viernes

EL RELATO


YA NO ES LO MISMO


Entre las estanterías de aquella larga y estrecha habitación, cubiertas todas o casi todas de papeles, libros, manuscritos y carpetas, el polvo se recreaba a sus anchas...
              Allí me encontraba, metida en una especie de recipiente de cartón decorado, de un cartón muy bueno, duro, muy fuerte; allí estaba con las demás.
              Me presento: Soy alargada y estrecha, como la habitación en la que me encuentro, sí, la habitación de las estanterías. Estoy con las demás. Soy casi toda de un material amarillo, casi de Sol aunque también tengo una parte oscura. También soy hueca por dentro.
              Algunas veces me sacan del recipiente de cartón. Creo que los que me sacan son unos individuos largos y estrechos con una especie de esfera en la parte superior, que está sujeta por una especie de percha con dos palos que se mueven constantemente, y desde la mitad hacia abajo están, podría decir, desunidos o tal vez divididos en dos partes iguales que son móviles y por lo visto les sirven para avanzar.
             Al sacarme de mi estancia, en la que estoy siempre en posición horizontal, me levantan, me cogen con una especie de manojos de palitos rosados que tienen, que también son móviles y que son parte de los palos grandes.
             Me desenroscan, porque sabéis, tengo una rosca en la parte central de mi cuerpo, y me echan un liquido dentro, un líquido viscoso y negro, muy negro que sacan de otro recipiente de cristal, pero gordo y chato, muy chato, no estrecho y largo como yo. A algunas de las que está conmigo sobre la estantería le echan un líquido semejante pero de otro color, como más azul.
             Una vez que me han llenado toda entera de ese líquido negro, me vuelvo negra, totalmente negra y me empiezan a utilizar. Son los momentos en que mejor me siento, en los que me siento más a gusto, en los que me siento más útil, porque yo soy muy útil, mucho; prácticamente sin mí no habría posibilidad de entendimiento entre los seres largos y estrechos, me necesitan para todo, bueno, para casi todo.
            Me ponen en posición vertical, me agarran fuertemente entre esos palitos rosados, aquellos palitos móviles, y me aprietan y deslizan sobre una superficie blanca que ponen sobre otras superficies más grandes que poseen y que tienen diversos colores, pero a mi siempre me deslizan sobre superficies blancas.
             En cuanto noto que empieza a deslizarme me pongo muy contenta, tan contenta que empiezo a sonreír y por entre mi sonrisa se escapa el líquido negro, el que sacan del recipiente de cristal gordo y chato, y ese líquido se derrama de forma muy estudiada sobre la superficie blanca de tal manera que si los trazos no son los correctos es imposible quitarlos... ¡Yo me quedo asombrada! Pero ese líquido forma una serie de dibujos, y de números que los seres más largos y estrechos interpretan y así se comunican unos con otros cuando no están cerca.
              Es tanta mi utilidad, que sin mi, les sería imposible comunicarse en la distancia, y por eso vivo contenta, y feliz porque soy útil. Considero que la utilidad es la vida. Los seres que no son útiles, aquellos que no sirven para nada, están muertos, totalmente muertos, lo que quiere decir que no viven y que jamás vivirán, que no existen y que jamás existirán...
             Otro día os hablaré de cómo nos están dejando de lado por culpa de esos seres estrechos y largos y que se creen que lo saben todo...
 
 
 
 
 

 

2 comentarios:

  1. Santiago. Muy interesante este relato sobre las plumas que siempre usamos hasta que llegó la máquina. R.Rodrìguez.

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  2. El verdad, Rafael y no solo la máquina de escribir, si no que luego vino la eléctrica, la de la memoria, hasta que llegó el "maldito ordenador" aunque justo es reconocer qué gran invento, pero que lástima de Caligrafía que se fue al garete... En fin, los tiempos... Saludos.

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