A
VEINTICUATRO... DEL CAOS
Relato
Hubo un tiempo en el que el ser humano fue completamente libre, hasta
el extremo de que tan sólo él ejercitaba el derecho sobre sus
propias decisiones. Era dueño y señor de todo lo que para él había
sido creado. ¿Qué le faltó pues para cambiar, para encontrarse
infeliz, insatisfecho…? Le faltó aceptar las reglas del completo
orden, las Leyes Universales. Cuando dejó de respetarlas, su mente
se llenó de imágenes que sólo estaban en ella, y fue así como vio
a un supuesto semejante más feliz que él, más poderoso…
Hubo otro tiempo después en el que el humano empezó a vestirse de
diferente manera, varias prendas constituían ahora su nueva
indumentaria: la Soberbia, la Avaricia, la Envidia, el Egoísmo, la
Vanidad, el Orgullo… Su forma de vivir varió, se alió con todo
aquello que le proporcionaba comodidad sin esfuerzo alguno; el
desinterés ante el trabajo que demandara un mínimo de sacrificio se
hizo patente. En su ilusa carrera evolutiva, apareció el fantasma
del estancamiento envolviéndolo en sus sombras. Los deseos se
adueñaron de su Voluntad y el mal, a través de su mente, se
manifestó como su único e incondicional “amigo y protector”.
Un río de pasiones comenzó a circular por su corazón, convirtiendo
el sentimiento en un náufrago ante las embestidas de los feroces
pensamientos enemigos de la Naturaleza. El placer paradisíaco de
aquel tiempo se truncó en un desenfrenado e incontrolado estado
lujurioso, el vicio hizo cuna en él, y ante tan cómodo estar ya
nunca se quiso ir.
En
su triste paseo por el sendero negativo de la vida, el ser humano va
sembrando cada vez más y en mejor tierra la semilla desprendida de
la energía negra qué el mismo genera con su manera de ser y actuar,
con su forma de entender su propio comportamiento.
Las fuerzas que rigen las disciplinas universales, las reglas
cósmicas hacen prevalecer periódicamente la Ley de Causa y Efecto.
La Naturaleza, cansada del desamor al que el ser humano la tiene
sometida, también se despereza y blande su única arma cual es la
alteración espontánea de su propio curso.
La
cómoda ignorancia le ha llevado a no querer saber nada de sus
orígenes, como tampoco, saber qué hace aquí, y dónde va después
de la muerte física; nada de ello le interesa, circunstancia esta
que le hace desconocedor de la dinámica que mueve la rueda de su
propio destino, un destino escrito por él y por él dirigido e
interpretado.
Hubo un tiempo en el que el ser humano comenzó a sufrir el efecto de
una causa correspondiente a otro tiempo, e inmerso en la incredulidad
abonada con la desidia llegó a nuestros días cargado con el fardo
de todos los errores cometidos a lo largo de su peregrinaje por la
Tierra. Así cada vez con más afán se aferra a la materia como
supuesta sólida base sobre la que apoyar su pobre y decadente teoría
de la vida y su realidad. Lucha por no creer, porque sabe que en ese
conocimiento vislumbra un arduo trabajo de expiación,
independientemente del tributo a pagar ante otro tipo de orden.
Cuando pasados o actuales errores requieren capacidad de solución y
rectificación, y esta no se encuentra por motivos de una falta de
práctica total, es llegado el momento de dar preferencia al abandono
o a la indolencia. No consigue ver otra salida, dado que la única
que conoció fue la que a lo largo del tiempo engendró su propio
comportamiento… Su alianza con el mal, antepuesta a una lucha
abierta y encarnizada contra él.
En la actualidad, nos hayamos con la reciente apertura de una nueva
Era, nuestra, para muchos, segunda Era, y una gran e inmensa parte de
la Humanidad continua igual. De cero a dos mil, y, algo más, han
sido años más que suficientes para que el ser humano haya tomado
profundamente conciencia del daño que hizo, que hace y lo que es más
triste: el que se sigue haciendo así mismo.
Casi llegado a ese final, ya no habrá más subidas a la cumbre desde
la cual se divisan y alcanzan todos los reinos de la Tierra. Ya sólo
le queda el estancamiento en las simas pantanosas de la aflicción,
donde las tribulaciones son el único lenguaje. Sin embargo, siempre
se podrá ver cómo una soga aparentemente imaginaria, pende sobre la
suciedad de las negras y fétidas aguas, para quien alzado por su
propio convencimiento de que si quiere puede, trepe por ella en cuyo
final encontrará aquel lejano lugar en el que sólo se viste con los
colores del Arco iris, y en cuyo recomenzar habrá de enfrentarse con
el primero y a veces más difícil de llevar… ¡el Violeta!
¡Y
el caos desapareció, encontró su orden cuando el ser humano tomó
conciencia de que: Si no vive para servir a los demás, no sirve para
vivir con los demás!
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