Al
igual que hacen las cosas más pequeñas y los seres, todos, más
humildes, como los pétalos de una flor o las hojas de los árboles,
y las aves más delicadas, yo también, llegado este mes de Mayo,
salgo a celebrar el místico culto de la eterna renovación de la
vida. La vida renovada, por la vida, en belleza. Para celebrar este
culto anual, no hacen falta templos adecuados; sin embargo, yo elijo,
particularmente, uno cuando deseo celebrar ese culto supremo de la
Primavera, y que es la adoración de las rosas.
En
lugares idílicos del parque, en la coqueta glorieta o sobre la dulce
y cuidada tierra, allí la providencia municipal ha situado el primor
de unas rosaledas, con un tacto que, por lo inspirado, produce
asombrosa alegría. La Rosaleda no sólo del parque, sino de esos
otros muchos jardines de comunidad que disfruta el barrio de Triana,
es el santuario más hermoso y más grande; la verdadera catedral de
las rosas con un sin fin de pequeñas y no tan pequeñas capillas, en
las que el cielo mantiene allí su aroma más imponente y su colorido
más intenso y, algunas veces, por un efecto de concentración en la
contemplación, se llega a creer que aquel ambiente ha perdido lo
físico de la materialidad de un fenómeno para convertirse en el
ambiente etéreo y verdadero: El cielo místico de un rocío de
mañanas de privilegio.
A
ciertas horas de la mañana, tranquilas de multitudes, y en
ocasiones, límpida de ruidos alteradores de sentidos, a excepción
del trinar de pajarillos despertando en sus ramas, las rosaledas de
lujosos y humildes jardines y arriates bien mimados, cobran ese
prestigio de real magnificencia. Hay momentos de la mañana,
tempranos, en los que todo se encuentra como en expectación. Parece
que las rosas de Triana, aquellas que nos brindan su belleza en
tantas y tantas calles de los tantos y tantos barrios y que ella
disfruta, acabaran de abrirse de repente al conjuro de una voz tan
celestial como humana, y que el mundo, frente a ese despertar de la
Naturaleza cada día, quedara suspenso y transido de una
inconmensurable admiración. Quiero ser el primero en quedarme en
suspenso, maravillado, sin atención ni memoria para las cosas y
afanes de la vida cotidiana, y entregarme completa y totalmente a la
profunda delicia de esa otra vida excepcional que viven las rosas
durante horas en el complejo y necesitado conjunto de nuestros
sentidos.
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