LA NIÑA Y LA ZORRA
La zorra, tan
sorprendida como la pequeña, cuyas trenzas de un color dorado como el pelaje
del animal se agitaba al igual que su cuerpecillo, entre nervioso y un tanto
asustado.
Sin mostrar
el más mínimo temor, cosa que a la zorra le sorprendió, al parecer, gratamente
dada la opinión que, por experiencia, tenía de los humanos, se acercó a
comprobar de que se trataba.
La zorra,
adivinando o mejor sería decir, intuyendo aquello que la niña pretendía
averiguar, se quedó quieta al tiempo que depositaba sobre el alfombrado suelo
que en aquella época cuasi otoñal aún presentaba un suave tapiz, con todo el
amor de que es capaz una madre, sea del reino que sea, una preciosa bebe recién
nacida y que en ese momento se dirigía a su zorrera con el fin de darle todas
las atenciones. La zorra, por circunstancias a veces impropias del monte, había
parido en plena naturaleza con los últimos rayos de la tarde anterior viéndose
obligada a pasar la noche entre los matorrales
del monte bajo.
La niña,
cuando reaccionó ante aquella visión, le preguntó, una vez que comprobó de que
se trataba, si no le hacía daño. La zorra quedose mirando a la niña sin saber
que hacer. No obstante, y viéndola tan pequeña e inofensiva, dejó que se
acercara sin dejar de estar expectante, pues no habían pocas situaciones en las
que se había encontrado, no sólo con aquellas letales trampas que ya se sabía
de memoria, sino, desde sus posiciones escondida entre la maleza, oler las
intenciones de aquellos desalmados humanos cuando los veía deambulando por la
sierra o bien agazapados a la espera de una oportunidad.
Con la
inocencia propia de su edad, Lina, que así se llamaba la pequeña, y que se
encontraba por aquel lugar en razón de que pasaba unos días de vacaciones en
una casa rural cercana, se inclinó sobre la cría y la cogió entre sus manos
infantiles. La madre, por decirlo de alguna manera, no daba crédito a lo que
estaba viendo; podemos imaginar que estaría pensando: ¡qué descaro, que
atrevimiento, pero, cuanto amor hay en esas manitas tan pequeñas!
Así que sin dejar de observar cada uno de los gestos de la pequeña, y oyendo
las cosas que le decía a su bebe, se dejó caer tranquila y plácidamente sobre
la fresca hierva, dedicándose a contemplar la ternura de semejante escena.
Pasados unos
minutos y sin dejar de acariciar a la pequeña zorrita, le preguntó a la madre
hacia dónde se dirigía. La zorra, muy intuitiva y perspicaz, pues no en vano
estas actitudes son propias de la especie, se incorporó echando a andar tras
haber mirado fijamente a la niña. Ésta, como si hubiese estado tratando con
alguien de su género, también echó a andar siguiendo a la madre la cual parecía
haberse desentendido de su bebe. Tras recorrer unas decenas de metros, y
adentrándose en un precioso y recoleto pinar de no a muchos años de haber sido
vuelto a la vida tras ser replantado desde aquel incendio forestal sufrido por
la maldad del hombre, la zorra se detuvo junto a unos riscos de entre los
cuales se apreciaba una pequeña abertura.
Detenida ante
la entrada de aquella que debía ser su zorrera, emitió un leve sonido, y un
instante después apareció un hermosísimo macho con un pelaje semi-plateado que
hacía juego con el color de la mañana. Aquel zorro, ante los gestos faciales
que le hacía su compañera, así como al observar la forma de mover ésta la cola,
se la quedó mirando. Como quiera que llegaran a un entendimiento por ser esta
la forma en que esta especie se comunica, los dos se introdujeron en la zorrera
tras haber pasado unos minutos contemplando a la niña la cual no dejaba de
acariciar a la cría.
La pequeña
quedose mirando hacia la entrada un tanto extrañada y sin saber que hacer.
Ahora, aun a pesar de su corta edad pensaba si no habrían decidido que se
quedase con el bebé, sin embargo, no lo hizo.
Lo que hizo fue sentarse sobre una baja y redondeada piedra
frente a la entrada, quedándose dormida y con la zorrita entre los brazos.
Pasadas unas horas, unos golpecitos en el hombro la
despertaron quedando un tanto sobresaltada y rebuscando en el regazo de su delantalito
estampado, pero no halló nada. Al preguntarle su padre que
adonde había estado ya que la estuvo buscando alrededor de aquella casa, ella
le contestó que no se había movido de allí. Cuando terminó de relatarle
aquellas horas vividas, el padre se alarmó prohibiéndole que volviera a salir
al monte sola al tiempo que le hablaba de los peligros que encerraba la sierra,
aún a pesar de su belleza, en aquella época del año.
Durante las tres semanas que pasó junto a su familia, en
aquella casa rural en plena naturaleza, y cuando cada mañana se oían los
gruesos sonidos de las berreas, la niña distinguía a la perfección el tau tau
de una zorra cercana y que, al parecer, tendría ahora mejor opinión de algunos
humanos.
Del libro III
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