LA
Guillermo se encontraba escribiendo aquella leyenda, ficción
protagonizada por un objeto cuya posesión le proporcionaba al propietario la
satisfacción de todos sus deseos, pero que tenía que vender antes de morir, por
un precio inferior al de la compra, y así evitar la condenación eterna.
Guillermo quería llegar al límite. Saber qué
haría el hombre al que se le ofreciese el objeto por la mínima parte de un euro
en curso; aquél hombre que supiese que no iba a poder venderlo. Lo consultó con
Marcelino, su sobrino. “Ese último hombre”, pensó, Marcelino, “no querrá
comprarlo, eso está claro. Pero tampoco lo querrá el penúltimo, porque sabrá
que nadie se lo compraría. Y del mismo modo, si el penúltimo no lo quiere, el
antepenúltimo tampoco, porque tampoco encontraría comprador. Y retrocediendo así,
nadie lo querría comprar.” “Tu razonamiento, Marcelino, es impecable. Pero no
resuelve nada. Solo es un razonamiento. ¿Quién crees tú, de verdad, que no lo
compraría?” Marcelino, lo meditó. “Tú nos sabrás convencer de que ninguno lo
hará.”
Durante su instrucción, le dijo el Maestro al
aprendiz: lo que más a menudo vas a hacer es caminar por el reino de los
espíritus. Al principio, conmigo. Después, con los que a mí me acompañaron. Y
finalmente, solo. ¿Qué clase de respuesta se oyó a través de una voz en las
sombras…?
Del libro III
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