miércoles

REYES MAGOS 2013


LOS ORÍGENES DE LA PRIMERA MUÑECA
(Cuento de Reyes)


            Hace algunos días, paseando por la calle Regla Sanz, en el Barrio León (mi Barrio), me detuvo un amigo de la infancia; iba con una de sus hijas; nos saludamos afectuosamente, y entre variedad de temas actuales y recuerdos, me comentó que era un asiduo de la Revista Triana, al tiempo que haciéndose eco de una petición de su hija, me comentó que porqué no escribía algo para los niños. Por ello y aprovechando esta Navidad y Reyes, les voy a regalar a todas las niñas y menos niñas, y porque unas están y otras estuvieron en edad de ello:El origen de la primera muñeca”; objeto mágico y maravilloso que a unas ahora las llena, y a otras continuarán llenando de felicidad.
 Con mi recuerdo especial para María del Pilar Sinué, sin la cual esta historia es muy posible que hoy no se hubiese llevado a cabo.
       El cuento
            Hace ya muchos años, y bien podría decirse que siglos, que en una pequeña villa de Sevilla, en Andalucía, y a orillas del río Guadalquivir, vivía una familia de artesanos, muy dichosa y que estaba compuesta por Juan Vázquez, fabricante de juguetes, de su encantadora esposa Marta y de su hijita pequeña, adorable y risueña, y a la que llamaban con el nombre de Muñeca. Ésta, contaba sólo cinco añitos por lo que era un prodigio de inocencia, bondad y talento además de una belleza y dulzura especial.
            ¡Qué linda estaba la niña, y que simpática cuando cogida a la falda de su madre la seguía por toda la casa como si fuera su sombra! ¡Qué linda estaba la niña saltando como un pajarillo delante de su puerta y dando en la palma de su manita miguitas de pan a su gallinita blanca!
            Por la noche, Muñeca era la que alegraba el hogar con su inquietud y su charla infantil; y así, entre risas y sonrisas, pasaba de los brazos de su madre a los de su padre. Luego ya cansada cerraba aquellos ojitos de un azul de cielo en los que se veía la vida, e inclinando su cabecita sobre el regazo de su madre se quedaba dormida con la boquita entre abierta, sonriente y con los cabellos de oro esparcidos sobre sus pequeños hombros.
            ¡Ciertamente que la hubiera creído un Ángel! Y un Ángel debió ser muy pronto pues un día, Dios al reparar en ella y verla como una delicada y bellísima flor, la quiso para su Jardín; Hizo volar hasta allí a un Ángel; Y al pasar por encima de su frente la tocó con una pluma de sus alas blancas. La pobre Muñeca perdió las fuerzas y la alegría. Llamaron al médico más famoso de la pequeña ciudad, y cuando éste llegó y vio a la niña movió tristemente la cabeza mirando al cielo, saliendo de la pequeña habitación con el paso lento y lleno de amargura.
            Marta, su madre, encendió una vela blanca que estuvo ardiendo toda la noche, y apagándose por sí misma con la llegada del alba. Ambas habían cumplido su misión, pues en ese momento el cuerpecito material de Muñeca había dejado de existir, y fue justo en ese instante en que los ángeles bajaron y recogieron su Espíritu entre danzas y cánticos.
            Los vecinos de aquel pueblo, pronto se olvidaron de la niña; claro, ellos tenían otros hijos, pero, Marta cayó enferma de tristeza, quería morir también. Juan, estuvo como loco bastante tiempo y sus cabellos se pusieron blancos y la cara se le llenó de arrugas hasta tal punto que en tan corto espacio de tiempo parecía un viejo. El recuerdo de su pequeña Muñeca hacía que cada noche se convirtiera en un siglo en la casa; ya no se oían más que los gemidos del viento, el canto de los grillos y el color del dolor que parecía lamentarse entre las llamas de la chimenea, y cuando el viento gemía en las ventanas y movía las hojas, Marta y Juan pensaban en su preciosa hijita; escuchaban como si la oyesen y miraban en su alrededor como si esperasen verla. Aunque esto que os voy a decir es difícil de entender, es muy posible que, aunque no la vieran, si estuvieran sintiendo su presencia, estuvieran sintiendo algo…, ése algo que no es más que la energía Blanca que se desprende de las personas buenas y que, de una forma u otra, siempre quedan en la casa.
            Cada vez que el Artesano se ponía a trabajar, su corazón se llenaba de una tristeza infinita y sus ojos se le llenaban de lágrimas, hasta el extremo de que las herramientas se le caían de las manos, y ni siquiera las marionetas que fabricaba en épocas de la Navidad tenían la misma alegría en su terminación. Los perritos de cartón, temblaban sobre sus patitas, y daba lástima verlos con sus rabitos caídos y sus ojitos inquietos y tristes como si de perritos vagabundos se tratase, cuando andan buscando alguien que les recoja de la calle. Las figuritas de madera también inclinaban sus cabecitas como si fueran ellas las culpables, y hasta los caballitos parecían tan fatigados como si hubiesen estado echando carreras. Todo lo que hacía el bueno de Juan Vázquez con aquel estado de ánimo llevaba el sello de la nostalgia más triste.
            Un buen día, se hallaba en su taller trabajando en sus juguetes y como siempre pensando en su hijita; con la vista perdida en la nostalgia y un trozo de madera entre sus manos labraba como de costumbre; de repente, miró lo que estaba haciendo y su mirada se iluminó, su frente se volvió radiante y un grito de alegría nació en su garganta momentos antes atenazada por la tristeza.
            Inspirado por el dolor, y guiado siempre por el recuerdo, la mano del Artesano que sostenía una gubia, había tallado el rostro de su hijita Muñeca en la madera. ¡Era una obra maestra, era, sin duda, una maravilla; era el prodigio del Amor paternal que había convertido a un pobre Artesano en un gran Artista.
            Juan, entró corriendo en el cuarto en el que su mujer se hallaba hilando en el torno, y dando gritos de alegría le mostró el trozo de madera. Marta alzó la cabeza de la labor que estaba realizando, y reconociendo al instante la dulce carita de su nenita, la tomó entre sus manos y con todo ése Amor del que tan sólo es capaz una madre, la estrechó contra su pecho cubriéndola de besos, y exclamó: ¡Mi niña, mi nena, nuestra hijita!
            Era en efecto ella. Era Muñeca, con su boquita sonriente, su barbilla con el hoyuelo, sus ojitos, que le parecieron también de color azul, sus redondas y sonrosadas mejillas y su nariciya pequeña.
            Una idea atravesó por la mente de Marta. Y sin pestañear, tomó la linda figurita, apenas sin terminar, y la colocó sobre la mesa de costura; ella también estaba inspirada por la luz del Amor, y para hacer aun más perfecta la semejanza se puso a vestirla como vestía a su hijita. Al momento se puso a la obra; su rápida aguja voló como si recibiera el impulso de la mano de un Hada.
            Poco después, la figurita llevaba un corpiño rojo y una faldita de flores celestes, sus pequeñas manos estaban cubiertas con flecos blancos; en el cuello llevaba la crucecita de plata que su hijita usaba en las fiestas, y sus cabellos hechos de lana fina eran rubios y estaban sujetos con una cintita de color verde.
            Cuando estuvo terminada, Juan y Marta abrazados sonrieron ante la querida imagen exclamando los dos a la vez: ¡La llamaremos… Muñeca!
            Marta tomó la figurita y la colocó encima de la repisa de la chimenea.
            Pasando el tiempo la casa de Juan y Marta había cambiado, reinaba otra alegría. Cierto día un comerciante de Valencia que se encontraba de paso y que alguna vez había visitado al Artesano por motivos comerciales, vio la figurita de Juan; la copió discreta y diestramente e hizo fabricar miles de ellas que fueron vendidas por todo el mundo.
           
            

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