LAS MIELES
Cuando aún era un niño, la Infanta Luisa Fernanda de Orleans observó cómo modelaba una figurita de barro, tanto le impresionó, que le tomó bajo su protección.
Antonio,
estudiaría en París y en Roma. A los veinte años comienza a recibir los
primeros encargos.
Entre sus
obras podemos destacar: las doce estatuas del Palacio de San Telmo en Sevilla,
la de Miguel de Mañara frente al Hospital de la santa Caridad, el gran Daoiz de
la Plaza de la Gavidia, el pintor Velázquez de la Plaza del Duque etc.
Cuenta la
leyenda que cuando el escultor esculpió el Cristo para el cementerio de san
Fernando, se esmeró enormemente, pues en ese momento se encontraba fuertemente
endeudado y esa obra significaba mucho para él.
Se dice que
al montar la escultura, se dio cuenta de que la había elaborado; se puede ver
que un pie está clavado en el madero mientras que el otro le habría quedado
como suspendido y con las piernas al contrario, y que al contemplar la obra
terminada y ver el fallo, se sintió tan angustiado y le afectó tanto que a
decir de algunos, se ahorcó en su estudio, aunque otros aseguran que murió disparándose
un tiro.
A petición
del pueblo, sería enterrado a los pies del Cristo. Días después de su entierro
sucedió algo sorprendente, que muchos visitantes consideraron milagroso: el
Cristo lloraba, y no agua salada, como un mortal cualquiera, sino que lloraba
miel. El revuelo fue considerable en la ciudad. El “milagro” estaba en boca de
todos y la Iglesia tuvo que tomar cartas en el asunto, enviando el mismísimo
Vaticano una delegación para aclarar el asunto.
Finalmente se
averiguó la verdad, y la realidad era que el Cristo no lloraba sino que las
abejas habían hecho nido en su boca y lo que manaba de ella era miel.
Así, Antonio Susillo
había construido la escultura dejando tal hueco en su interior con el fin de
aligerar el excesivo peso.
Del libro III
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