LOS
ORÍGENES DE LA PRIMERA MUÑECA
(Cuento
de Reyes)
Hace
algunos días, paseando por la calle Regla Sanz, en el Barrio León (mi Barrio),
me detuvo un amigo de la infancia; iba con una de sus hijas; nos saludamos
afectuosamente, y entre variedad de temas actuales y recuerdos, me comentó que
era un asiduo de la Revista Triana, al tiempo que haciéndose eco de una petición
de su hija, me comentó que porqué no escribía algo para los niños. Por ello y
aprovechando esta Navidad y Reyes, les voy a regalar a todas las niñas y menos niñas, y
porque unas están y otras estuvieron en edad de ello: “El origen
de la primera muñeca”;
objeto mágico y maravilloso que a unas ahora las llena, y a otras continuarán
llenando de felicidad.
Con mi recuerdo especial para María del Pilar
Sinué, sin la cual esta historia es muy posible que hoy no se hubiese llevado a
cabo.
El
cuento
Hace
ya muchos años, y bien podría decirse que siglos, que en una pequeña villa de Sevilla,
en Andalucía, y a orillas del río Guadalquivir, vivía una familia de artesanos,
muy dichosa y que estaba compuesta por Juan Vázquez, fabricante de juguetes, de
su encantadora esposa Marta y de su hijita pequeña, adorable y risueña, y a la
que llamaban con el nombre de Muñeca. Ésta, contaba sólo cinco añitos por lo
que era un prodigio de inocencia, bondad y talento además de una belleza y
dulzura especial.
¡Qué
linda estaba la niña, y que simpática cuando cogida a la falda de su madre la
seguía por toda la casa como si fuera su sombra! ¡Qué linda estaba la niña
saltando como un pajarillo delante de su puerta y dando en la palma de su
manita miguitas de pan a su gallinita blanca!
Por
la noche, Muñeca era la que alegraba el hogar con su inquietud y su charla
infantil; y así, entre risas y sonrisas, pasaba de los brazos de su madre a los
de su padre. Luego ya cansada cerraba aquellos ojitos de un azul de cielo en
los que se veía la vida, e inclinando su cabecita sobre el regazo de su madre
se quedaba dormida con la boquita entre abierta, sonriente y con los cabellos
de oro esparcidos sobre sus pequeños hombros.
¡Ciertamente
que la hubiera creído un Ángel! Y un Ángel debió ser muy pronto pues un día, Dios
al reparar en ella y verla como una delicada y bellísima flor, la quiso para su
Jardín; Hizo volar hasta allí a un Ángel; Y al pasar por encima de su frente la
tocó con una pluma de sus alas blancas. La pobre Muñeca perdió las fuerzas y la
alegría. Llamaron al médico más famoso de la pequeña ciudad, y cuando éste
llegó y vio a la niña movió tristemente la cabeza mirando al cielo, saliendo de
la pequeña habitación con el paso lento y lleno de amargura.
Marta,
su madre, encendió una vela blanca que estuvo ardiendo toda la noche, y
apagándose por sí misma con la llegada del alba. Ambas habían cumplido su
misión, pues en ese momento el cuerpecito material de Muñeca había dejado de
existir, y fue justo en ese instante en que los ángeles bajaron y recogieron su
Espíritu entre danzas y cánticos.
Los
vecinos de aquel pueblo, pronto se olvidaron de la niña; claro, ellos tenían
otros hijos, pero, Marta cayó enferma de tristeza, quería morir también. Juan,
estuvo como loco bastante tiempo y sus cabellos se pusieron blancos y la cara
se le llenó de arrugas hasta tal punto que en tan corto espacio de tiempo
parecía un viejo. El recuerdo de su pequeña Muñeca hacía que cada noche se
convirtiera en un siglo en la casa; ya no se oían más que los gemidos del
viento, el canto de los grillos y el color del dolor que parecía lamentarse
entre las llamas de la chimenea, y cuando el viento gemía en las ventanas y
movía las hojas, Marta y Juan pensaban en su preciosa hijita; escuchaban como
si la oyesen y miraban en su alrededor como si esperasen verla. Aunque esto
que os voy a decir es difícil de entender, es muy posible que, aunque no la
vieran, si estuvieran sintiendo su presencia, estuvieran sintiendo algo…, ése
algo que no es más que la energía Blanca que se desprende de las personas
buenas y que, de una forma u otra, siempre quedan en la casa.
Cada
vez que el Artesano se ponía a trabajar, su corazón se llenaba de una tristeza
infinita y sus ojos se le llenaban de lágrimas, hasta el extremo de que las
herramientas se le caían de las manos, y ni siquiera las marionetas que
fabricaba en épocas de la Navidad tenían la misma alegría en su terminación.
Los perritos de cartón, temblaban sobre sus patitas, y daba lástima verlos con
sus rabitos caídos y sus ojitos inquietos y tristes como si de perritos vagabundos
se tratase, cuando andan buscando alguien que les recoja de la calle. Las
figuritas de madera también inclinaban sus cabecitas como si fueran ellas las
culpables, y hasta los caballitos parecían tan fatigados como si hubiesen
estado echando carreras. Todo lo que hacía el bueno de Juan Vázquez con aquel
estado de ánimo llevaba el sello de la nostalgia más triste.
Un
buen día, se hallaba en su taller trabajando en sus juguetes y como siempre
pensando en su hijita; con la vista perdida en la nostalgia y un trozo de
madera entre sus manos labraba como de costumbre; de repente, miró lo que
estaba haciendo y su mirada se iluminó, su frente se volvió radiante y un grito
de alegría nació en su garganta momentos antes atenazada por la tristeza.
Inspirado
por el dolor, y guiado siempre por el recuerdo, la mano del Artesano que
sostenía una gubia, había tallado el rostro de su hijita Muñeca en la madera.
¡Era una obra maestra, era, sin duda, una maravilla; era el prodigio del Amor
paternal que había convertido a un pobre Artesano en un gran Artista.
Juan,
entró corriendo en el cuarto en el que su mujer se hallaba hilando en el torno,
y dando gritos de alegría le mostró el trozo de madera. Marta alzó la cabeza de
la labor que estaba realizando, y reconociendo al instante la dulce carita de
su nenita, la tomó entre sus manos y con todo ése Amor del que tan sólo es
capaz una madre, la estrechó contra su pecho cubriéndola de besos, y exclamó:
¡Mi niña, mi nena, nuestra hijita!
Era
en efecto ella. Era Muñeca, con su boquita sonriente, su barbilla con el
hoyuelo, sus ojitos, que le parecieron también de color azul, sus redondas y
sonrosadas mejillas y su nariciya pequeña.
Una
idea atravesó por la mente de Marta. Y sin pestañear, tomó la linda figurita, apenas
sin terminar, y la colocó sobre la mesa de costura; ella también estaba
inspirada por la luz del Amor, y para hacer aun más perfecta la semejanza se
puso a vestirla como vestía a su hijita. Al momento se puso a la obra; su
rápida aguja voló como si recibiera el impulso de la mano de un Hada.
Poco
después, la figurita llevaba un corpiño rojo y una faldita de flores celestes,
sus pequeñas manos estaban cubiertas con flecos blancos; en el cuello llevaba
la crucecita de plata que su hijita usaba en las fiestas, y sus cabellos hechos
de lana fina eran rubios y estaban sujetos con una cintita de color verde.
Cuando
estuvo terminada, Juan y Marta abrazados sonrieron ante la querida imagen
exclamando los dos a la vez: ¡La llamaremos… Muñeca!
Marta
tomó la figurita y la colocó encima de la repisa de la chimenea.
Pasando
el tiempo la casa de Juan y Marta había cambiado, reinaba otra alegría. Cierto
día un comerciante de Valencia que se encontraba de paso y que alguna vez había
visitado al Artesano por motivos comerciales, vio la figurita de Juan; la copió
discreta y diestramente e hizo fabricar miles de ellas que fueron vendidas por
todo el mundo.
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