HABLANDO DE MISERICORDIAS
Como cada mañana, Hombre salió a la calle
aquel día. Era, en apariencia, un día radiante de cualquier mes, pletórico de
Sol; que importaba, una vez más la fetidez del ambiente ahogaba a Hombre de
nuevo; verdaderamente sentía nauseas como cada día, pero que le iba a hacer.
Hombre no tenía más remedio que lanzarse a la calle, a aquel vacío, aunque
repleto hasta el borde de inmundicia.
Al
doblar la esquina, le llamó la atención un grupo de gente que, en voz alta y
fuera del más elemental equilibrio en la palabra, comentaban algo que Hombre no
conseguía entender. Se acercó y se quedó sorprendido al observar lo que
motivaba aquella extraña reunión…
Justo
por la ranura que divide al bordillo del acerado de aquella calle, que, de
pronto le pareció desconocida, florecía un Lirio… ¡un Lirio! ¿Un Lirio aquí?
–sé preguntó- ¡Dios, pero que hermoso! Pero, ¿cómo puede haber nacido aquí,
aquí precisamente, tratándose además de una de las más delicadas de las flores?
Gentes
iban y venían a curiosear; nadie daba apenas importancia real a semejante
acontecimiento. Algunos de los transeúntes, con tal de no agacharse le pasaban
la punta del zapato. La Flor se estremecía, sin embargo era maravilloso ver
como volvía a su siempre erguida postura, como si estuviese en estado de
observación.
Hubo
alguien que al intentar quebrar su tallo hizo que Hombre se sorprendiera aún
más, pues lo soltó inmediatamente sin haber conseguido troncharlo, apareciendo
en uno de sus dedos una gota de sangre.
Muy
pronto se suscitó el comentario: ¿Cómo es posible que se haya pinchado con un
Lirio?
Se
ampliaban los comentarios y todos acordaron en que ya sólo se trataba de una
flor rara, de una flor extraña. Sin embargo, para Hombre estaba claro, muy claro,
era un Lirio y de eso no tenía la menor duda, no obstante se agachó y estuvo
observándolo durante mucho rato, un rato muy largo.
De
vez en cuando miraba Hombre a la gente y siempre veía caras diferentes y oía
comentarios más o menos dispares.
Hombre
seguía observándolo, había algo en él que lo atraía. ¿O era la necesidad de
mitigar aquel aire pestilente con aquel otro aroma que el Lirio desprendía, o
tal vez e inconscientemente indagaba entre sus pétalos, con el fin de encontrar
algo…? Pero, ¿qué? Lo cierto fue que cuando pensó en el tiempo que llevaba
allí, estaba sentado en el bordillo de aquel acerado, y fue entonces
cuando se dio cuenta de que la tarde estaba
cayendo y la semioscuridad había hecho que se hubiera quedado sólo, pues el
Lirio aun a pesar de tenerlo prácticamente a su lado apenas podía ya verlo,
apenas lo divisaba.
Con
un poco de miedo, o tal vez respeto, acercó sus dedos hacía él, temeroso de que
ocurriera igual que anteriormente; rozó sus pétalos suavemente y el Lirio no se
inmutó. Decidió llevárselo, hurgó en la ranura con las uñas y pudo extraerlo
apartado la fierecilla; lo tomó por el tallo con precaución extrema y se fue a
una tienda que estaba a punto de cerrar. Pidió un trozo de papel para darle
mayor protección y, envuelto amorosamente, se lo llevó a su casa con el fin de
tenerlo plantado en una maceta, era como una necesidad de tenerlo sólo para él…
sólo a su cuidado.
Cuando
llegó a su casa y contó lo ocurrido tampoco se le dio mucha importancia;
entonces abrió el envoltorio para mostrarlo y cuál no sería su sorpresa al
darse cuenta de que allí no estaba el Lirio, aunque observó cómo en el papel se
había quedado adherido un estigma…
Este
pequeño y a la vez maravilloso trocito de aquella maravillosa Flor, lo guarda
en un lugar adonde difícilmente nadie podrá llegar, al menos que sea un Lirio,
y allí quiere que crezca para convertirse en otro hermoso Lirio, y está seguro
de que lo conseguirá porque en ocasiones su camino se endulza con aquel aroma.
Hace algunos días, Hombre ha conocido a unas gentes que curiosamente despiden un aroma que, en algunos momentos, le recuerdan el mismo aroma de su Lirio.
Hombre
es ahora más feliz, pues ha tenido un ensueño en el que el Lirio se convertía
en Hombre…
Del libro III
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