DESDE LA VENTANA
El Ocaso había hecho acto de presencia, y
“ambos” se habían puesto en camino. Iban juntos pero no eran amigos; habían
vivido en el mismo lugar pero no se conocían; trabajaban en la misma fábrica
pero no tenían la misma profesión. Sin embargo, tenían el mismo cometido,
aunque ejerciendo diferentes funciones…
Yo
estaba sentado en el alfeizar de la ventana, respiraba el airecillo fresco de
la tarde avanzada y limpia, al tiempo que acariciaba mi piel.
Mi
casa está al lado del camino, cerca, muy cerca, en cambio mi casa está alta,
muy alta. Con todo ello, pude oír la conversación que “ambos” llevaban,
pudiendo entender que uno le decía al otro: ¡Lástima! Con lo a gusto que me
encontraba en aquella fábrica y tenerla que dejar. A lo que el otro interpeló:
¿Te has ido por tu cuenta? ¡Yo! Cómo me voy a ir por mi cuenta, con la vida que
llevaba, si tenía cuanto necesitaba. Lo que ocurre es que la fábrica ha cerrado
para cambiar de actividad y no me explico semejante ocurrencia.
La
fábrica tenía cuanto deseaba y además no paraba de estar pendiente de las demás
fábricas. Qué la fábrica de al lado adquiría esto o aquello, enseguida se
disparataba, comenzaba a despotricar y lanzar rayos y centellas, cosa que a mí
me venía estupendamente, y como además le seguía la corriente y le ayudaba a
seguir despotricando, la fábrica se llenaba de más y más rayos y centellas, y
así me lo pasaba de maravillas.
Así
me he llevado casi toda mi vida, hasta que esta mañana cuando desperté, me
encontré con la desagradable sorpresa de un cartel que decía “Cerrado por
reforma”. Y digo yo: ¡Qué reforma ni que reforma! Ya me parecía a mí que la
reunión que hicieron anoche varias fábricas, no le encontraba yo mucho sentido,
no sé porque algo presentía… En fin, que le voy hacer, paciencia, menos mal que
gracias a mi alto grado de conocimiento en el trabajo que realizo, no tardaré
en encontrar un nuevo puesto para cubrir mis altas cotas de necesidad, pues
fábricas que precisen de mis servicios las hay en cantidades impresionantes.
Ya
se debilitaban las voces de “ambos” por el camino al irse perdiendo en la
distancia. Apenas se distinguían las siluetas, cuando escudriñando en la ya
oscuridad, pude ver que se habían detenido ante otra de las fábricas que
existen en el camino que está cerca de mi casa. Al parecer han encontrado
trabajo –me dije- pues “ambos” han entrado y no han vuelto a salir.
Desde
mi ventana, ya la oscuridad no me deja ver nada. La noche ha cubierto con su
manto Azul lleno de pequeñas y grandes luminarias mi casa y mi ventana; y allí,
sentado en el alfeizar me pregunto una vez más: ¿Hasta cuándo…?
Del libro III
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