sábado

CUENTOS Y RELATOS

 



LA NIÑA Y LA ZORRA

 

 Corría y saltaba entre aquellos perfumados jarales cuando de pronto la vio; era preciosa, de un dorado como el sol del atardecer. Y la niña se preguntaba qué llevaba en la boca, bien cogida con su fuertes y afilados dientes, aquella hermosa zorra: ¿acaso un pequeño conejo, tal vez una ardilla? -se preguntaba repetidamente una y otra vez-.

La zorra, tan sorprendida como la pequeña, cuyas trenzas de un color dorado como el pelaje del animal se agitaba al igual que su cuerpecillo, entre nervioso y un tanto asustado.

Sin mostrar el más mínimo temor, cosa que a la zorra le sorprendió, al parecer, gratamente dada la opinión que, por experiencia, tenía de los humanos, se acercó a comprobar de que se trataba.

La zorra, adivinando o mejor sería decir, intuyendo aquello que la niña pretendía averiguar, se quedó quieta al tiempo que depositaba sobre el alfombrado suelo que en aquella época cuasi otoñal aún presentaba un suave tapiz, con todo el amor de que es capaz una madre, sea del reino que sea, una preciosa bebe recién nacida y que en ese momento se dirigía a su zorrera con el fin de darle todas las atenciones. La zorra, por circunstancias a veces impropias del monte, había parido en plena naturaleza con los últimos rayos de la tarde anterior viéndose obligada a pasar la noche entre los matorrales  del monte bajo.

La niña, cuando reaccionó ante aquella visión, le preguntó, una vez que comprobó de que se trataba, si no le hacía daño. La zorra quedose mirando a la niña sin saber que hacer. No obstante, y viéndola tan pequeña e inofensiva, dejó que se acercara sin dejar de estar expectante, pues no habían pocas situaciones en las que se había encontrado, no sólo con aquellas letales trampas que ya se sabía de memoria, sino, desde sus posiciones escondida entre la maleza, oler las intenciones de aquellos desalmados humanos cuando los veía deambulando por la sierra o bien agazapados a la espera de una oportunidad.

Con la inocencia propia de su edad, Lina, que así se llamaba la pequeña, y que se encontraba por aquel lugar en razón de que pasaba unos días de vacaciones en una casa rural cercana, se inclinó sobre la cría y la cogió entre sus manos infantiles. La madre, por decirlo de alguna manera, no daba crédito a lo que estaba viendo; podemos imaginar que estaría pensando: ¡qué descaro, que atrevimiento, pero, cuanto amor hay en esas manitas tan pequeñas!
Así que sin dejar de observar cada uno de los gestos de la pequeña, y oyendo las cosas que le decía a su bebe, se dejó caer tranquila y plácidamente sobre la fresca hierva, dedicándose a contemplar la ternura de semejante escena.

Pasados unos minutos y sin dejar de acariciar a la pequeña zorrita, le preguntó a la madre hacia dónde se dirigía. La zorra, muy intuitiva y perspicaz, pues no en vano estas actitudes son propias de la especie, se incorporó echando a andar tras haber mirado fijamente a la niña. Ésta, como si hubiese estado tratando con alguien de su género, también echó a andar siguiendo a la madre la cual parecía haberse desentendido de su bebe. Tras recorrer unas decenas de metros, y adentrándose en un precioso y recoleto pinar de no a muchos años de haber sido vuelto a la vida tras ser replantado desde aquel incendio forestal sufrido por la maldad del hombre, la zorra se detuvo junto a unos riscos de entre los cuales se apreciaba una pequeña abertura.

Detenida ante la entrada de aquella que debía ser su zorrera, emitió un leve sonido, y un instante después apareció un hermosísimo macho con un pelaje semi-plateado que hacía juego con el color de la mañana. Aquel zorro, ante los gestos faciales que le hacía su compañera, así como al observar la forma de mover ésta la cola, se la quedó mirando. Como quiera que llegaran a un entendimiento por ser esta la forma en que esta especie se comunica, los dos se introdujeron en la zorrera tras haber pasado unos minutos contemplando a la niña la cual no dejaba de acariciar a la cría.

La pequeña quedose mirando hacia la entrada un tanto extrañada y sin saber que hacer. Ahora, aun a pesar de su corta edad pensaba si no habrían decidido que se quedase con el bebé, sin embargo, no lo hizo.  

Lo que hizo fue sentarse sobre una baja y redondeada piedra frente a la entrada, quedándose dormida y con la zorrita entre los brazos.

Pasadas unas horas, unos golpecitos en el hombro la despertaron quedando un tanto sobresaltada y rebuscando en el regazo de su delantalito estampado, pero no halló nada. Al preguntarle su padre que  adonde había estado ya que la estuvo buscando alrededor de aquella casa, ella le contestó que no se había movido de allí. Cuando terminó de relatarle aquellas horas vividas, el padre se alarmó prohibiéndole que volviera a salir al monte sola al tiempo que le hablaba de los peligros que encerraba la sierra, aún a pesar de su belleza, en aquella época del año.

Durante las tres semanas que pasó junto a su familia, en aquella casa rural en plena naturaleza, y cuando cada mañana se oían los gruesos sonidos de las berreas, la niña distinguía a la perfección el tau tau de una zorra cercana y que, al parecer, tendría ahora mejor opinión de algunos humanos. 

Del libro  III

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