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ALLÁ DEL DESEO
Relato
Como cada amanecer, la silueta de aquél hombre se enmarcaba en el sendero, bajo los arcos que los árboles formaban como si de protegerlo se tratara.
Una mañana más, había hecho aquel recorrido, un
recorrido que le había llevado a aquel peñasco, a su peñasco, su
sencillo lugar de descanso, y en él, como cada mañana, se sentó a
esperar…
Se apreciaba en él, cómo el cabello cada vez más
blanco, hablaba por sí sólo de tantos y tantos años haciendo el
mismo camino, haciendo lo mismo…
La ya torpe agilidad para caminar, los hombros
encorvados y el cayado con que se le veía últimamente y en el cual
compensaba sus pobres fuerzas, hacían pensar en tantos y tantos
momentos haciendo lo mismo.
Como
cada amanecer, sentado sobre su piedra, vio salir el Sol de detrás
de aquellos montes y al darle el fuerte beso con que el Sol
correspondía amorosamente a la bienvenida que el hombre le brindaba
cada mañana, se dejó notar en su rostro cómo las arrugas daban
testimonio de tantos y tantos años, de tantas y tantas bienvenidas.
Miró hacia abajo y se quedó una vez más
observando el arroyo; variadas especies de animales bebían en las
puras y cristalinas aguas, mientras algunos otros dedicaban su
entretenimiento en descomponer con su juego infantil la imagen que
sobre la plata del arroyo se reflejaba como en un espejo.
Alzó
la mirada y observó una hermosa bandada de palomas blancas, y
arriba, mucho más arriba, allá en la altura, contempló embelesado
la quietud que el majestuoso águila mantenía en el espacio.
Miró
a su alrededor y vio brillar una vez más las copas de los árboles,
ahora bañadas por el Sol y cómo la brisa mañanera se le antojaban
figuras diferentes.
Tampoco –como cada mañana- le pasó
desapercibida la diferencia existente entre el pequeño Olivo y la
impresionante esbeltez y grandiosidad que poseía aquel Olmo
recostado sobre la pared que guardaba uno de los dos lados del camino
cercano al arroyo.
Detuvo la mirada en una rama de Encina, al
llamarle la atención el dulce gorjeo de pajarillos de bellísimos
colores que sobre ella parecían decidir y acordar lo que iban a
hacer en este nuevo y luminoso día que se les presentaba.
Bajó la mirada y contempló el horizonte
infinito, los montes y aquella cordillera a la que el Sol ahora, la
hacía parecer como un cordón de encajes dorados. notar en su rostro
cómo las arrugas daban testimonio de tantos y tantos años, de
tantas y tantas bienvenidas.
De
un hueco entre las piedras de la pared que tenía enfrente, salió y
se puso a tomar el Sol como cada mañana una preciosa Culebra de
hermosísimos y originales colores.
Pronto
ocuparía un sitial de honor, otro amigo, el Lagarto, que menos
madrugador se subirá a la parte más alta de la pared de piedras
para recibir las caricias amorosas de su hermano y bienhechor el Sol,
haciendo con ellas que su color aún adquiera más belleza.
Como
cada mañana y con la puntualidad de siempre, vio llegar al viejo
perro de siempre, al viejo perro “sin nombre”, el cual, y como
tantas veces hiciera, sólo se limitó a lamerle las manos y seguir
su camino por aquel camino, y sólo Dios sabe hacia que otro destino.
El,
en cambio, seguía allí, contemplando las flores, contemplando como
las mariposas de alegres y vivos coloridos, tomaban fuerzas para el
nuevo día, gracias a ese alimento que las mismas flores preparan con
el mismo Amor que, más tarde lo brindan.
Aquellas
flores rojas, amarillas, azules, blancas, verdes, anaranjadas,
violetas, aún hermoseaban más, cuando como fondo utilizaban el
fresco manto de aquella pradera entrañable, de aquella pradera que a
él se le antojaba sin igual.
Miró
hacia abajo y se quedó una vez más observando el arroyo; variadas
especies de animales bebían en las puras y cristalinas aguas,
mientras algunos otros dedicaban su entretenimiento en descomponer
con su juego infantil la imagen que sobre la plata del arroyo se
reflejaba como en un espejo.
Alzó la mirada y observó una hermosa bandada de
palomas blancas, y arriba, mucho más arriba, allá en la altura,
contempló embelesado la quietud que el majestuoso águila mantenía
en el espacio.
Miró
a su alrededor y vio brillar una vez más las copas de los árboles,
ahora bañadas por el Sol y cómo la brisa mañanera se le antojaban
figuras diferentes.
Tampoco
–como cada mañana- le pasó desapercibida la diferencia existente
entre el pequeño Olivo y la impresionante esbeltez y grandiosidad
que poseía aquel Olmo recostado sobre la pared que guardaba uno de
los dos lados del camino cercano al arroyo.
Detuvo la mirada en una rama de Encina, al
llamarle la atención el dulce gorjeo de pajarillos de bellísimos
colores que sobre ella parecían decidir y acordar lo que iban a
hacer en este nuevo y luminoso día que se les presentaba.
Bajó la mirada y contempló el horizonte
infinito, los montes y aquella cordillera a la que el Sol ahora, la
hacía parecer como un cordón de encajes dorados.
Sobre
los flecos de la pradera estuvo viendo durante largo rato, como de
entre aquella manada de equinos, se destacaba una hembra que se
dejaba amamantar con todo el Amor de
que era capaz, como Madre de un potrillo nervioso y juguetón, y del
que se apreciaba tendría en su día un hermoso pelo Blanco como la
nieve.
Tampoco faltó a su cita aquél campesino.
Apareció sólo, como siempre, y con una azada de regular tamaño,
comenzó la tarea que le llevaba cada mañana a aquel trozo de
tierra, pequeño o al menos así era como se veía desde la mediana
distancia. Allí, un día y otro día iba a cumplir con el sagrado
deber de mantener todas y cada una de aquellas plantas - base de
apoyo para alimentar a su familia - libres de todo tipo de cizañas.
Cuando con el calor del Sol, el rocío se había
marchado para volver nuevamente por la noche, el hombre se levantó y
comenzando a desandar el camino después de haber tomado unos
sorbitos de deliciosa, pura y refrescante agua en aquella limpia y
cantarina fuente, una vez más aseguran que se le oyó murmurar entre
dientes…
“Hace
ya no sé cuantos años que hago lo mismo, porque me dijeron que
desde aquí podría ver a Dios, y éste es otro día en el que me
vuelvo tal como vine, pues hoy tampoco ha aparecido”.
Santiago no sé si me recordarás pero sobre este relato creo que hiciste una noche alguna mención en aquellos programas tuyos en Radio Sur Andalucía que hacías de madrugada. Ya me dirás si es así. Un saludo. Manolo Merchán. Por cierto, los relatos y cuentos son tuyos?
ResponderEliminarYa lo creo que me acuerdo de ti, Manolo, pero fue cuando hicimos una mesa redonda en el Ateneo Popular con Pedro Ruíz Verdejo, en la antigua Biblioteca Pública en la calle Alfonso XII, y sí, todo cuanto hay en el blog es de mi autoría a excepción de alguna cita o foto. Celebro haberte leído por aquí. Un abrazo.
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