jueves

CUENTOS Y RELATOS

 



MARGARITA



Justo, al volver la esquina me tropecé con él cayendo ambos al suelo. Yo le había visto desde lejos; venía en mi misma dirección, por la misma acera. Él, debió de haberse entretenido mientras que yo para no encontrarme con él, frente a frente, había decidido dar la vuelta a la manzana que  no era muy grande. Sin embargo, al parecer, no me sirvió de nada. Ambos nos quedamos mirándonos como dos tontos que no saben que hacer en ese momento... Él ni siquiera hizo el más mínimo intento por ayudarme a incorporarme; claro, pensé, tampoco tenía obligación de hacerlo desde aquel día en que a alguien se le ocurrió que los dos éramos iguales, que los dos teníamos los mismos derechos y deberes, que ya no existían diferencias en el orden humano, que ya había quedado establecida la igualdad para ambos sexos. Y allí como dos pasmarotes comenzamos a volver al bipedismo, casi a la par, pero, eso sí, sin dejar de mirarnos; ni la más mínima sonrisa aún a pesar del percance al que a todo el mundo por un acto reflejo, al parecer propio de nuestra condición, aparecía en nuestros crispados semblantes, en esos momentos de atolondrados pensamientos.

Una vez en pie y sin dirigirnos el uno al otro procedimos a sacudir nuestras prendas de abrigo dado que aquel suelo no se encontraba en muy buen estado de limpieza y pulcritud.

Como si no hubiese ocurrido nada, ambos tras cruzarnos,  continuamos nuestros diversos caminos por aquella acera que, al final, nos marcaría para siempre, al menos, a mi sí me marcaría.

Marcos, amigo de mucho tiempo atrás, le brindé la necesidad que yo tenía, y de que él hubiera resuelto una situación tan singular como, en cierta medida, extraña, con una respuesta, aunque justo es reconocerla, en cierta medida lógica, ya que él estaba casado con una íntima amiga mía.

Lo mío no sé si era miedo, terror o, posiblemente, una ansiedad en razón de lo que venía sucediendo, según noticias, recogidas últimamente en el barrio… Tan sólo le comenté, con la mayor sinceridad, que mi deseo era dejar de ser virgen porque estaba segura que a no tardar mucho yo también sería violada y no quería que ello me produjera el dolor y el sufrimiento del que ya era absolutamente consciente dada mi condición de mujer extrovertida. No deseaba realizar un acto de amor al uso, no quería que el deseo fuera confundido con una necesidad sexual propia del vicio; tan sólo deseaba que mi cuerpo fuera abierto gracias al cariño puesto al servicio de un favor producto de una antigua amistad. Por eso pensé en Marcos, dada la amistad que nos unía y que en consecuencia, estaba segura de que ni él lo habría de tomar de forma equivocaba, y que por otro lado sabría guardar un secreto tan importante para mí.

Ni Marcos, ni mi buena “estrella” habrían de estar de mi lado en aquella necesidad angustiosa que ocupaba mi mente día tras día. Hasta que llegó; y aún me pregunto si fue por culpa de haber estado generando de continuo pensamientos de que esto habría de ocurrirme a mí. El caso es que en estos momentos me encuentro en la sala de un hospital, en la que estoy siendo explorada. El diagnóstico del doctor que me atiende escribe en el informe que acaba de colgar a los pies de mi cama: Joven de veinticuatro años, agredida sexualmente, presenta graves destrozos vaginales. A la espera de la salida del fuerte trauma producido se procederá a la oportuna intervención quirúrgica…

     Una vez en pie y sin dirigirnos el uno al otro procedimos a sacudir nuestras prendas de abrigo dado que aquel suelo no se encontraba en muy buen estado de limpieza y pulcritud.

Como si no hubiese ocurrido nada, ambos tras cruzarnos,  continuamos nuestros diversos caminos por aquella acera que, al final, nos marcaría para siempre, al menos, a mi sí me marcaría.

Marcos, amigo de mucho tiempo atrás, le brindé la necesidad que yo tenía, y de que él hubiera resuelto una situación tan singular como, en cierta medida, extraña, con una respuesta, aunque justo es reconocerla, en cierta medida lógica, ya que él estaba casado con una íntima amiga mía.

Lo mío no sé si era miedo, terror o, posiblemente, una ansiedad en razón de lo que venía sucediendo, según noticias, recogidas últimamente en el barrio… Tan sólo le comenté, con la mayor sinceridad, que mi deseo era dejar de ser virgen porque estaba segura que a no tardar mucho yo también sería violada y no quería que ello me produjera el dolor y el sufrimiento del que ya era absolutamente consciente dada mi condición de mujer extrovertida. No deseaba realizar un acto de amor al uso, no quería que el deseo fuera confundido con una necesidad sexual propia del vicio; tan sólo deseaba que mi cuerpo fuera abierto gracias al cariño puesto al servicio de un favor producto de una antigua amistad. Por eso pensé en Marcos, dada la amistad que nos unía y que en consecuencia, estaba segura de que ni él lo habría de tomar de forma equivocaba, y que por otro lado sabría guardar un secreto tan importante para mí.

Ni Marcos, ni mi buena “estrella” habrían de estar de mi lado en aquella necesidad angustiosa que ocupaba mi mente día tras día. Hasta que llegó; y aún me pregunto si fue por culpa de haber estado generando de continuo pensamientos de que esto habría de ocurrirme a mí. El caso es que en estos momentos me encuentro en la sala de un hospital, en la que estoy siendo explorada. El diagnóstico del doctor que me atiende escribe en el informe que acaba de colgar a los pies de mi cama: Joven de veinticuatro años, agredida sexualmente, presenta graves destrozos vaginales. A la espera de la salida del fuerte trauma producido se procederá a la oportuna intervención quirúrgica…

Del libro III

     

 

 

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