AQUELLO QUE SE NOS FUE
Relato
A Manolo Merchán
Por encima de la frondosidad del valle,
y cercano a un precioso lugar por donde discurre un arroyuelo de juguetonas y
transparentes aguas, se divisa un hermoso Palacio de cortada y soberbia
arquitectura en fábrica de mármol blanco como la leche, y brillante como el
espejo del río cuando los rayos del Sol le invaden hasta los más afilados de
sus perfiles.
Una
puerta inmensa de forma ojival, con dos hojas de maderas nobles ricamente
labradas y al parecer siempre abiertas, daba acceso a un majestuoso vestíbulo
lleno de tapices, terciopelos, cojines y almohadones de las más puras sedas de
Oriente, y sobre los que descansaba un hombre de mediana edad. De gentil
atractivo por su bien cuidada barba blanca y dulce mirada, era más conocido por
su Bondad, y por ser el más rico de cuantos el mundo conociera en muchas leguas
a la redonda. El, no sólo estaba entregado a la Felicidad de su pueblo, sino
que atendía cuanto de necesidad podía manifestarse en cualquiera de los muchos
visitantes y caminantes que, de una manera o de otra, se acercaban hasta su
Reino en demanda de trabajo, consuelo, consejo, etc.
Tantos
y tantos momentos venturosos gracias a su Generosidad, riquezas incalculables
en todos los órdenes, y dispuestas con una inmensa humildad, habían hecho que
fueran conocidos todos sus actos más allá de sus fronteras.
Esta
era la causa de que en las tierras de aquél hombre se vieran cada vez más y más
gente trabajando satisfecha pues raro era el que alguno acudiera a pedir ayuda
y no se quedara a vivir allí, causa que a aquél rico señor le agradaba
sobremanera, facilitándole cuanto fuera necesario para su felicidad y la de sus
familias.
Pero
la Bondad se manifiesta a veces de diversas maneras, y como de distintas formas
puede ser interpretada, ya que no siempre la virtud, desgraciadamente, se copia
en su justa medida.
Tanta era la sencillez y sabiduría de
éste hombre, y tan extraordinaria su entrega y cariño hacia los demás, que todo
aquel comportamiento llegó a oídos de otro rico señor que, aunque vecinos,
ambos pueblos se encontraban a varias jornadas de viaje.
Este
otro rico y poderoso señor, lejos de pensar incluso en ampliar sus inmensas
riquezas conquistando en duras peleas botines y tesoros, dedicaba su vida a
vegetar por palacio cuidando de que sus flores estuvieran bien atendidas. No se
podía decir de él que fuera persona de carácter perverso para con su pueblo,
aunque sí, muchas de las familias que componían su reino no estaban de acuerdo
con su comportamiento en lo que a atenciones hacia ellos se refería. No siempre
era así, pues, principalmente, estos altibajos que sufría su forma de actuar,
era debido a que al carecer de una fuerza de voluntad regular, se dejaba
arrastrar por unos momentos de ira que hasta a él mismo, muchas veces, le
sorprendía.
Por
aquellos días pasó por allí un viajero que a pie, zurrón al hombro y un cayado
como compañero, se detuvo una noche compartiendo con una de las familias, cena
al amor de la lumbre y disfrutando de amena conversación, basada esencialmente
en las artes y costumbres de algunos de los pueblos que llevaba ya recorrido.
A
la mañana siguiente el acontecimiento de la noche anterior era la “comidilla”
de toda la gente, tanto los hombres como las mujeres cada uno en su labor, se
maravillaban de los pormenores puestos en su conocimiento sobre cierto señor
que vive muy unido a su pueblo, más allá de su frontera.
El
señor de esta gente, muchas veces contrariado por su falta de iniciativa, pero
maravillado por cuanto aquél criado le contaba acerca de aquél otro señor, le
dijo: Vete allá, estate unos días y vuelves para informarme de todo cuanto veas
y oigas.
Partió
aquél criado, y al quedarse el señor sólo, en sus ojos comenzaron a brillar las
lucecitas de la ilusión que estaba poniendo en la esperanza de conseguir cómo
mantener estable su voluntad, pues esperaba que la inmensa felicidad que su
gente disfrutaba era debido a que conocían el secreto, y él muy pronto lo
sabría también.
Pasado
un tiempo después que hubiera vuelto el criado, el pueblo comenzaba a ser más
feliz de lo que ya lo fuera antes; así con la información que tenía, estaba en
todo momento dedicado a atender necesidades materiales, aunque no podía ayudar
de otra forma porque carecía de elementos para ello y esto no sólo le
entristecía, sino que en ocasiones lo hacía enfadar haciéndole caer en su
propia trampa, pues terminaba diciéndose que no había variado, que se
encontraba igual, sin iniciativa porque cuanto hacía realmente no era más que
copiar, limitándose a hacer parte de lo que del otro señor conocía. Y tanto
pensó en ello que no sólo comenzó de nuevo a encontrarse mal, sino que ya lo
llamaba “extranjero”.
Cierta
tarde fue a verlo a palacio un campesino manifestándole la necesidad de comprar
dos bueyes, y dándole la cantidad que necesitaba, el campesino se marchó, pero
no había salido del palacio cuando oyó que el señor lo llamaba. De nuevo en su
presencia, le preguntó: ¿Cuánta familia tienes? Mujer y dos hijos -respondió el
campesino-.
Entonces, y poco menos que enfurecido
aun a pesar de que ante la respuesta no había preguntado nada más, volvió a
insistir: ¿Y con tan poca familia necesitas aún más bueyes? El campesino, que
también cayó en la trampa que nos tiende nuestra propia incomprensión, le
contestó: Tomad vuestro dinero y en mi casa podréis recoger cuanto me disteis
porque me marcharé de aquí, ya que tengo entendido que existen otras tierras y
otros señores a quien servir y que estarían toda la vida dándome con el sólo
fin de que todos vivamos en armonía.
Tan mal le cayó esta manifestación a su
ya de por sí crecida envidia, que decidió partir a conocerlo personalmente e
intentar encontrar la forma de eliminarlo pues había vuelto a no ser feliz al
no pensar más que en lo que le fastidiaba aquél otro señor.
Al día siguiente tomó un carretón, unas bolsas
de oro y unas ropas viejas, y se puso en marcha… Tras varias jornadas de viaje
llegó al palacio no encontrando a nadie ni en la puerta ni en el vestíbulo por
lo que decidió entrar y asomarse a un hermoso patio. Entrando en el, se acercó
a un hombre que mojaba sus manos en uno de los estanques al tiempo que quitaba
unas hojas de su superficie.
Cuando estuvo a su lado le preguntó:
¿Eres criado de este palacio? a lo que el hombre respondió: Si así lo
entiendes…, aunque saber me gustaría, ¿quién eres y que se te ofrece? Verás… Y
sin preocuparse absolutamente de nada le contó una pequeña historia, y continuó
diciéndole que necesitaba hablar a solas con su señor. Metió una mano entre sus
ropas y extrajo una bolsa, prometiéndole otra más si le ayudaba. Seguidamente
le preguntó: ¿Cómo puedo verlo a solas? Muy bien –dijo el hombre sin
inmutarse-. Escuchad: dentro de un rato él tomará esa barquilla y se irá al
centro de aquel gran estanque donde pasará dos horas dedicado a la meditación.
Nadie le molesta, pero si quieres puedes tomar aquella otra barquilla y al
tiempo llegar donde se encontrará dedicado a sus meditaciones.
El hombre desapareció por una de las
puertas de acceso a los aposentos privados, mientras el viajero y tras un
tiempo de acecho tomó la barquilla, y adentrándose en el estanque se acercó
sigilosamente a la frágil embarcación ahora quieta en la quietud del atardecer;
la abordó en silencio y pasó a ella. Se acercó con el puñal en la mano al
hombre que allí se encontraba aparentemente absorto consigo mismo.
Ante aquél enemigo –según él-, levantó
el brazo armado con la daga para descargar el golpe, al tiempo justo en que el
hombre alzaba su rostro, y al ver en él la cara del criado con el que momentos
antes había estado planeando el encuentro, el puñal le cayó de la mano.
¿Qué te pasa? –le preguntó el hombre
con dulzura-. Venías a darme la muerte, pero, ¿por qué? ¡Porque hasta que tú no
mueras yo no podré ser feliz en mi reino! ¡Pues hazlo pronto, dame si es tu
necesidad, la muerte que ardo en deseos de concluir mi vida con una obra de
caridad! ¿A que obra te refieres? ¡A cual va a ser…! ¿No dices que con mi
muerte tendrás la felicidad? pues a esa me refiero, no deseo más en el mundo
que ver felices a aquellos que me rodean o tienen necesidad de ello…
¿Es posible que tu corazón sea tan
grande y tu Bondad tan inmensa que eres capaz hasta de dar la vida por quien
sabes que sólo alberga envidias y odios hacia ti?
Inclinándose ante él en una humilde y
sincera petición de misericordia, le preguntó: ¿Podrías perdonarme? porque si
quisieras hacerlo, uniría al tuyo mi reino y enriquecido aun más con tu
sabiduría, cuántas y cuántas obras podríamos realizar en favor de nuestros
pueblos. Por ello, si me concedes tu perdón, me atrevería a pedirte que fueras
mi amigo, pues en este momento no deseo en el mundo más que tu amistad. A lo
que aquél hombre respondió con el rostro iluminado:
¡Cómo voy a negarte mi perdón, y sobre
todo mi amistad si hace un momento te estaba dando mi vida!
Muchísimas gracias por este regalo. Lamento la tardanza pero es que hemos estado fuera. A Mari le ha encantado y a mi también, por supuesto y además lo haré extensivo... Gracias y un abrazo. M.M.
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