Recordaba de cómo se
comportó aquella noche; recordó, cómo ya
muy alta la madrugada sintió el deseo de saltar de la cama y salir corriendo.
Al principio se dijo: Sí, pero… ¿Hacia dónde? Más tarde, cuando ya tenía los
pies en el suelo y se encontraba vestido, supo por aquel resplandor, hacia
donde dirigir sus pasos; salió y se encontró en el camino, en ese camino por
donde de forma incansable continuaba en este mismo momento. Quiso sentarse un
poco, pero no pudo; ¿Qué se lo impedía, acaso no le vendría bien un rato de
descanso?
Una vez más entendió que
no, algo le decía muy dentro de él, que no podía perder ni un segundo.
Ella estaba allí, al
final, casi podía verla en toda su inmensidad… ¡la tenía tan cerca!
La angostura de la forma
le hacía perderse entre sus propios pensamientos…
“Hace mucho tiempo que
no le doy cuerda a mi corazón, pero sé que me llama cada día antes del alba y
me obliga a pensar, y a darle vueltas a un millar de cosas, de momentos
vividos, de tiempos por vivir. Vivo en la ciudad, pero desde la ventana de mi
cuarto no veo el campo acunando al bosque y a la pradera, con su hermoso
amanecer preñado de aromas y escandalosos cantos… y un camino; así la vida
tantas veces, sin dejar claro con frecuencia si es Otoño o Primavera, si es
Ocaso o Alborada.
“El tiempo, las
personas, las cosas, las situaciones, son como una flor más en la gran maceta
del gran patio; a veces tengo la impresión debido a mi pequeñez, que esa tierra
la voy cruzando por algún sitio, hacia el misterio”…
“El rápido y asustadizo
vuelo de una Mirla entre retamas me hizo volver en sí. El camino a veces se
estrechaba, a veces se ensanchaba, aunque poco pues a ambos lados habitaban
gran cantidad de plantas silvestres, unas dulces y otras amargas pero, todas
bellísimas. El aroma era de lo más variado y ninguna requería de su necesidad,
aunque sí, todas de su atención, esto colmaba y relajaba en cierta medida mi
impaciente caminar, más difícil cuando llegaba a algunos trechos en los que el
firme del sendero era un mar de guijarros y piedras, a veces desprendidas de
las orillas, y que en su rodar quedaban presas en el centro de la vereda.
Inmerso en mis propias e infantiles protestas, me perdí entre esos pensamientos
cuando miraba la tierra.
“Con estas manos trabajé
la tierra, y ahora, ¡que orgulloso me siento de ello!
“Recuerdo como sentía en
la yema de mi Espíritu, su frescura y el olor de la hierba recién cortada, y
como la acariciaba cuando la dejaba limpia de la maleza siempre acechante. Yo
la cuidé, ella me dio plantas, luego hermosos frutos y más tarde semillas;
ahora te la ofrezco, ahora que es mi nostalgia; esa tierra que ayer fue mi
tarea y que mañana será mi destino. A través de ella me llegó el Pan; a través
de ella me llegó el vino; con ambas vestía de domingo la mesa de mi casa, junto
a los míos; ella fue el Agua y la Sal de mi partida y ojalá sea el Aceite de la
Arcusa en mi llegada”.
Nuevamente, algo debió
de llamar su atención, y aunque lastimado por lo incómodo del terreno, cuando
en ocasiones pequeñas piedrecitas se clavaban en las ya desgastadas suelas, y
cansado por días y días del continuado esfuerzo, no sentía el peso de sus
botas.
Ya la tarde estaba
comenzando a hacerse un sitial entre los helechos pespunteados del Horizonte, y
cuando, y como por arte de magia se convierta en noche, habrá comenzado un
nuevo proceso en el infinito reciclar de la luz y la oscuridad, la vida y de la
muerte.
El cansancio se apoderó
de él, y aunque se resistió, no consiguió ganar la pelea cayendo en un
profundo, apacible y reparador sueño.
“Estoy muy cansado, muy
cansado… ¡Aquí me tienes! Esta noche no quiero huir, no tengo tanto que hacer,
ni tantos planes, ni tanta soberbia, nada de importancia que te pueda ofrecer,
aunque sí, la oportunidad de seguir mañana… Sin embargo ahora, después de este
atardecer, estoy tranquilo, sé que me queda mucho tiempo por delante para
remover recuerdos, para recordar lo que fui en otro tiempo, para buscar en qué
rincón de mi alforja dejé olvidado tu mensaje.
“Cuando todo pase, todo
estará más claro. De nuevo vendrá el Alba y entonces todo estará listo. Pero,
ahora estoy observando como vuela mi cometa, y veo como su cola está hecha con
esa infinitud de tonterías mías que, amarradas
con el largo hilo de mis errores terrenos me llenan de compasión”.
La quietud de su cuerpo
templado y recostado sobre la hierba a un lado del camino, sólo se notó
acariciada por los primeros rayos del viejo Sol que una mañana más hacía su
aparición dispuesto a cumplir con la misión que le fuera encomendada el día en
que fueron rotas las tinieblas.
El conocía muy bien
aquel significado, sabía categóricamente qué, la misión de la noche es recordar
continuamente cada día, que de no practicar un buen comportamiento, de no
practicar la Ética en todo su esplendor, la Misericordia infinita del Padre
puede un día convertirse en finita, y sumergir a gran parte de la Humanidad en
la más oscura de las tinieblas, en la más larga y lúgubre de las noches.
Como enfadado consigo
mismo se puso de pie, se adentró unos metros y se refrescó en el chorro de un
pequeño manantial.
De nuevo se abrió paso
entre las aceitosas jaras, y se encaminó una vez más hacia el sendero. Una vez
en él, algo le llamó poderosamente la atención: era como si aquel trecho del
camino en el que se encontraba, y dispuesto a continuar, ya lo conociera, era
como si ya hubiese pasado por él, y se preguntó: “¿Es posible que en algún
momento haya retrocedido sin darme cuenta?” Anduvo unos pasos en ambas
direcciones y comprobó que en ninguna de las dos había estado antes. Se detuvo
un buen rato y estuvo analizando la extraña y sorprendente situación.
Un mar de pensamientos
le desvió del centro de su atención y se encontró inmerso en cómo estuvo llenando su Vida de años, en lugar de haber
estado llenando sus años de Vida, o quizás sí lo hizo.
“Después de años y años
de peleas constantes contra todo y contra todos, de angustias, a pesar de
tantas y tantas pruebas. Y ver la luz, y ese amanecer en el jardín de sólo tú
sabes qué lugar. Haz que pueda ver, pues lo que veo no me sirve; haz que vea,
en las situaciones dudosas y difíciles, y sobre todo en aquellos momentos en
que todo se me aparece Negro, y lo extraordinario ya no existe.
“Deseo ver en la sombra,
en la duda, en el silencio, en este espacio que, casi sin ser nuevo para mí, no
entiendo o acaso no quiero entender porque estoy demasiado aferrado a mi torpe
egoísmo. Deseo ver en las preguntas que me hice y en las que aún tengo en el aire,
pendiente de provocar una firme contestación, y de las que me quedaron sin
respuesta por temor a que me pidieran demasiado, como aquellas flores que están
por ultimar su floración y no me atrevo a cortarlas porque es estúpido pretender,
que sea una flor quien adorne a la flor”.
La refrescante brisa de la mañana lo hizo regresar de su ostracismo, y
recordó que tenía algo pendiente que resolver…
Al final del análisis
comprendió que no había entrado en el camino por el mismo lugar que lo abandonó
sino que lo había hecho por unos metros más adelante. Esto le tranquilizó pues
se dio cuenta de que al menos seguía la dirección correcta, no obstante no las
tenía todas consigo por lo que determinó seguir ya que intuía que en aquel
cercano horizonte, y en la hora del mediodía, tal vez, se hiciera presente
Ella.
El Sol comenzaba a
marcar casi una línea vertical entre él y aquel lugar del sendero por el que
caminar en ese momento. De vez en cuando se quitaba la gorra y se secaba el
sudor que le producía el esfuerzo al llegar a algunos repechos más
pronunciados. Él sabía que siempre era cuesta arriba, el mínimo desnivel
engañaba, sin embargo, la fatiga le recordaba continuamente la ascensión.
Desde la última vez,
había transcurrido un buen rato, tanto que el Sol, ahora a su espalda le hacía
proyectar sobre el suelo, delante de él su propia sombra. Seguía caminando al
tiempo que meditando, y fijo en la silueta, pensaba que una vez más, la tarde
estaba a punto de entrar nuevamente en su vida, era como si por su fino olfato
entraran los aromas de las nieves, color de vestido inmaculado para el crudo invierno
a cuyo banquete acuden almendros y castañales…
“Todo pasa, transcurre,
se olvida, pierde y se desvanece cual hoja seca por su inevitable condición de
caduca. Con el resto el final, y con él el invierno, y así se olvida que hubo
flor de Primavera.
“Deseo hacer fácil mi
tarea, preparar el nuevo camino sin las tontas alforjas cargadas de vanidades,
lograr una despedida más tolerable, más coherente para que esa primavera siempre
me llevé promesas y que en otoño no me traiga desengaños. Que pueda sembrar
recuerdos, y que en la próxima cosecha sean abundantes sus frutos”.
Una bandada de gorriones
en busca del habitual refugio donde pasar la noche llamó su atención, y se dio
cuenta de que el ocaso comenzaba a vestir la tarde de un Crepúsculo Cárdeno y
Anaranjado. Observó cómo ante sus ojos la sombra se desvanecía, y fue, justo en
ese final, y con él el invierno, y así se olvida que hubo flor de Primavera.
Justo en ese momento cuando sin poder seguir
caminando se encontró como envuelto por Ella. Aquel resplandor era como un
manto que lo protegía. Fue mucho tiempo el que estuvo allí estático, sin
moverse ante su propio asombro, adormecido, tanto que cuando volvió en sí,
estaba amaneciendo, no recordaba haber movido absolutamente nada de su cuerpo,
ni uno sólo de sus músculos se había alterado, sus ojos seguían perdidos en la
visión de aquel hermoso y para él, puro resplandor…
Cuando miró de nuevo
sobre el plano del sendero, se dio cuenta de cómo delante de él ya no quedaba
sendero, ya no quedaba camino, sólo había el vacío…
…Al final de la ascensión está la Cumbre.
…Al final del sendero, la Meta.
…Al final de la desesperación, la Esperanza.
…Al final del Invierno, la Primavera.
…Al final de la Vida, la Vida…
Más, cuando todo se ha ido; cuando todo no está, y cuando lo accesorio ha desaparecido…
¡Se
ve muchísimo mejor el Esplendor del Espacio exterior, en Justicia, nuestro
Espacio!
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