lunes




LA MONTAÑA


Ataviado con mi magnífico equipo de montañismo, con mi buen calzado, mi tienda y demás elementos propios de un escalador, me dispongo a subir por el lado Norte de la orgullosa y altiva montaña, y sin que desde el lugar donde me encontraba, al pie de ella, pudiera ver su cima pero, no importaba, ya la había visto en Internet y quede prendado de su grandiosidad y belleza.
Sabía por las imágenes vistas, que este lado es el que ofrece mayor dificultad, mayor y más dura agresividad pero, las empresas que se acometen en la vida, si son difíciles, son las más dignas de los seres humanos: A mayor dificultad, si se triunfa en el empeño, mayor será el premio y aun mayor la emoción.
En aquellos momentos en los que me encontraba montando la tienda, comenzaron a caer unos copos de nieve que me parecieron palomitas de maíz. Mi corazón saltaba con la contemplación de aquellos copos blancos y tras los cuales yo sabía que se encontraba la montaña, aquella cara Norte que en cuanto estuviera dispuesto iba a acometer.
Acabo la faena, me meto en mi saco tras haber dado cuenta de la ración que previamente tenía estudiada consumir en cada momento del día, y espero el amanecer... Este llega, como empujando a la noche que presiente que alguien esta esperando este momento. Me encuentro solo en esta hazaña que pretendo realizar y, una vez todo dispuesto, comienzo la ascensión, empiezo a trepar, acompañado por mi gran mochila, mi buena cordada, un estupendo piolet, regalo de un amigo, y provisto además de un martillo bien sujeto a un arnés del que cuelgan una buena dotación de garfios, doy el primer paso con el corazón a punto de saltar.
Cual si de un escalador profesional se tratara, despacio, muy despacio y analizando los salientes, voy ascendiendo, agarrándome a unas y otras rocas, asiéndome a los pequeños y afilados relieves que presenta la cara Norte de la orgullosa y altiva montaña, y mirando hacia abajo veo como me voy alejando de aquel lugar en el que comencé la escalada. Mis botas claveteadas van hiriendo la piel dela montaña, al tiempo que me van llevando hacia arriba.
Han pasado varias horas, no sé cuantas. El sudor, la sequedad de la garganta y el cansancio comienzan a hacer mella en mi. Me invaden. La tormenta de nieve amaina y se recupera, viene conmigo, me acompaña cual fiel amiga que, al parecer, quisiera estar presente por si la necesitara y así humedeciendo mis rostro, refrescarlo y poder seguir hacia arriba, hacia la cima.
La cima, aunque sin poder verla, la siento más cercana; Siento como me llama... Su voz es cálida, tan cercana como amistosa.
Las fuerzas me van abandonando, es como si no quisieran seguir a mi entusiasmo, a mi ánimo cuando todos deben ir juntos, unidos por la misma idea, por la misma razón, por la misma aventura.
Comienza a anochecer y busco con ansias un lugar donde pasar la noche, donde descansar del esfuerzo primero. Busco entre la nieve y las rocas, las rocas y el manto de nieve. En un saliente veo un especie de nido de algún ave; me acerco y allí entre ramas secas y hojarascas que en algún tiempo sirvieron para anidar me amarro, me descuelgo la gran mochila y dando por terminada esta etapa, doy cuenta de la ración correspondiente a la noche y me introduzco en el saco de dormir a esperar la nueva mañana y con ella la nueva oportunidad de seguir ascendiendo para poder cumplir con mi deseo, cumplir con la promesa de alcanzar la cima de la montaña, la cima de mi hazaña, la cima de aquello que un tiempo atrás me propuse cuando la vi por primera vez.
Pasó el tiempo, el cansancio me pudo, y la luz del amanecer reemplazó a las sombras. Todo recogido, de nuevo inicié el ascenso. Mire hacia abajo y ya no veía el punto de partida, La tormenta de la noche había cesado en su fuerza y ahora unos delicados copos blancos me alegraban la subida, unos copos casi transparentes que me permitieron ver algo más allá... Y fue entonces cuando pude comprobar con cierta claridad que me encontraba cerca de la cima, cerca de poder cumplir lo que yo consideraba una hazaña.
Por fin unas horas después pude contemplarla, allí estaba la cima, el final... Allí en lo alto se me ofrecía la cumbre. Con una sonrisa en mis ateridos labios y un gozo que no sabría explicar, mi entusiasmo pareció dar alas a mis pesadas botas y conseguir que mis escasas fuerzas se renovaran y de nuevo cobraran ese ímpetu del que dispuse apenas comencé a escalar la cara Norte de la que ya sería mi montaña.
Con unos últimos golpes del piolet, con un avance último de mis doloridas piernas, con ese último esfuerzo logré saltar a la cima, conseguí llegar al final de mi sueño.
Mi amigo el Sol me acarició el rostro, llenó mi cara de su luz. Cuando me quité la protección de mis gafas, pude ver como delante de mi se extendía la playa más hermosa que jamás ser humano pudiera imaginar.
Ya mi sorpresa no tenía límites, había subido por la cara Norte, la más dura y difícil; había llegado a la cima, había llegado al mar de mis sueños. Las gaviotas me saludan, las olas observo como me sonríen con sus rizados bucles sobre aquellas doradas arenas. Tras el saludo de bienvenida que me ofrece mi amigo el Sol, y vestido como estoy con mi equipo de escalada, comienzo a dar un descansado paseo por la playa.
Cuentan que hace muchos años un hombre fue visto paseando por aquella playa, y cómo de vez en cuando se paraba y volviéndose de espaldas al mar, se quedaba mirando a aquella hermosa, altiva y orgullosa montaña. Parecía como si de su reflexión se pudiera extraer el que él quería escalarla pero no sabía como, y que nunca encontró el camino. Iba ataviado con un completo equipo de escalada.

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