IGNACIO
GÓMEZ MILLÁN
Yo me atrevería a decir que Don Ignacio Gómez Millán fue el más pequeño a la vez que el más grande de los muchos hijos que tuvieron el afamado Arquitecto del Regionalismo, Don José Gómez Otero y Doña María Gracia Millán, y ello, aún a pesar de ser ésta una saga de muy grandes hombres.
Perteneciente
a una ilustre familia de la burguesía sevillana, fue un ser humano
de gran calibre, y un peso de infinita Humildad; desarrollando a lo
largo de toda su existencia una importantísima labor social en los
paupérrimos corrales de vecinos de Sevilla y, fundamentalmente, de
su siempre muy amada Triana, por la que sentía tan especial
debilidad y a la que se entregaba de tal forma que aún se le sigue
recordando con infinita veneración por todos aquellos que tuvieron
la fortuna de conocerle. De ello da fe la lápida que el 19 de Mayo
de 1954 la Parroquia, la Hermandad de Nuestra Señora de la O y la
del Rocío de Triana colocaron en el altar de las Glorias de la
Iglesia de la O, donde reposan sus restos mortales.
Don
Ignacio vería la luz por primera vez en la calle San Pablo, y desde
su balcón, el Espíritu de la Puerta de Triana un agosteño día 11
de 1900; y aquella luz lo guió durante toda su vida por senderos del
Altruísmo, la Filantropía, en ese absoluto y extenso grado con el
que se atraviesa la frontera del Sacrificio, ya que fue un ser humano
tan entregado a sus semejantes más necesitados que jamás se le
conoció nada suyo (palabras textuales de mi suegra, Doña Rosario
Martín, la cual tuvo relaciones laborales con él cuando éste,
desde su calidad de Licenciado en Farmacia, colaboraba temporalmente
en los “Laboratorios Sanavida” ubicados junto al Monumento de los
Sagrados Corazones, que el Cardenal Segura mandó erigir a la entrada
de la vecina San Juan de Aznalfarache). Un joven de lo más especial
(me contaba). De educación exquisita, y siempre de buen humor aun
cuando encontraba serias dificultades para poder ayudar a solventar
alguna y triste causa ajena.
Años
más tarde le ofrecen el cargo de Gerente en la Farmacia Fontán en
la Plaza de San Francisco, para posteriormente y en unión de su
Trianero amigo Juan Fernández, comprar entre ambos la famosa
Farmacia “El Correo” que estaba en la calle Sierpes, y que tomó
este nombre por encontrarse justo enfrente de las Oficinas de Correos
y Telégrafos que hasta los años treinta se encontraban allí
ubicadas, hoy convertidas en el Circulo de Labradores. Desde ella
comienza una dura cruzada contra las calamidades y penurias que sufre
su prójimo llegando a involucrar en esa virtuosa acción caritativa
no sólo a su socio sino al resto de los empleados. “Me sorprendió
(me contaba mi suegra), la forma en que vivía, ya que en una ocasión
en la que tuve que desplazarme desde el Laboratorio hasta la Farmacia
con el fin de llevarle unos medicamentos que él mismo preparaba, me
encontré con que estaba enfermo y se hallaba en un catre que poseía
en una habitación en la trastienda, al parecer, su humilde vivienda
habitual”.
Al
“Bueno de Don Ignacio” como era conocido en Triana,
principalmente, no le importaba ni el crudo Invierno ni los calores
del verano; él se lanzaba a la calle de continuo; a la búsqueda de
aquellos pobres de la época que lo llamaban con las silenciosas
voces de su necesidad, y que la bondad de su corazón captaba sin
esfuerzo en aquella época de posguerra. Conocía todos los rincones
de pobreza generados por la incivil contienda: Los tejares del
Mellizo, del Moro o el Rey, los núcleos como Los Gordales, las
Erillas, el Charco de la Pava, Tablada, la Vega de Triana, El barrio
Máquinas, Laffite, la Dársena, los Remedios, etc. etc.
Su
religiosidad le hacía llevar también ayuda a los conventos en esos
tiempos difíciles. Se hacía cargo no sólo de los racionamientos o
los alquileres, sino que corría con las facturas de la electricidad
de muchas familias. Tenía a un sin fin de ellas atendidas en lo que
a necesidades de ropa y calzado se refería, además de los alimentos
más básicos y las medicinas necesarias a quienes no las podían
pagar, “para eso tengo una Farmacia”, decía. Era continuo su
afán por conseguir trabajo para los miembros de las familias a las
que socorría, así como eran normales sus visitas a las cárceles,
albergues municipales, hospitales. Era tanto su afán por ayudar, que
llegó a involucrarse hasta en actividades empresariales, ya que en
1943 y a la muerte de Manuel García Montalván, su Viuda Doña
Antonia Guillén, le cede el negocio Cerámico en el que no sólo
pretendió dar trabajo a ceramistas, orfebres e imagineros sino que
tuvo al mismísimo Luis Ortega Brú, aunque no fue aquel intento tan
bién como esperaba, sin embargo, en ese tiempo llegó a incorporarse
a su nómina el afamado Ceramista Antonio Muñoz Ruíz, época esta y
en la que durante algunos años regenta la Fábrica de Cerámica su
sobrina, hasta que a mediados de los cincuenta es recuperada por la
citada Viuda de Montalván.
Digno
hombre de una saga de Artistas; sería el Fundador de la Familia de
los “Caro” (Bordadores), de cuyo taller no sólo salió algún
que otro Palio para alguna Hermandad de nuestra Semana Santa, sino
que sería el Diseñador del Simpecado de la Hermandad del Rocío de
Triana en colaboración con su amigo el Imaginero Antonio Castillo
Lastrucci. Corrían los años treinta.
Con
el transcurrir de tan sacrificada existencia, Don Ignacio, ya muy
enfermo, fallecería el día 18 de Mayo de 1978 en el Hospital de la
Cruz Roja de Capuchinos. Aquella noche no dejaron de pasar por allí
ingentes cantidades de familias humildes, principalmente, de Triana
así como muchachos en señal de agradecimiento por la ayuda recibida
no sólo a nivel de socorro, sino el que consideraba más importante,
como era el de la educación y el comportamiento ético.
Como
era natural, y de esperar de unos gobernantes, cuyo comportamiento
paradójico ha quedado grabado en el corazón del pueblo a lo largo
de la historia del Barrio de Triana (y me da igual la tendencia
política), el nombre de ése Ignacio entregado hasta la muerte por
sus semejantes, sólo recibió el agradecimiento en 1983 de una
calle, de un callejón sin salida. Y ello, al menos, gracias a la
perseverancia de la Asociación de jóvenes de Nuestra Señora del
Rocío de Triana y de la que no podía ser de otra manera, él habría
sido su fundador.
Quiero
pensar en que su último pensamiento sería: “Muero por culpa de
50 años vividos soportando la presencia de una intolerable
Injusticia Social”.
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