martes



UN PEDAZO DE AZUL


Había una distancia considerable, una distancia casi infinita; Me parecía que el espacio no se pudiera abarcar, como cuando miras desde arriba y el horizonte, allá en el otro lado, se te convierte en una línea que, al parecer, une o separa el cielo de la tierra, del mar, de la montaña, no podía definir al cielo del valle, a la campiña del cielo...
¿Cómo poder subir hasta allí, me preguntaba...?
El camino era estrecho y angosto, rodeado de luminosos y altos álamos blancos. Recorriendo con la mirada el enorme tronco de uno de ellos, comienzo a subir por él con la intención de poder llegar a una parte de aquel misterioso lado que existía encima o casi encima de la copa, allá en lo más alto, allá en lo más lejano; Un trozo azulado, grande y a la vez pequeño que me atraía, que me había atraído desde que era pequeño, desde que empecé a sentir, desde aquellos primeros días en que comencé a vivir...
Trepé hacía arriba por el tronco, por aquel cuerpo del árbol, por el Álamo Blanco y hermoso que se me ofrecía como un don, por aquella especie de camino que desde siempre creí que era de mi propiedad, por eso estaba convencido de que era el mejor.
No lo tuve muy claro pero, aproximadamente en la mitad del recorrido la causalidad hizo que encontrara un hueco en el tronco, en aquel hermoso y audaz Álamo Blanco que sabe Dios cuantos años llevaba allí luchando en armonía con su madre Tierra, con su Madre la Naturaleza.
Indeciso, sin saber si seguir hacia arriba o entrar en el hueco, estuve pensando y meditando sobre cual sería la decisión que me reportaría mayor satisfacción.
Se levantó una brisa suave, un airecillo que al besar mis rostro refrescó mi sudorosa piel, refrescó mi rostro indeciso, un rostro que, a veces, no puedo definir el porqué de aquellas dudas...
El aire no llegó solo, traía de la mano a su inseparable compañero: el viento. Momentos después ya era un viento fuerte, muy fuerte que azotaba mi rostro ya cansado, por lo que mi fatigado cuerpo comenzó a sufrir un episodio de temblores naturales. Tenía delante de mi aquel hueco, un hueco que me sorprendió por su oscuridad, por su negrura pero, que al mismo tiempo, me ofrecía amoroso un resguardo, que al mismo tiempo me ofrecía su calor.
Miré hacia arriba, hacia aquel trozo preñado de un Azul grande y a la vez pequeño que me atraía, sin embargo me daba la impresión de que aun estaba lejos, muy lejos de poderlo alcanzar, de llegar a él.
Delante de mi, cerca, muy cerca estaba aquel hueco donde cobijarme, aquel lugar donde podría burlar al viento, aquel fuerte viento que entorpecía mi caminar, que no me dejaba ascender.
El viento trajo unos enormes nubarrones, que con sus negras y grises panzas, taparon aquel trozo de azulado espacio que antes viera; Taparon el lugar hacía donde desde hacía un buen rato yo me dirigía. Comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia que poco a poco me iban haciendo daño y colándose entre mis ropas hasta llegar a mi piel.
Brisa, aire, viento, agua, frío y camino es todo lo que pasaba por mi pequeña y a la vez gran mente pero, sobre todo... camino largo, muy largo.
Todos se unieron en un enorme y gran abrazo; en su enorme y gran esfuerzo por impedirme avanzar, por impedirme llegar. Pero, todo ello ¿Por qué?
Miré de nuevo y por última vez el hueco, a la gran entrada que parecía llamarme, de hecho me llamaba con voz fuerte, con una voz que me pareció terrible.
Aquella voz tiró de mi y me llevó hasta dentro del hueco...
Casi sin querer o sin darme cuenta, casi sin pensar en que era lo que había ocurrido momentos antes, me encontré de nuevo en el camino, ese camino estrecho y angosto, largo muy largo que llega hasta aquel trozo de color Azul allá, cercano a la copa de aquel hermoso y Blanco Álamo.



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