MAMÁ
TRIANA EN MI BLOG
Mucha
gente se estará preguntando por qué escribo casi siempre acerca de
esta hermosa realidad. Si lo hago e intento hacerlo con tanta
precisión es, sin el menor género de dudas, porque refleja
perfectamente la forma que yo he querido darle a mi propia vida.
Nunca, afortunadamente, le cerré la puerta de mi humilde
conocimiento a su gente, para que supieran de ella o al menos acerca
de aquellos detalles o parcelas de su historia que algunos pudieran
ignorar. Durante casi cincuenta años he estado continuamente
escuchando sus latidos, sus quejas directa o indirectamente a través
de otros personajes para nada inimaginables. He observado con el
mayor anhelo sus calles y plazas, sus rincones y sus azoteas, su
individualidad y sus colectivas unidades. Me he acercado a sus
hombres para seguir, incansable, de forma continuada, bebiendo de
unas plumas que escribían sobre amores y desamores, misivas
reivindicativas y confesiones que a veces no encontraban respuesta,
y, en cambio sí, la penitencia absurda e irracional de un
desconocimiento. Paseando por su zapata amurallada, me he recreado
viendo el arrullo de los enamorados. No puedo negar que también he
visto a gente de un vivir reprobable, como a muchos de sus
adolescentes jugando con la imaginación. Casas de vecinos y corrales
me han abierto sus puertas. Procesiones en diferentes estaciones han
recreado mis retinas para más tarde hacer de esas secuencias una
realidad de privilegios. Imaginarios galeones y rocieras caravanas
con multitud de colores han desfilado por sus calles dejando el sabor
de lo que siempre será armonía surcando un Guadalquivir sin
fronteras, y un deslizarse hasta caminos polvorientos donde se han de
cruzar cauces de otro tiempo, que través de los siglos y continentes
se irán esfumando a mi capricho en razón, siempre, de un estado de
ánimo diferente, pero siempre abierto. He alucinado y alucino con
los desmanes de los que mandan y de las propuestas que, aun
aceptadas, no consiguen hallar feliz término en razón de algo que
se desconoce, y he sido y soy, testigo de la sumisión de las nobles
almas. He llegado a inclinarme, de tal manera, sobre personas que
dormían en sus lechos de gloria utópica, que es realmente imposible
el que hayan sido ajenos a mi desaliento sobre sus propios e
indefinidos cerebros. A veces, creo que he llegado a saber incluso
hasta de sus sueños.
Mi
cuarto de trabajo está abarrotado de personajes, rincones, pasajes,
recuerdos y momentos que están esperando a ser llevados al papel, a
veces a lomos de mi pluma, a veces directamente al del Ordenador.
Personas imaginarias unas, y reales otras aunque todas deseosas de
que les dé una vida; que me gastan bromas pesadas y me juegan malas
pasadas en su afán de que las saque de su corta o larga ivernación
y diciéndome: ¿Cuándo me toca a mi? Tengo que elegir y elegir
bien; en estos tiempos que corren hay una marea a la espera de que no
lo haga, a su juicio, correctamente, me consta, y no me duelen
prendas el decirlo abiertamente pues no hay más que reparar en las
estadísticas de mi blog y ver el capítulo: comentarios. De esta
forma cuando ya he elegido, tanto si el trabajo es largo o corto,
unos dejarán pasar unas horas, otros sabrán que hasta dentro de
unos días tendrán que estar tranquilos; saben perfectamente que una
vez transcurrido ese tiempo han de volver a formarme la bulla a la
espera de su elección.
De
vez en cuando, a lo largo de todos estos años, he levantado la
cabeza del folio con su correspondiente final terminado un libro, un
capítulo, un cuento, una historia, o una bella concatenación de
imágenes representativas del Espíritu de su gente y sus quehaceres
diarios, al detenerme para pensar con calma después de una escena o
simplemente el tiempo invertido a la búsqueda del término o la
palabra adecuada, y, entonces, como siempre, veo su cara de mujer
madura detrás de una multitud que si la engañan es porque ella es
como es y, todos lo sabemos... Una cara cercana, rondando lo
familiar. Tras el onírico delantal, tez morena, cabello azabache del
que prende el romanticismo de una moña de jazmines, ojos verdes...
Sé perfectamente quién es, aunque nunca deja de sorprenderme el
verla, pues siempre me coge en su limbo, es decir pensando en ella.
En muchas ocasiones ha intentado comunicarse conmigo, sin embargo, no
sé por qué yo no me encontraba tan cercano como para poder oír
aquello que quería decirme. Aun me pregunto del por qué algunas
veces cuando esto sucedía yo cambiaba de dirección mi mirar
fingiendo no haberla visto. Que tonto fui pensando que podría
engañarla. Muchas noches pienso en la bondad que encierra su corazón
arrabalero.
Muchos
de los visitadores a mi blog se preguntan, cómo puedo ser tan
prolífico. Pues bien, ella es la razón, la que me motiva, aunque he
de reconocer que también, en ocasiones, me salgo de su dinámica y
ruedo por otros lares. Cuando comienzo una obra nueva apenas
transcurridos cinco minutos de haber terminado lo último, es debido
a que si levanto la mirada del papel en blanco, inmediatamente me doy
de cara con su imagen, que me parece oírle decir: ¡Estoy aquí, no
me he ido aún, ni nunca me iré!
El
tiempo va pasando ineludiblemente, por lo que el número de esas
obras, simples opúsculos, a veces enriquecidos con aquella
documentación gráfica, preferentemente mía, de algún que otro
amigo o descargada de Internet, que a mi, particularmente me llenan,
imagino como a ella y al resto, que ahora descansan en el interior de
unas carpetas a buen resguardo en mi ordenador, o en la estantería
donde sólo se hayan los originales de mis libros, lujosamente
encuadernados (regalo de mis amigos Paco y Paqui y que hoy ya han
trasladado su taller a una vecina localidad del Aljarafe sevillano),
han ido creciendo por mor de esos personajes que duermen en sus
archivos sin que aquellos que aun quedan alrededor de mi y que cuando
me siento a escribir comienzan a alborotar, aunque ya quedan menos,
hasta que me decido por alguno de ellos. Con cada uno de los trabajos
realizados ese run run ha ido bajando de tono dado el coro de voces
ya un tanto menguado, por lo que mi cabeza agradece que ese martilleo
haya disminuido un poco. Ahora es diferente: he aprendido a descansar
tras dejar insertado el trabajo. Paseo para relajarme pero, no es
verdad, lo único que deseo es salir a la calle como una fiebre
deseosa de encontrarme de nuevo con ella...
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