martes



DOS CALENTURAS  AMIGAS


            Eran muy buenas amigas. Siempre andaban por los mismos lugares, con los mismos entretenimientos por lo que se veían a menudo, muy a menudo. Cuando llegaba el Invierno rara vez no se encontraban en alguno de aquellos establecimientos tan sobrios, pero tan alegremente decorados por dentro, y se contaban cuantas experiencias y peripecias habían vivido durante el verano. El verano, sobre todo para ellas, era una tortura pues apenas tenían de que abastecerse, apenas nadie les ayudaba en mantener su existencia.
            Corría el mes de Diciembre cuando tras una breve separación involuntaria, desde luego, que habían tenido durante el Otoño a consecuencia de unos disturbios medioambientales, se volvieron a encontrar a la salida de una gran ciudad la cual desde la lejanía apenas se podía divisar dada la gran cantidad de partículas que como si fuera estar nevando la envolvía, por lo que sus habitantes hacían cantidad de rogativas para que de una vez por todas se acabara aquella sequía, y que la lluvia salvadora limpiara aquel ambiente tan enrarecido. Y al fin llovió.
            Tras el saludo de rigor, ambas amigas se miraron la una a la otra, como si estuvieran analizándose, pues cada una de la otra, aseguraba encontrarle “muy mal aspecto”, y era del todo lógico, ya que su natural era que llegado ese tiempo tuvieran de manera constante imagen semejantes.
            Echaron a andar por uno de los caminos a través del cual se abandonaba aquella ciudad ahora tan peligrosa, a la vez que tan moderna pues con tantos adelantos allí, pensaban, no tendrían gran porvenir por lo que sus quehaceres duraban bastante poco, aunque a decir verdad, conocían a algunas colegas que disfrutaban de ella. Ellas también pero, había llegado un momento en el que tras reflexionar sobre las grandes pláticas mantenidas, ya no se encontraban muy a gusto con aquellas situaciones, al menos una de ellas, al parecer no tenía muy claro su porvenir.
            Y así, entre tanta divagación, tanta duda sin saber que carta elegir, y viendo que la noche se les echaba encima, se les encendió la bombilla y… ¡eureka! Tomada la decisión mediante el consenso de ambos, naturalmente, se dijeron que al día siguiente saldrían, de aquel que en la oscuridad les parecía un pequeño pueblo, a la búsqueda de nuevos y nutrientes aires.
            Apenas faltaba una legua para llegar al pueblo que les cogía de paso, cuando una de ellas dijo: Esta noche la pasaré arriba en la montaña, pues he visto a un cabrero que subía por la vereda que hemos dejado atrás, y eso quiere decir que ha bajado al pueblo por algo que se le habría olvidado esta mañana. Bueno, le contestó la compañera. Yo me voy a dar una vuelta por el pueblo. Mañana nos encontraremos en la Plaza, junto a la fuente, y así seguiremos el camino hacia, de momento, no sabemos donde…
            A la mañana siguiente, la que era más valiente, optimista y consecuente, ya cansada de esperar pensó en buscar a la compañera por lo que comenzó a recorrer las calles del pueblo. Aun no había clareado por lo que en algunas ventanas se veía luz. Curiosa, se asomó a una de ellas y, ¡oh, sorpresa! Allí estaba su compañera, en la cama, con la hija, precisamente, del boticario del pueblo que no hacía más que arrimarle, porque se encontraba acatarrada desde que anocheciera; que si una pastillita para la cabeza, que si un jarabe para la tos, y sobre todo un vaso de leche calentita y un chorrito de coñac para la calentura.
            Cuando ésta miró hacia la ventana, y vió a la compañera al otro lado de la reja, haciéndole unas señas le dio a entender que ella no cambiaba aquello por todo el oro del mundo, que aquello era gloria bendita y que de allí no se movería, que el pueblo era muy grande, con una buena y surtida Botica, unas gentes dedicadas al ganado vacuno y además un despacho de vinos y licores al lado, que más podía pedir, mas aun, teniendo un clima tan irregular.
            La compañera lo entendió perfectamente, y aunque se entristeció un poco al tener que seguir sola, se alegró, ya que comprendió que lo suyo no era acometer aquella locura de cambiar de “profesión”. Lo suyo era encontrar algo semejante a lo que su compañera había encontrado, y que en esos momentos tanto estaba echando de menos…


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