¡Cuánto se podría
escribir acerca de todo un personaje como fuera Andrés
Martínez de León!
Su forma de ser, de entender la vida, y de jugársela; de darse a los
demás sin tan siquiera pedir nada a cambio... De ser rebelde desde
el momento en el que su capacidad analítica se le abre de par en
par, y comienza ha hacer fluir una sabia que traerá de cabeza a todo
un conjunto de formas de ser, de pensar y de actuar.
En la sevillana, a la
vez que cercana y ribereña, Coria del Río, ve la luz por primera
vez, sería en la Primavera de 1895, en aquella calle (Palomar) que
parecía estar predestinada para los vuelos que realizaría a lo
largo de su existencia.
A finales del XIX, en la
navidad de 1896, sus padres deciden trasladarse a Sevilla ante las
penurias que las familias humildes de aquella época se ven obligadas
a tener que afrontar sin lo imprescindible para poder vivir con
cierto desahogo. Decididamente se vienen a vivir a Triana, cuando
aquél niño Andrés aun
sigue manteniéndose a costa de los pechos de su madre.
Triana lo vio crecer, y
enseñándole cuanto pudo, Martínez de
León, comenzó a valorar y enamorarse de los dibujos
y pinturas que Gonzalo Bilbao, Zuloaga y Martín Castellanos,
entre otros de aquel grupo de pintores que habrían tomado: salones y
huertas del conjunto del Convento de Los Remedios como estudio
propio, gracias a la luz del Sur que continuamente apreciaba
derramándose por unas huertas de las que su padre era el Capataz.
Andrés diría: “Todo mi
mundo infantil se desarrolló en la Huerta de Los remedios, que hoy
es un hermoso barrio. Junto a esta huerta, estaba el Convento del
mismo nombre. Quizá de ahí arranquen muchas cosas de mi vida...”
Una de ellas, su más
absoluta vocación por el dibujo, y como reconociera públicamente:
“por el dibujo con color”. Por ello en el Otoño de 1909, ingresa
en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Será a partir de entonces
y con un vasto conocimiento sobre todo aquello que le inquietaba, su
vida se convierte en un maravilloso abanico repleto de hermosas
varillas vivenciales que, poco a poco, irá adornando con una
sabiduría sin parangón, donde no faltará el matrimonio que contrae
con Ana Alberdi, de Triana y en
su Real Parroquia de la Señora Santa Ana; un barrio que siempre
apreció su incondicional entrega, por lo que agradecido le dedicó
una placa a su recuerdo.
Pasan los años, y ya
dibujante y pintor de óleos e ilustrador reconocido, se marcha a la
capital de España, allí se entrega a una causa en la que
anteriormente no había pensado, la “politica desde fuera”, por
ello aquellas colaboraciones periodísticas e ilustrativas sobre el
frente y su amor internacional en contra del fascismo, le hace
terminar con sus huesos en la cárcel durante unos años en los que
no deja de realizar dibujos que pasa clandestinamente, madurando con
firmeza sus ideas. Le apasiona el mundo del toro y del fútbol; ello
lo deja muy bien reflejado en viñetas, ilustraciones, carteles, y se
relaciona con esclarecidas amistades artísticas y literarias, entre
ellas la que mantiene con Juan Belmonte (Amigos del Toro).
Escribe historias, las cuales ilustra con su especial gracejo
Andaluz, y con las que hace sonreír a una España preñada de
incoherencias y tristezas, porque él la hizo ver a través de sus
muchas historietas, y en particular, aquella de un entrañable
“Oselito”, que siempre vivió dentro de él.
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