¿PODRÍA
SUCEDER?
Una espléndida mañana de domingo
de primavera se encontraban padre e hijo pescando en un caudaloso arroyuelo. El
padre pendiente de la caña, el crío de cinco años entretenido en rellenar con
sus lápices de cera unos dibujos en una cartulina de las que se usan para los
trabajos manuales en el colegio. En uno del aquel conjunto de temas se encontraba
la figura silueteada de un duende con su habitual y típico gorrito. Cuando se
lo enseño a su padre ya acabado de pintar a su infantil manera, el padre
le dijo que lo recortara, pero el crío tenía prohibido jugar con instrumentos
cortantes. El padre abrió su caja de material para la pesca y le recortó al
crío aquel duende de colores mientras seguía pendiente de la caña. Momentos
después la caña vibró y el padre se dedicó a intentar sacar aquel pez que
parecía tener pinta de una buena pieza.
Cuando después de mucho luchar ya
que el riachuelo tenía una corriente con mucha fuerza gracias a las lluvias
caídas, días atrás, y conseguir hacerse con aquella preciosa carpa
dorada, reparó en que su hijo había sacado de no sabe dónde la hoja de un periódico
y le pidió al padre que le construyera un barquito de papel.
El padre tras contemplar junto a
su hijo tan maravillosa pieza, le hizo una fotografía al niño con la carpa, que
al brillar bajo los rayos del sol parecía de oro, y tras esto la devolvió al
agua donde, aleteando feliz, desapareció bajo las profundidades del arroyo.
En esos momentos de euforia, el
crío le pidió al padre que entre los pliegues del papel del barquito colocara
al duende y pusiera el barquito en el agua, a lo que el padre dijo que las aguas
estaban muy bravas y se hundiría.
Ante la protesta del chiquillo, el padre se acercó a la orilla y depositó el barquito con mucha cautela. La sorpresa fue mayúscula cuando vio que barquito no se hundía que graciosamente surcaba las aguas abajo deslizándose hasta que lo perdieron de vista.
Durante el regreso padre e hijo caminaban
felices hasta la cercana cabaña que la familia había alquilado para pasar el
fin de semana.
En el lugar en que el riachuelo
desembocaba en un afluente, se hallaba un grupo de jóvenes que, al parecer,
habrían pasado allí la noche celebrando una fiesta que aún duraba dado el
estado en que se encontraban todos.
Ya estaban recogiendo sacos de
dormir y demás enseres, aunque no la cantidad de desperdicios e inmundicias que
se veían esparcidas por el lugar, cuando uno de ellos alertó a los demás
mostrándoles el barquito que se había quedado atrapado entre unas ramas.
Todos a una, y como si de un
cuento se tratara, cogieron el recortable del duende y lo metieron en una de
las garrafitas dedicada a la mezcla de bebidas, y que habían dejado entre unos
arbustos. Le pusieron un tapón y dijeron: ¡Ahí te quedas hasta que alguien
venga y te saque! Dejada la garrafita entre aquellos arbustos, y ya marchándose
no pudieron apreciar como aquel recortable había tomado cuerpo de duende.
“Han pasado más de cinco mil años
y la garrafita con el paciente duende allí continua...”
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