martes

EL ROCÍO DE TRIANA (III)




PARA EL CAMINAR


Hay Rocío de mañanas,
como Rocío de tardes
y también de madrugadas,
que vuelven a ser Rocío
con el despertar del Alba,
cuando aun quedan rescoldos
en las candelas del alma.

Un Rocío de mañanas,
cuando hierven los pucheros
de la gente de Triana
con el café que da vida,
porque se hace en las ascuas
que la dejan florecidas
y prestas para la tarde
donde el Rocío es el tronco
que en la madrugada arde.

¡Boyero, anda despacio!
Que aun nos queda camino
hasta llegar a Palacio.

De nuevo llegó la tarde,
y en ella, desmesurada,
el reflejo de ese broche,
fulgor que aquella mañana
preparaste por la noche
y quemaste en madrugada.

Yo nunca hice el camino
le dije a mi amigo Diego,
mas puedo ser Peregrino,
solo, como Juan el ciego
que es capaz sin desatino
de caminar como un lego
que hace grandes caminos.

Para andar hacia el Rocío
yo no necesito arenas,
ni caballo, ni “charré”,
ni vestido, ni carreta
donde algún desaprensivo
se echa a dormir la siesta;
Como tampoco los pinos
aunque tengan sombra fresca,
ni esa botella de vino
que hay que tener en cuenta
porque si está en el olvido
no está completa la fiesta;
Ni un cante con los amigos,
ni el calor de la candela,
me basta con mi Rocío,
Ésa Virgen Marismeña
que se asoma a mis sentidos
cuando mis sentidos sueñan.

Rocío, eres Rocío
de mañanas abrileñas,
cuando todo escalofríos
en Mayo Tú te despeñas
en mi adentro hecha quejío,
y en esa hondura me enseñas
lo profundo del Rocío.

Te estoy queriendo Rocío,
desde aquí, sin conocerte,
porque sin ser conocido,
ni nunca haberte vivido
lo mio es también quererte.

Y a aquél que te ha conocido
porque contigo ha vivido,
y llega por Ti a la muerte,
a ese Romero le digo:
¡Qué suerte tienes, que suerte!


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