EL ROJO Y LA CARIDAD
Debajo de aquella frondosa rama por cuyo
extremo tomaba vida en la hermosa Encina, el Sol comenzaba a calentarme las
piernas al haberse desplazado; al parecer con más rapidez de lo acostumbrado,
noté cómo un cosquilleo hacía que me sintiera un poco nervioso; mucho me había
costado fabricarme aquel delicioso sillón vegetal al pie del árbol entre el
perfumado Romero y el no menos oloroso Poleo, para que la faja ultravioleta que
alteraba mi tranquilidad, hiciera que tuviese que variar de postura.
Aquello
me incomodó, por lo que volví a buscar nueva forma con el fin de que el extremo
del lecho quedara nuevamente bajo la protección del magnífico brazo.
En
aquella actitud reflexiva, a si el Sol había corrido más que de costumbre, o si
había sido la rama que al haber envejecido más de prisa que otras tardes y
perdida su fuerza había languidecido unos centímetros, me llamó la atención una
paloma, que, posada justo unos metros delante de mi parecía como si quisiera
hablarme…
Me
sorprendió sobremanera su plumaje, pensé que no era propio de un animal como
aquél, simplemente porque todos los animales tienden a poseer en gran medida y
por naturaleza, un colorido propio para poder camuflarse ante sus posibles
depredadores; pero éste no, era una paloma y en cambio su plumaje era de un
Rojo intenso y bellísimo, como bello e intenso es el color natural de su
hábitat; no podía haber más contraste entre el Rojo de su pluma y el Azul
Celeste del espacio en el que se desenvuelve.
Estuvimos
–creo recordar- durante algunos minutos observándonos; era extraño su
comportamiento, al menos para mí, y en aquel momento alcé el brazo y lo agité:
¡nada…! Allí seguía mirándome. No sé exactamente cuánto tiempo estuvimos así,
me pareció esa fracción de segundo en la cual nos vemos obligados –a veces- a
tomar una decisión definitiva –en ocasiones negativa- en una situación no
prevista, aunque sí archivada. El caso es que cuando me di cuenta ella se había
dormido sobre el mismo lugar en el que se encontraba, y yo me dormí sobre el
mismo sitial en el que en un tiempo al parecer conscientemente descansaba y
ahora inconscientemente habría de pasar la noche.
Muy
pronto, como siempre que se es ajeno a ello llegó la mañana. Abrí los ojos y
allí estaba, justo en el mismo lugar, justo en la misma postura, no podría
decir cuál de los dos despertó primero, cierto que cuando desperté ella tenía
los ojos abiertos, pero pudiera haber ocurrido que como la paloma los abre “al
golpe”, hubiéramos coincidido; y así en esta divagación caí en la cuenta de que
ayer, el disco Solar hizo mella en mi piel, y sin embargo no había sentido la
más mínima gelidez nocturna.
Nuevamente
aparecía en desafío el cálido círculo brillante por encima de las crestas
montañosas, y al chocar contra el plumaje de mi silenciosa y espectadora compañía,
lo hacía encender más y más cual si de una antorcha se tratara.
De
nuevo comenzamos a clavar nuestras pupilas en espera de que alguno de los dos
hiciera al menos algún gesto; transcurría el tiempo, la mañana, y nada sucedía.
¿Sería posible que volviéramos a dormir otra vez sin…? Hice, como pude, un
pequeño agujero al pie del Lirio y la deposité dulcemente, lo cubrí de tierra y
mis ojos se inundaron de lágrimas.
Lleno
de un más que extraño cansancio comencé a alejarme del lugar; descendía por la
sinuosa falda del monte cuando al mirar hacia arriba contemplé una Paloma
Blanca como la nieve, la seguí con la mirada hasta que desapareció en la
lejanía, sin embargo cuando su vuelo se interpuso entre mis ojos y el Sol, su
plumaje cobró un encendido color Rojo…
Me
estaba preguntando esto, cuando observé que el animalito sacudió una de sus
alas. En ese momento me sentí dichoso, algo iba a suceder, lo ansiaba, pero
cuál fue mi sorpresa al oír un segundo después, un seco y corto ruido
ensordecedor, giré la cabeza hacia donde aún el eco resonaba y un amargo
presentimiento inundó de amargura el más pequeño y hondo rincón de mis
entrañas. Raudamente volví la cabeza hacia la paloma y la vi con dolor caída de
su pequeña atalaya mortalmente herida; su plumaje cobraba ahora, curiosamente,
un color Verde, hermoso como no lo había visto nunca, y observé como su pico al
haber inclinado la cabecita sobre la tierra aun húmeda, había dejado una marca
en su recorrido de agonía, la cual dio la sensación que debía ser interpretada
como una especia de flecha, indicación que estaba en dirección hacia un
bellísimo y no muy lejano Lirio aun bañado por diminuta gotas de rocío.
Como
desgajado del conjunto de pensamientos; como si en ese momento me hubiese
quedado desconectado de mi mundo, me levanté y lentamente me acerqué a ella
tomándola entre mis manos, aun su frágil cuerpecito estaba caliente; un
instante después en mis células sensitivas se registró la impresión de que
pesaba aún menos. De dónde llegó esa impresión, no lo sé, lo cierto es que
nunca había tenido entre mis manos a una paloma…
Del libro III
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