevarían allí solos.
He llegado a pensar que tal vez,
sólo tal vez, su madre los abandonara al contemplar la complicada situación en
la que se encontraban, como ya he dicho anteriormente, una auténtica esfera
formada por unos cuerpecitos que, difícilmente podrían acercarse a las tetillas
de la madre de forma individual.
Su afán por agarrarse a la
boquilla de la jeringuilla me sobrepasaba en sentimiento. Así la tuve en la
cuadra todo el tiempo que dediqué al almuerzo. Posteriormente le estuve
arrimando la jeringuilla, hasta que, calculada la hora en que podría estar
abierta la tienda dedicada a todo tipo de productos para animales, fui y le
compré un juego de biberones, ya que no los venden sueltos para según qué edad.
El
encargado de la tienda, tomado cierto interés en mis explicaciones, me dio algunas
recomendaciones diciendo: “A la hora de alimentarlo ten en cuenta qué los gatos
bebés no comen nada hasta las tres o
cuatro semanas. Hasta entonces solo tomará leche materna. Si la madre no
puede amamantarlo, deberás hacerlo tú con este biberón y leche maternizada. Recuerda
que tienes que darle de comer cada tres horas durante el día. Pero todo no
podía salir bien, y es que sólo tenía latas de leche materna de un kilo, y que
las pequeñas aunque las tenía pedidas no llegarían hasta pasados unos días. Y
¿qué hacía yo con una lata de un kilo? Al fin me comentó que siguiera con lo
que estaba haciendo”.
No obstante, y como es evidente,
utilicé el más pequeño, aunque así y todo le venía un poquito grande. Sin
embargo, y aunque con cierta dificultad lamía la boquilla en la medida de su
tamaño.
No dejo de pensar en cómo tantas
situaciones en la vida se presentan con carácter de predilección, porque eso
fue lo que me ocurrió cuando le preparé el biberón.
Como era natural, Tito no se
perdía ni un solo movimiento de los que yo me traía entre cuadra y patio,
llegando a subirse de un salto hasta el brocal del pozo desde donde lo
observaba todo. Eso sí, y aunque parezca extraño, allí se echaba en
contemplación y huérfano de la conciencia que le permitiera saber, por su nula
experiencia, que era lo que yo estaba haciendo. Al menos eso pienso, aunque a
medias.
El gatito elegido, y como ya he
dicho que se encontraba en la cuadra fue el primero, y no es que me olvidara
del resto porque ellos tomarían su natural ración un poco más tarde, pero no
fue así, y es que en el tiempo que estuve en el interior de la cuadra con el
“predilecto”, la madre que debió volver, tal vez apesadumbrada, por decirlo de
alguna manera, y al asomarse al lugar donde los había dejado y visto que se
encontraban en perfectas condiciones de traslado, pues eso, que cuando salí, en
un santiamén se los había llevado.
Busqué por los alrededores. Nada.
Más tarde pensé en que debió habérselos llevado a alguno de los corrales
colindantes con las viviendas, donde existen multitud de escondrijos donde
poderlos atender, sin embargo, no dejo de pensar ¿por qué eligió el pozo para
parir?
Lamentablemente, a lo ocurrido dos
días después se le podría aplicar el término paradójico, y es que mientras
aquellos hermanos o hermanas vivirían gracias a su madre, al predilecto no le
fue bien y ello me produjo mucho dolor, sobre todo por haber cometido la
torpeza de separarlo, aunque bien sabe Dios que mi intención no era otra que la
de cubrir la necesidad que tenía desde hacía tiempo de tener una “mascota”,
aunque lo que yo perseguía era un perrito, pero nunca lo pude conseguir porque
mi mujer nunca me lo permitió, y yo nunca he estado en contra de sus deseos
aunque tuviera que sacrificar los míos…
En fin, sea como fuera, no me cabe
la menor duda de que la Rubia, inmersa en aquel platillo de pienso y a la que
yo no dejaba de observar, cada vez me traía más a la memoria aquellos momentos
en los que estando dentro de la cuadra cuidando a una de sus “hermanas”, la
madre se la había llevado a algún otro lugar. Ahora, viéndola comer con un
ansia, propio de quien no ha comido en todo el día, pienso en que se trataba de
ella.
El animal, la Rubia, ya nos había demostrado que era una hembra; completamente asalvajada y dada la imagen que mostraban sus genitales cuando subía la escalera, y a la que era imposible acercarse aún mostrándole una de aquellas chuches con las que Tito disfrutaba a rabiar.
Lo
más notable acerca del comportamiento de ambos durante este nuevo periodo
vacacional, y teniendo en cuenta que Tito ya se muestra como un muchachote, se
centra en que si bien Tito me ha resultado ser un gato de lo más sociable,
amable y bondadoso, sin embargo, todas estas virtudes están siendo utilizadas
por la Rubia para un abuso de lo más descarado.
Con
la habilidad sobradamente propia de la condición femenina-felina, y en lo que a
la peligrosidad me refería anteriormente, es cómo la prueba queda reflejada en
el comportamiento de la Rubia en cuanto, aun sabiendo que el Tito la deja comer
a sus anchas, en esa necesidad de la hambruna que padece.
Con
respecto a este amable virtuosismo para con la Rubia, ello quedó al descubierto
unos días más tarde. Justo en el momento en que aquella tarde en la que le puse
en el comedero de Tito su ración diaria, y como siempre dentro de la cuadra. Ya
con él comiendo, observé a la Rubia sobre uno de los altos escalones, entre dos
macetas, y en posición de saltar desde la altura a la más mínima oportunidad.
En
ésta ocasión, no se atrevía porque yo estaba cerca de la puerta de la cuadra y
escribiendo sobre mi nueva novela, pero sin perderle ojo. Lo que no podía
entender era el hambre voraz que le atenazaba su estomago, y digo esto porque
hacía media hora que se había comido un cuenco bien repleto de cabezas de
gambas no muy apuradas y que eran las que mi mujer había cocido para,
aprovechando el agua de la cocción, cocinar aquel día para nuestro almuerzo
arroz a la Paella pero con gambas.
Estaba
inmerso en unas divagaciones acerca de uno de los capítulos de mi novela cuando
vi salir a Tito de la cuadra, seguidamente miré hacia la escalera, pero ya no
estaba, entonces me asomé a la cuadra y no me podía creer lo que estaba viendo,
la Rubia estaba comiendo tan pancha, mientras el Tito como una esfinge de Guiza
echado sobre el escalón la observaba
absolutamente impasible. ¿Cómo pudo saltar desde aquella altura y entre macetas
sin que yo pudiera advertir el más mínimo de los movimientos, y sobre todo con
una panza bien repleta de unas cabezas de gambas que yo en otras ocasiones
semejantes las chupos, y como es costumbre siempre se le saca aquel trocito de
deliciosa carne blanca.
Sabiendo
por mi mujer, que había dejado el cuenco de las gambas, bueno, las cabezas,
vacío, recuerdo que cuando volví a la cuadra, pues nunca la asusté ni le hice
daño, sin embargo, al verme salió disparada escalera arriba como alma que lleva
el diablo.
No
obstante, cuando llegó arriba, y ya en el escalón de la terraza se detuvo en
seco y con todo el descaro del mundo, y en el más claro y abierto de los
desafíos se me quedó mirando fijamente al tiempo que un pensamiento estoy
seguro circulaba por su mente, pensamiento que yo presumo de haber captado en
su plenitud: "en cuanto te vayas a por tu arroz con gambas, ya te digo
quien va a dar cuenta de lo que queda en el comedero".
Verdaderamente,
la Rubia era insaciable, tan hasta tal extremo, que se volvió muy agresiva
cuando el Tito realizaba intentos de acercamiento. A veces los observaba a los
dos, y se veía de forma clara como él estaba pendiente de ella, mientras ella
con una mirada indiferente hacia no se sabe dónde, mantenía una postura de
quietud absoluta, sin embargo, había momentos en los que, no sé porqué, en
cuanto ella volvía la cabeza y lo miraba directamente, él salía pitando para de
nuevo detenido quedarse observándola en aquella distancia que él entendería de
seguridad.
Como
no podía ser de otra manera ya que Tito no tenía a nadie de su raza con quien
jugar y la Rubia no estaba allí por otro interés más que por el plato de la
cuadra, o alguna que otra chuche con la que yo intentaba ganármela sin
conseguirlo, desistí de buscar ese afecto.
Habían
pasado algunos días cuando al atardecer se presentó un macho tan joven como
Tito y la Rubia. Al pronto, caí en la cuenta de que podía tratarse de aquél al
que hubo que desalojar del sofá, aunque esto no está bien expresado, ya que no
fue un desalojo si no que el pobre animal estaba loco por encontrar la
oportunidad de salir de allí.
Lo
cierto es que en cuanto lo vi avanzando despacio, con un más que reconocido
temor por el alero, ya estaba seguro de que era él. Blanco y Negro. Ya más
cerca, inconfundible, lástima que apareciera en los últimos días de estar en la
sierra. No obstante, aunque no se entregó de lleno a mis atenciones, si, al
menos, no se mostró tan arisco y agresivo como la Rubia. Ésta, al Blanco y Negro
no le prestaba la menor atención, al igual que al Tito, que llegada la hora de
la marcha y después de tantos días no me había dado ni la más mínima
oportunidad de poder acariciarla aunque sólo fuera un roce. Guardaba la
distancia cuando me veía acercarme con su platillo, pero sin acercarse hasta
que yo no me retiraba a una distancia prudencial, y si hacía el más mínimo
intento de acercarme se retiraba, entonces se subía al tejado y a esperar a que
me quitara de en medio.
Esta
mañana, Tito ha amanecido con una mancha en el lomo, al parecer, producto de la
aparición de un hongo, que ha hecho que quedara a la vista la piel en razón de
que había perdido el pelo en esa zona. Lo he llevado a la Veterinaria quien ha
confirmado mi diagnostico. Ella me pregunta si Tito ha estado por el campo y al
decirle que por todos lado, le ha puesto un tratamiento de limpieza con un
liquido proporcionado por ella, y una receta para comprarle una pomada que he
de ponerle tres veces al día después de aplicado el líquido limpiador.
Cada
vez que lo llamo para las curas apenas tengo problemas, ahora bien si le
menciono que hay “chuches”, entonces viene volando, aunque cuando vuela de
verdad es cuando oye su frase favorita: “Tito a comé”.
Otra
de las frases que lo domina cuando quiero sacarlo de algún sitio: dormitorio
(bajo la cama) o cualquier otro donde se pueda refugiar, tan sólo con oír
aquello de “Me cago en la leche”, y sale pitando aún sabiendo que no le hago
daño aunque a decir verdad algún coscorrón se ha llevado alguna vez, sobre todo
en aquellos primeros intentos para cortarle las uñas.
El día que lo llevé a la Veterinaria por el asunto del Hongo que le salió, le pregunté por qué tenía Tito tantos deseos de morderme, que sólo aunque jugando, no buscaba el juguete que tenía en la mano si no que era ésta la que buscaba, y así entre “bocaditos” y arañazos me tenía los brazos y los tobillos bien marcados. Su respuesta fue de lo más extraña, al menos para mí pues según ella eran muestras de cariño, que era una demostración de que me quería mucho.
Al
preguntarle por qué cuando se sube a mi regazo, antes de acomodarse, me patea
los muslos, me respondió que a eso se le llama “amasado”. El amasado del gato
es un reflejo de un movimiento aprendido cuando eran cachorros y apretaban el
pecho de sus madres al objeto de poder extraer más leche. Aunque a medida que
va siendo adulto es un comportamiento reflejo de que se encuentra a gusto
conmigo y con mi mujer.
Al final, siempre se encuentran soluciones a
algunas de las necesidades en el trato hacia él. Una de ellas fue el poder
cortarle las uñas sin el menor problema. Al ver en la cocina una bolsita de
mallas que había comprado mi mujer y que contenía los ajos, me vino la idea. Así
que le vacié los ajos, y al ver que era bastante extensible y cerrada
herméticamente por uno de los extremos, tomé el cortaúñas, llamé al Tito, por
supuesto con una “chuche” en la mano, y subiéndolo a mi regazo le metí la
cabeza en la bolsa con el fin de que no pudiera morderme. Al encontrarse en
esta situación y las manos bien cogidas se las apreté, y así le pude cortar
todas las uñas sin el menor problema. Al acabar le quité la maya y ambos
salimos de la situación contentos y felices.
Han
pasado varios días sin que ocurriera nada de particular, a excepción de que la
Rubia sigue abusando de la inoperancia de Tito cuando ve tan de forma impasible
como ella se va directamente a la cuadra, entra sin problemas y se come el
resto de la comida mientras él, todo bondad, la deja, por lo que llegada la
hora de la cena he de ponerle una nueva ración de pienso en el comedero y cerrar la puerta pero, a pesar de ello,
ahora tanto la Rubia como El Blanquinegro están en la escalera y a la
expectativa de una posible invasión en cuanto le abra la puerta para que salga.
Como
quiera que es la hora en la que me preparo mi habitual “Gin tonic”, y me siento
en el patio a seguir escribiendo mi novela. Ya cansados de esperar, y viendo
que mi vigilancia es absolutamente intensiva, ambos deciden desaparecer hasta
el día siguiente. Han comprendido que ya no hay nada que hacer.
Esta
semana va a ser la última de nuestra estancia en la sierra. He estado más que
nunca pendiente de él en sus idas y venidas, así como en sus largos paseos por
tejados, muros y patios vecinos, y ello debido a que no quisiera que en estos
últimos días me diera el disgusto de desaparecer y no volver o bien tenerme en
ascuas durante más de un tiempo prudencial al tratarse de su condición natural,
y más ahora que ha encontrado un amigo nuevo, y es que me da la impresión de que
a la Rubia le tiene un poco de miedo desde el día en el que intentó darle un
manotazo.
Ha
llegado el sábado, día de la partida hacia nuestra residencia habitual, por lo
que una vez más y engañado con la acostumbrada “Chuche” he conseguido meterlo
en el transportín una vez recogido todo lo concerniente a él: su arenero vacío
y limpio, el resto de su pienso, las “Chuches”, así como su bolsa de arena nueva
para cuando ya esté en su nuevo sitio.
Siempre
pensé que este cambio de hábitat de sus correrías por tejados y campos, a
encontrarse de lleno sujeto a las austeras condiciones de un piso lo iba a
estresar, sin embargo, nada de eso, se ha adaptado perfectamente cumpliendo sin
el más mínimo problema con la hora de comer o realizar sus necesidades en su
arenero, aunque justo es reconocer, y que no sé si será porque ya es más
adulto, el caso es que ya no realiza tantas carreras y se pasa muchas horas
durmiendo.
Hemos pasado muchos ratos felices desde que llegamos, no sin que otros fueran de enfados por su comportamiento, por supuesto comportamiento propio del felino que es. Y ello hace que mi mujer sufra los enfados más que justificados, no sólo cuando le ha roto la maceta del salón, o como araña el sofá o se sube por él a toda velocidad y en un increíble salto.
Sin
embargo, para disgusto no exento de una profunda pena, fue el sufrido hace unos
días. Tito, por la tarde se negó a comer, a beber, incluso a agarrarme las
manos para que le diera su “Chuche”. No quería nada. Hizo presa en él una
apatía que nos causaba dolor al verlo echado ora aquí ora allá. A veces, en su
arenero, tomaba su postura habitual para sus necesidades, pero se salía cansado
de esperar sin poder hacer nada.
Tanto
mi mujer como yo lo dejamos tranquilo, pensando en que todo debía de ser debido
a que algo que había comido le habría sentado mal. Sin embargo, ¿qué podría
haber sido si él no salía nunca del piso? Con ese optimismo, y deseos de que no
fuera nada grave pasamos la noche.
A la
mañana siguiente, todo fue levantarme, y pensando en que el triste episodio del
día anterior no habría tenido de importancia, me fui al patio a esperar su
recibimiento acostumbrado. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me lo encontré,
prácticamente, en la misma postura.
Ese
día nos proporcionaría algunas esperanzas de que poco a poco fuera saliendo del
trance. Ya no se quejaba y en un par de ocasiones abandonaba el patio, entraba
en el salón y se iba directamente al pasillo donde lo vimos una vez más
intentar vomitar mas, al parecer, el esfuerzo que realizaba no daba el fruto
apetecido, por lo que yo lo cogía por el abdomen realizándole una serie de
masajes y aprietes sin la menor queja. Imagino que cansado, regresaba de nuevo
a su cuna en el patio. Así estuvo todo el día del domingo por lo que ya no
hacíamos más que darle vueltas a ¿qué podría haber comido?
Abiertas
algunas páginas de Google, y atendiendo consejos y recomendaciones, todos los
comentarios se dirigían hacia que se trataba de una Gastroenteritis aguda, o
una infección bacteriana.
A la
mañana siguiente y sin perder las esperanzas de una posible recuperación, raudo
me dirigí a verlo, pero enseguida me di cuenta de que no estaba dormido. Mi
Tito, se había marchado.
Lo
hizo en la madrugada del día 1 de noviembre.
Me lo habían regalado en la Sierra
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