LOS
PAVÍAS DE BACALAO DE ENRIQUE
Todo era
acercarse al Altozano, cual Atrio Trianero, y comenzar a recibir nuestra membrana
Pituitaria un aroma inconfundible, el olor que proveniente de la
Freiduría existente en la esquina de calle San Jacinto con el
callejón de Valladares lo envolvía todo, porque, que duda cabe, que
no era el único, pero, era el mejor: Enrique tenía una especial
mano para echar al mágico, candente y brillante perol, esas tiras de
Bacalao que en pocos minutos se convertían en un auténtico manjar
con que mitigar el hambre de aquellas noches insondables de una, en
algunos casos, época para la que se busca la más mínima
oportunidad de ser recordada. Hoy día se pide un plato combinado de
tal o cual número... En aquellos adorables años cincuenta se podría
decir que los pavías de Enrique se medían por un número
determinado de calzado... eran auténticas alpargatas, como las que
hacían las hermanas Santiago en la calle “Estrecha” (Enrique
León) apellido del nombre de mi barrio, y, el de la calle donde
viví.
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